Es tu obligación pagarme, porque mi padre hizo lo mismo. ¡Tengo todo el derecho!

Querido diario,

Hoy se ha tornado todo un panorama de disputas familiares en casa. Mi madre, María, se ha encontrado con mi hermana menor, Almudena, queriendo comprar unos calcetines que necesitaba con urgencia. Yo, Alejandro, le pregunté a mi madre si iba a pagar todos los gastos con el dinero de manutención que mi padre, Pedro, me envía para mí.

María no quiso responderme directamente; su rostro mostraba la incomodidad de una madre que acaba de recibir una transferencia de pensión alimenticia a la cuenta de su exesposa. El propio Pedro le había insistido en que cubriera la ropa necesaria para su hijo, pues él llevaba años con la ropa vieja.

¿Por qué usas el dinero de manutención solo para cosas que tú necesitas? le lancé, creyendo haber escuchado bien.

La respuesta me dejó a ella al borde de las lágrimas. Decidió volver a colocar los calcetines en el estante y, en su lugar, probarse un sudadera que había visto en el probador del Centro Comercial La Vaguada.

Yo, sin embargo, pensé que sería buena idea llevarme varias sudaderas para ver cuál me quedaba mejor. María, curiosa, comprobó el precio: cincuenta euros. Al sumar el total de todo lo que quería comprar, se dio cuenta de que la pensión de Pedro no bastaba y tendría que complementarla.

¡Esto es una ganga! exclamó mi hermano, arrastrando la sudadera del probador a una cesta con otras prendas.

La cajera, con una sonrisa, me indicó el importe final: doscientos veinticinco euros.

Solo llevo cuatrocientos en el bolsillo le dije a mi madre. Deja lo que no necesites ahora.

Yo, por mi parte, insistí en que pagara con mi propio dinero, recordándole que no solo mi padre debía apoyarme, sino que la ley me otorgaba ese derecho.

Almudena, con determinación, sacó su monedero, entregó el efectivo y puso la mano sobre la caja registradora. Este es el dinero para todo el mes. Haz lo que tengas que hacer. Paga la ropa, pero no te olvides de los alimentos. No te daré más dinero después. dijo con un semblante serio antes de abandonar la tienda.

Al regresar a casa, mi hermano llegó con varias bolsas de ropa de marca que había comprado.
He conseguido unos zapatos muy elegantes. ¿Queda algo de comida en la nevera? preguntó.
Ya tienes esos zapatos de cuero, ¿no? Entonces mejor cocina tú mismo. respondí, sorprendido.

¿Creías que estaba bromeando? me replicó él, molesto. Mejor llamo a papá, porque tú solo dices tonterías.

Pues buena suerte contestó María, intentando ocultar una sonrisa.

Más tarde, mi hermano marcó a Pedro:
Papá, ¿puedo quedarme contigo un mes? preguntó. ¿Por qué te fuiste de vacaciones? ¿Podrías enviarme algo de dinero? No tengo nada la conversación se quedó corta, pero quedó claro que la relación estaba tensa.

Al día siguiente, mi hermano volvió a su habitación con el semblante abatido. Pedro llamó a su exesposa y le preguntó qué había ocurrido entre ellos. Ella explicó que el chico había decidido que todo le pertenecía y que ahora nos teníamos que preocupar por él.

Tiene mucho carácter, pero es mejor alimentarlo, que si no se muere de hambre y tú tendrás que retirar el dinero de la pensión dijo ella.

Tres horas después, se fue la señal de internet en casa y mi hermano volvió a enfrentarse a María.
¿Por qué crees que ahora debo pagar el internet? exclamó. Te crees muy atrevido, como diría papá. A partir del mes que viene me mudaré con él.

Yo, con calma, le recordé que el próximo mes no recibiría manutención porque mi madre me había dicho que debía sustraer lo que me diera de los pagos futuros.

María le contó cuánto gastaba al mes para mantenernos a los dos, mucho más que la pensión. Al escuchar eso, mi hermano comprendió que había sido injusto y poco respetuoso con su madre y su padre. Se disculpó y, durante las vacaciones, consiguió un trabajo a tiempo parcial para ayudar un poco en los gastos familiares.

He aprendido que el derecho a recibir ayuda no exime de la responsabilidad de ser agradecido y de contribuir cuando se pueda. La verdadera familia se sostiene con respeto y con el esfuerzo compartido, no con reclamos vacíos.

Hasta la próxima,
Alejandro.

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Es tu obligación pagarme, porque mi padre hizo lo mismo. ¡Tengo todo el derecho!