¡Eres una VIEJA, nuestro hijito necesita una madre JOVEN, no una ABUELA! Me voy y me LLEVO AL NIÑO” – gritó el marido con rabia

“Ya eres una vieja, nuestro hijo necesita una madre joven, no una abuela. Me voy y me llevo al niño”, le espetó su marido con un tono gélido.
Lo que ocurrió esa noche, Rita jamás lo habría imaginado ni en sus peores pesadillas. Su esposo, Simón, estaba frente a ella con una mirada helada, y sus palabras, lanzadas en el silencio del apartamento, sonaron como un trueno en pleno día. Entre sus brazos, apretaba con fuerza a su pequeño hijo, Toñitoun ser frágil y cálido, cuyo aliento era su luz en la oscuridad. El corazón se le encogió al notar cómo el niño se tensaba, como si, sin saber hablar, ya entendiera que algo terrible estaba pasando.
Toñito no era solo un niño. Era un milagro. Uno por el que Rita había rezado durante años. A los treinta y siete, casi había aceptado que la maternidad era una felicidad que jamás llegaría. Años de intentos, esperanzas, decepciones y al fin, ese test positivo que tanto anhelaba. Los médicos le advirtieron que su edad no ayudaba, pero ella no se rindió. Y cuando Simón supo del embarazo, sus ojos brillaron como el día de su boda. La colmó de amor, cuidados, lujos. Decía que su familia sería completa, como en las películas de antes. Le organizaba paseos, compraba solo productos orgánicos, contrataba a los mejores médicos, la llevaba a ecografías cada dos semanas. Grababa cada patadita. Él era feliz. O al menos, así parecía.
El parto fue duro, pero salió bien. El día del alta, Simón fue a buscarlos, pero su actitud la alarmó. Frío, distante. Ni lágrimas ni abrazos, solo un “venga, nos vamos”. Rita lo atribuyó al cansancio, al estrés. Pero en el fondo, una alarma sonó. Con el tiempo, todo pareció normalizarse. Pasaba horas junto a la cuna, aprendía a cargar al bebé, ayudaba con las noches en vela. Ella se tranquilizó. Se convenció de que todo estaba bien.
Pasaron nueve meses. Toñito crecía, reía, balbuceaba. Rita empezó a darle otros alimentos, pero seguía dándole el pechocomo recomendó el pediatra, como le gustaba a ambos. Pero una tarde, al volver del trabajo, Simón soltó de golpe: “Basta. Hay que destetarlo. ¡Es un niño, no una niña! ¿A punto de cumplir dos años y sigue mamando? ¡No es normal!”.
Rita se estremeció. Hacía mucho que no lo oía hablar así. Pero eso solo fue el principio.
Cada día se volvía más frío. Sus miradas, ausentes. Sus palabras, cortantes. No había regalos. Ni flores. Ni un simple “gracias” por la cena. Hasta que, como un rayo en cielo despejado, llegó el golpe.
“Eres una vieja”, dijo, quitándose la chaqueta sin mirarla. “Entiéndelo. Toñito necesita una madre joven, con energía. No una que parece su abuela. Me voy. Y me llevo a mi hijo. Ya tengo a otra. Ella será su verdadera madre. Tú cumpliste tu misión: lo pariste. Así que el piso será tuyo. El divorcio será limpio, sin escándalos. No quiero humillarte. Pero seguir contigo tampoco”.
Rita se quedó paralizada. El corazón le latía a mil. No podía creer que esto fuera real. ¿Estaría bromeando? Nosus ojos no tenían burla. Solo hielo. Desprecio.
“Simón ¿estás bien?”, susurró ella, conteniendo el temblor en su voz. “¿Es una broma? No es primero de abril. ¿Sabes lo que dices?”.
“No bromeo”, respondió él, glacial. “Llevo tiempo con ella. Es más guapa, más lista, más joven. Y lo más importante: quiere ser madre. ¿Y tú? Ni siquiera trabajas. ¿Cuándo fue la última vez que saliste a la calle sin el niño? ¿Cuándo pensaste en ti?”.
Las palabras le atravesaban como cuchillos. Era cierto, no trabajaba. Se había entregado a su familia. ¿Era eso un crimen? ¿Merecía una traición así?
“No te dejaré a mi hijo”, dijo, sintiendo que el suelo se hundía bajo sus pies.
“No es negociable”, cortó él. “Si no aceptas por las buenas, te echo a la calle. ¿Adónde irás? ¿A casa de tu hermana, que apenas come? ¿A tu madre, que no llega a fin de mes? Yo le puedo dar a Toñito todo: los mejores colegios, actividades, viajes, seguridad. ¿Y tú? Ni siquiera podrás darle de comer mañana”.
Hablaba con la seguridad de quien tiene poder. Y no mentía. Simón trabajaba en un juzgado. Tenía contactos. Sabía cómo funcionaba el sistema. Y no dudaría en usarlo.
Esa noche, Rita no durmió. Se quedó junto a la cuna, acariciando el pelo de su hijo, susurrándole palabras dulces, temiendo que si cerraba los ojos, despertaría en una casa vacía. Pero Simón no se fue del todo. Aparecía menos, pero seguía ahí. Una esperanza débil, pero viva.
Hasta que un día, llamaron a la puerta. Dos guardias civiles.
“Está detenida por consumo habitual de alcohol, maltrato infantil e incumplimiento de sus obligaciones parentales”, anunció uno, seco.
Rita los miró horrorizada. Era una farsa. Ella no bebía. Adoraba a su hijo. Pero Simón estaba detrás de ellos, impasible. Ni siquiera la miró. Solo asintió.
“El niño se queda conmigo”, dijo. “Yo le daré seguridad”.
Se la llevaron. Tres días en comisaría. Sin abogado. Sin explicaciones. Sin contacto con el mundo. Cuando al fin la soltaron, el piso estaba vacío. Solo polvo en los muebles y un silencio que gritaba traición.
Simón apareció esa noche. Se sentó frente a ella, con superioridad fría.
“Ya ves quién manda aquí”, dijo. “Si lo intentas otra vez, te pudrirás en la cárcel”.
“Eres un monstruo”, susurró Rita, sintiendo que todo en ella se congelaba. “¿Crees que otra mujer podrá querer a Toñito como su madre? Ella no conoce su olor, no escuchó su primer llanto, no lo sostuvo al nacer. No podrá”.
“Ella ya lo quiere”, lo interrumpió. “Lo llama hijo. Llora cuando él llora. Y tú solo eres una vieja que ya cumplió”.
Se fue, dando un portazo. Rita se deslizó por la pared, se hundió en el suelo, abrazó sus rodillas y lloró. Pero las lágrimas se acabaron. Solo quedó vacío. Y una idea: *Debo luchar. Por él. Por mi hijo.*
Llamó a su hermana. Se lo contó todo. Su cuñado, que trabajaba en la policía, tomó el teléfono.
“Rita lo siento”, dijo. “Con sus contactos, no podrás hacer nada sola. Pero si quieres pelear, necesitas a alguien igual de poderoso. Alguien que lo arrincone”.
Simón puso la demanda de divorcio. Rita fue al juzgado, esperanzada, creyendo que al menos el juez vería que una madre no debe ser separada de su hijo. Pero el juicio se suspendió.
“Simón tuvo un accidente”, le dijo una compañera suya, Lucía. “Está grave. En la UCI. El coche quedó destrozado. Iba solo. El niño debe estar con su nueva mujer. Nadie sabe dónde”.
Rita fue al hospital. No la dejaron entrar. Se quedó temblando frente a la UCI, preguntándose por su hijo. ¿Dónde estaba? ¿Quién lo cuidaba? ¿Quién lo calmaba cuando lloraba?
De pronto, sonó el timbre.
No quería abrir. Pero algo dentro

Rate article
MagistrUm
¡Eres una VIEJA, nuestro hijito necesita una madre JOVEN, no una ABUELA! Me voy y me LLEVO AL NIÑO” – gritó el marido con rabia