¡Eres un verdadero hallazgo!

¡Eres una auténtica joya!
¿Otra vez? digo, Cruz, ¿para quién ha puesto a luz esa niña? ¿Para ella misma o para nosotras? Llego del trabajo, quiero cenar, relajarme, pasar un rato contigo, y en vez de eso me toca quedarme con el sobrino de otra familia.

Él no es del todo ajeno se encoge Cruz y suspira. La verdad, a mí tampoco me mola. Pero Oliva me ha pedido que le corte las uñas y al salón no se lleva al niño.

Ignacio se quita nervioso la chaqueta y la deja en la silla. Necesito alimentar al sobrino, pero hacerlo con ropa de casa es mucho más cómodo. El riesgo de ensuciarnos con puré de manzana es cien por ciento.

Yo lo entiendo, pero ¿sin manicura no se puede? ¿Sólo soy yo la que la atiende? ¿Por qué nuestra familia se vuelve una guardería?

Mamá sigue ahí, pero no puede estar todos los días contesta Cruz, sacando un paquete de macarrones.

Y tú, al parecer, puedes interrumpe Ignacio. Puedes ayudar a todos, menos a ti y a mí.

Ignacio frunce el ceño, suspira y se relaja un poco. Su rostro se suaviza: su esposa no es una enemiga, simplemente es incansable.

Cruz, mientras no la liberes de tu cuello, va a seguir pendiendo. Y la culpa será tuya, porque quien conduce es quien lleva.

Cruz finge estar inmersa en la cocina, pero por dentro sabe que Ignacio tiene razón. No sabe cómo vivir con eso: no quiere ser la segunda madre del sobrino y tampoco quiere pelear con la familia.

Todo empezó de forma inocente.

Cruz, estoy resfriada y tengo a Santiago en brazos. Necesito ir a la farmacia y no puedo dejar al niño solo. No lo lograré sola, ayúdame, por favor.

Sin pensarlo, Cruz se lanza al rescate, sin importarle la entrega. La hermana está enferma, tal vez gravemente, y hay que salvarla.

Después, salvar se vuelve costumbre.

¿Necesitas coger el móvil del taller? Olivia llama. ¿Se han acabado los alimentos? Cruz vuelve al juego. ¿Llegó un paquete a la oficina de correos? Cruz corre como mensajera personal.

Cruz puede permitirse esas hazañas porque trabaja en remoto con horario flexible, así que puede desconectarse. Pero no significa que le resulte cómodo. A la casa de Olivia le lleva quince minutos, y el ida y vuelta, más la fila, la espera y los pequeños contratiempos, le roban al menos una hora.

Ahora Cruz trabaja sobre todo por la tarde y a veces de noche, cuando en el piso no hay ruido. Su marido, claro, no está contento, y ella tampoco. Intenta hablar con su hermana.

Olivia, ¿y tú con Pablo? ¿No ayuda en nada? pregunta Cruz, entregando otro paquete de Mercadona.

Ayuda responde la hermana. Sólo que trabaja, llega cansado. Que Dios lo ayude a cuidar al bebé mientras yo me ducho, y el resto lo llevo yo.

Olivia protege a su marido, pero al de los demás ni se inmuta, y a ti, Cruz, tampoco. Cruz se queda muda y respira.

¿Y su madre? Vive cerca.
¡No lo menciones! Olivia cierra los ojos. No quiero nada con esa bruja. Cuando llega, me da un dolor de cabeza que dura hasta la noche. No es una mujer, es un pozo de consejos no solicitados. Mejor morir de hambre que pedirle algo.

¿No hay nadie más? insiste Cruz. Oksana también tiene un bebé, similar al tuyo. Podríamos organizarnos: una vigila, la otra corre. O Cristina, que no trabaja.

Me da pena cargar a gente que no es mía confiesa Olivia. No les obligamos.

A los propios sí se les pide más, suspira Cruz.

Tras eso decide decirle que no a su hermana. Ya entonces, sin que su marido le diera pistas, Cruz sabe que eso no debería pasar.

El caso llega al momento: al día siguiente Olivia llama y dice que ha quedado cita en el salón.

Cruz, ven a casa, cuida al bebé una hora.

El tono de la hermana se vuelve imperativo. Ya no pide, exige. Eso enfurece a Cruz: ¿para qué cambiar mis planes solo para que Olivia se haga la manicura?

No, Olivia, hoy no puedo. Lo siento.
¿Cómo que no puedes?
No puedo resolver todos tus problemas. Tengo mi propia vida.

Entiendo, pero ¿qué hago? No tengo a nadie sin ti. Ya estoy apuntada, no puedo fallar. Tiene carácter, no me perdonará.
Olivia, no me consultaste antes de apuntarte. No soy una niña revoltosa ni una mamá de tiempo completo. Soluciona por tu cuenta.

Vaya, responde la hermana ofendida. Te resulta fácil decirlo, no tienes hijos. No sabes lo duro que es.

Olivia sabe que el sobrino se convierte poco a poco en su hijo, pero Cruz guarda silencio. Es no conflictiva, y aun esa negativa le parece un acto heroico.

Olivia no se rinde y llama a su madre.

Cruz, ¿cómo puedes? empieza la madre. Tu hermana con su hijo y tú la rechazas. ¡Está sola! ¿Quién la ayudará si no somos nosotras?
Mamá, cuando me pidió que fuera por medicinas, lo hice porque era importante. Pero ahora llama cada día por tonterías. Hoy incluso ha reservado una cita en el salón. ¿Es tan urgente?
Quiere verse bonita, como cualquier mujer. Entiéndela.

Cruz levanta las cejas. Nadie ha estado en su posición.

Mamá, ya que eres tan lista, ayúdala.
¿Yo? se sorprende la madre. Apenas me muevo. Tú eres joven, te resulta más fácil.

Joven, sin hijos, aún en casa Cruz oye esas frases a diario y se cansa. Ese día se mantiene firme y no ayuda a su hermana.

Como respuesta, le hacen la pelota: durante una semana su madre y Olivia actúan como si ella no existiera. Otros podrían reaccionar con calma, pero no Cruz. No encuentra su sitio y piensa cómo reconciliarse con la familia.

Una semana después Olivia vuelve a llamar y pide que cuide al bebé mientras se hace la manicura. Cruz acepta, aunque se odia por ello. Elige entre el exilio familiar y la paciencia.

Cruz, eres a veces blanda y a veces dura dice su marido, tras escucharla. Ten más cuidado, o ella nunca se irá.

Cruz suspira y asiente. Muy de madrugada reflexiona cómo rechazar sin crear drama.

Al día, el teléfono suena como siempre.

Cruz, ya no aguanto, el bebé tiene fiebre, llora desde la mañana, y yo corro como una ardilla en una rueda. No puedo ni sentarme, ni ir al baño. Ven, que al menos cuatro podemos con esto.
No puedo, tengo trabajo. Ahora nos supervisan los programas, incluso la pausa del almuerzo está controlada. Como en la oficina.

Silencio en la línea. Olivia parece buscar un punto débil.

¡Por favor! Solo una vez, la última. Pide a alguien que te cubra o coge el día libre.

Cruz no tiene salida. Finge ceder.

Vale, improviso algo.

Cuelga y escribe a Pablo, pidiéndole el número de la suegra. Pablo no se niega y la suegra acepta ir a casa de Olivia.

Cruz sabe que la suegra llegará porque le ha mandado mensajes.

¿Qué te pasa, estás desquiciada? le escribe Olivia. ¿Por qué le has echado encima a mí?
Necesitaba ayuda, la llamé, nada más responde Cruz, como si nada hubiera pasado. No puedo ir, ya lo sabes.

Olivia lee pero no contesta. Cruz siente una pequeña victoria, suya. Olivia seguirá quejándose, su madre probablemente se enfadará otra vez, pero ahora la hermana tendrá que arreglárselas sola o aprender a buscar ayuda de quien realmente quiera ayudar.

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MagistrUm
¡Eres un verdadero hallazgo!