Eres mi héroe
Valeria se alisó el vestido frente al espejo, pasó el labial rosa por sus labios y aflojó un rizo rebelde. Retrocedió unos pasos, escrutando su reflejo con mirada crítica. «¡Qué guapa estoy!» Sonrió satisfecha a su imagen.
En el marco de la puerta apareció su marido, apoyando el hombro en el quicio.
—¡Vaya! ¿Adónde vas tan arreglada?
—Al trabajo. ¿O es que tienes celos? —Valeria redondeó sus ojos, ya grandes y bien delineados.
—Claro que tengo celos. ¿Quieres que te lleve en el coche? En el metro te van a aplastar —ofreció rápidamente Alejandro.
—Quédate en casa. ¿Adónde vas a ir con ese yeso? —Valeria cerró la cremallera de su abrigo acolchado, ajustó la bufanda al cuello llevándola casi hasta la barbilla.
—Me voy. —Pero se detuvo antes de salir.
—Ah, casi lo olvido. Hoy me quedaré un poco más. Nina se casa. Haremos algo como una despedida de soltera. No te preocupes.
—Espera, ¿seguro que no quieres que pase a recogerte? —Alejandro se separó del quicio.
—No hace falta. —Valeria frunció los labios, lanzó un beso al aire y salió del piso.
Alejandro se acercó a la ventana, esperando verla aparecer abajo.
—Cuántas veces le he dicho que saque el carnet. Así no tendría que ir apretada en el metro —murmuró, siguiendo con la mirada a Valeria, que caminaba rápido por el patio, como si ella pudiera oírle.
En la cafetería sonaba música. Seis mujeres, alrededor de mesas unidas, bebían cócteles y contaban anécdotas divertidas de sus bodas, riendo a carcajadas. De repente, un camarero se acercó con una bandeja y dejó una botella de vino caro frente a Valeria.
—De parte del señor de la mesa de al lado. ¿La abro? —El camarero se inclinó con cortesía.
Valeria giró la cabeza hacia el hombre generoso. Él asintió y sonrió. Su corazón omitió un latido y luego aceleró al ritmo de la música. El calor le subió a las mejillas, y su sonrisa se desvaneció como la nieve en la montaña—rápida e inevitable.
Lo había reconocido. ¿Cómo olvidarlo? Pablo fue el chico más guapo de la universidad, un curso por encima de ella. Las chicas no le dejaban en paz. Antes de los exámenes de verano, Valeria suspendió un ejercicio. Lloraba sentada en las escaleras de hierro forjado entre pisos. El primer examen era en dos días, y sin esa firma, no podría presentarse.
—¿Por qué lloras? ¿Suspendiste?
Valeria alzó la vista y lo vio allí, a Pablo. ¡Le hablaba! Y ella, con el rímel corrido y la nariz roja.
—No me dejaron presentarme —respondió, secándose las lágrimas.
—Qué drama. Solo has embadurnado tu cara.
Valeria dio un grito y buscó su espejo. Pablo le tendió un pañuelo.
—Tonta, debiste llorar delante del profesor. Creí que todas sabíais convencer y dar pena. Ve ahora, antes de que se vaya. Dile que estudiaste toda la noche, que no has dormido.
—¿Crees que funcionará? —dudó Valeria, pero se levantó.
—Si no lo intentas, no lo sabrás. No pierdas tiempo, anda —Pablo la empujó suavemente, y ella subió corriendo. Las escaleras resonaban bajo sus pasos.
Cuando salió feliz del aula, Pablo la esperaba.
—Sonríes. Eso es otra cosa —dijo él, aprobador.
La acompañó a casa, hablando sin parar. Ella no oía nada, aturdida por un solo pensamiento: «¡Camina a mi lado! ¡Conmigo!» Notaba las miradas de admiración hacia él, y el orgullo la hinchaba.
Tras los exámenes, salieron un tiempo. Fueron al cine, a la playa… Sabía que cambiaba de chicas como de camisetas, pero el corazón no escuchaba a la razón. De pronto, Pablo desapareció. Sin dirección ni forma de encontrarlo, Valeria se consolaba pensando que regresaría. Hasta que descubrió que estaba embarazada.
—Antes flotabas, y ahora estás apagada. ¿No estarás enferma? —preguntó su madre.
—Sí, quizá me resfrié —mintió, tosiendo para hacerlo creíble.
—Ve al médico, no te descuides —suspiró su madre.
—Sí, mamá, mañana iré.
Al día siguiente, Valeria fue a una clínica privada. Temía encontrarse con conocidas en el centro de salud. El test confirmó el embarazo.
—Mi madre me matará… Todavía estudio… Y él desapareció… —rompió a llorar en la consulta.
La doctora se apiadó. Dijo que era pronto, que podía evitarse el aborto, pero costaría dinero. En casa, Valeria mintió: medicamentos caros, análisis preocupantes… Su madre, inocente, le dio el dinero. Sufrió dos días de dolor agudo, mordiendo el labio para que su madre no notara nada.
En septiembre, volvió a clase con una sola esperanza: ver a Pablo. Pero él pasó a su lado con una chica nueva, fingiendo no conocerla. Y las compañeras remataron: «Pablo se casa, así por fin todas se calmarán.» Valeria contuvo las lágrimas con fuerza.
En clase, Alejandro se sentó a su lado. Era un chico normal, sin pretensiones. Valeria sabía que le gustaba. No era un Adonis, y las chicas solo se le acercaban para pedir apuntes.
—¿Por qué tan seria? ¿No te apetece estudiar? ¿Qué haces esta noche? ¿Vamos al cine? —preguntó.
Valeria se encogió de hombros. Mejor eso que llorar por Pablo toda la noche. Después del cine, pasearon. Alejandro habló de un libro que había leído. Le escuchó con tanto interés que hasta olvidó a Pablo.
Con él, todo era fácil. No había que fingir. Al llegar a su portal, Valeria soltó de pronto:
—Ale, ¿te gusto? Cásate conmigo.
Él la miró desconcertado.
—¿En serio? Me gustas. Mucho. Pero no así. —Se dio media vuelta y se fue.
«Hasta este tonto me deja.» Casi llora. Su autoestima se hundió.
Pero al día siguiente, cuando el profesor entró, Alejandro se acercó a él. Susurraron un momento. El profesor asintió y cedió el paso. Alejandro se dirigió a la clase:
—Quiero pedirle matrimonio a una chica con el nombre más bonito: Valeria. Prometo amarla siempre y hacerla feliz.
—¿Y bien, Valeria? Preséntanosla. Quiero ver a la chica que vuelve loco a este muchacho —dijo el profesor, entre risas.
Los compañeros corearon su nombre. Valeria salió, ruborizada. Alejandro la esperaba con un anillo y flores. Gritos de «¡que sí!» y hasta «¡que se besen!» resonaron.
—¿Aceptas? —preguntó él, entre el alboroto.
—Sí —susurró ella, avergonzada.
Luego, Alejandro le explicó que quiso hacerlo especial, para que ambos lo recordaran, no su súplica desesperada. La historia se contó en la universidad durante años, con detalles añadidos.
No hubo pasiones tempestuosas entre ellos. Su relación era tranquila, casi de amigos. Valeria no quedó embarazada, y Alejandro nunca preguntó.
Hasta que, cinco años después, Valeria se encontró con Pablo en la cafetería. Maduro, más guapo que nunca.Valeria miró a Alejandro dormir a su lado, sintiendo cómo el amor que creció en silencio llenaba cada espacio de su corazón, y supo que jamás cambiaría esta paz por la fugaz emoción de un pasado que ya no significaba nada.