*Adapted Story (Dramatic Scene in Spanish Culture):*
El frío cortaba como cuchillo en aquella pista de hielo de Madrid. Era domingo, y Sofía, torpe sobre los patines, avanzaba con inseguridad mientras sus amigas se alejaban, impacientes. Cada paso era una batalla, hasta que un tropiezo la derribó. El dolor le quemó la rodilla, pero antes de que pudiera levantarse, unas manos fuertes la sostuvieron.
—Perdona, ¿te has hecho daño? —La voz era cálida, cercana.
Al mirar arriba, los ojos oscuros de Adrián la atraparon. Por un instante, el bullicio del pabellón desapareció. Él la ayudó a llegar a un banco, y aunque su pierna ardía, Sofía solo sentía el pulso acelerado en las sienes.
—¿Vienes sola? —preguntó él, mientras le traía sus zapatos.
—Estoy con mis amigas, pero… se han ido.
Adrián sonrió. Tenía cuatro años más que ella, trabajaba en un despacho de abogados y, contra todo pronóstico, esa misma semana la invitó a un café cerca de la Puerta del Sol. No hubo vuelta atrás.
Pasaron los meses. Los padres de Adrián les dejaban el piso los fines de semana, y cuando surgió el tema del matrimonio, él no dudó.
—Quiero pedirte la mano ahora, pero el anillo te lo daré en Nochevieja —le dijo a la madre de Sofía, que asintió, aliviada.
Se casaron en primavera, con el aroma a azahar en el aire. Con sus ahorros y el dinero de los regalos, compraron un piso con hipoteca. Sofía terminó sus estudios y consigió un trabajo, pero el deseo de ser madre la consumía.
—Esperemos a pagar la hipoteca —decía Adrián, firme—. No quiero problemas.
Pero Sofía insistió, y al final, él cedió con una condición:
—Si quieres un hijo, adelante. Pero no cuentes conmigo para nada. Yo pongo el dinero.
La euforia de ver las dos rayas en el test se esfumó cuando Adrián empezó a evitarla. No tocó su vientre, no preguntó por las ecografías. Y cuando nació Valeria, todo empeoró.
—Llévatela de aquí —gruñía si la niña lloraba.
Un día, Sofía lo vio salir de un restaurante con otra mujer. Él ni siquiera lo negó.
—Te doy todo lo que necesitas. No me exigeas más —dijo, encendiendo el televisor.
Esa noche, Sofía empacó sus cosas y se fue con Valeria a casa de su madre.
—Quiero ir con papá —lloriqueaba la niña, que apenas recordaba a su padre. Pero cuando Adrián la llevó a su nuevo hogar, la ilusión se rompió. La pareja de él, Lucía, al principio cariñosa, pronto dejó claro que Valeria soñbraba.
—Papá dice que volváis a por ella —escuchó Sofía al teléfono, con el corazón en pedazos. Valeria regresó llorando, humillada.
—Dijo que no me quieren —sollozó.
Con el tiempo, la niña maduró. Pero cuando Sofía conoció a Javier y decidió reabrir su corazón, Valeria amenazó con irse otra vez con Adrián.
—Vete, si es lo que quieres —respondió Sofía, conteniendo las lágrimas.
Esta vez, la niña se quedó. Aunque la relación seguía tensa, Sofía esperaba que, con el tiempo, su hija entendiera. Que el amor no se mide en euros, ni en promesas vacías, sino en los brazos que te recogen cuando el mundo te derriba.
Y en eso, ella nunca había fallado.