Eres la mujer más extraordinaria

Carmen se preparaba para ir al balneario. Jubilada hacía dos años, su hijo mayor, Alejandro, le había comprado el viaje y le dijo con cariño:

Mamá, tienes que ir y descansar. No me gusta cómo te veo, antes estabas más radiante y tranquila. No te preocupes por papá, se las arreglará. Él no te valora, y ya lo sé. Ahora entiendo que solo piensa en sí mismo. Miguel opina lo mismo, por cierto.

Ay, Ale, qué razón tienes. Yo creía que vosotros, mis hijos, no os dabais cuenta. Gracias, cariño. Por supuesto, iré. ¿Cuándo tendré otra oportunidad así? sonrió agradecida.

Cuando quieras. Miguel prometió que la próxima vez será él quien te pague el viaje contestó Alejandro riendo.

Sois los mejores hijos del mundo lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.

Mamá, tú también eres la mejor. Sabes que Miguel y yo siempre estaremos a tu lado. Si necesitas algo, cuenta con nosotros. ¿En quién más puedes confiar? dijo él, satisfecho. Bueno, me voy, no esperaré a papá. Tengo que recoger a Lucas de la guardería. Dale recuerdos a papá.

Carmen y Gregorio vivían en un pueblo, en su propia casa. Se casaron jóvenes, por amor, y criaron a sus dos hijos. Ahora, solos, la vida era distinta. O mejor dicho, Gregorio era distinto.

Ella llevaba dos años jubilada; él seguía trabajando. Antes, con el trabajo y las tareas de la casa siempre tenían un cerdo y gallinas, el tiempo volaba. Ahora, Gregorio llegaba, comía y se tiraba en el sofá. Solo arreglaba algo de vez en cuando.

Carmen fue al centro comercial de Zaragoza y se compró dos vestidos y una blusa. Iba al balneario, y su armario necesitaba renovación. Se probó las prendas frente al espejo, mientras Gregorio miraba sin interés.

Por mucho que te gires, no vas a estar más guapa. ¿A quién le importas? dijo él.

No juzgues por ti. No me visto nueva para impresionar, sino por dignidad.

Dignidad la mía. Pueblo fuiste, y pueblo serás.

Y tú, qué urbano. ¿Por qué te casaste conmigo?

Era joven e inexperto respondió, con tono de herirla.

Carmen ya estaba acostumbrada. Gregorio se había vuelto amargo, descontento con todo, no solo con ella. Aunque aún le gustaban las mujeres guapas; no dejaba pasar una. Ella sospechaba infidelidades, pero nunca lo comprobó.

Si un hombre quiere engañar, lo hará pensaba.

Aun así, sus palabras le dolieron. Guardó la ropa y se fue a la cocina. Allí, entre tareas, podía pensar, recordar, soñar.

Carmen era una mujer agradable. En su juventud fue guapa, y aún conservaba ese aire elegante. Nunca se cuidó mucho nada de salones de belleza, pero seguía siendo atractiva. Gregorio, en cambio, parecía más viejo y cansado.

Mientras cocinaba, reflexionaba:

Nos hemos convertido en extraños. Ni siquiera me da dinero, aunque cocino, limpio y hasta le compro ropa. Me trata como un mueble. Y soy una mujer, necesito cariño. Hasta dormimos separados.

Gregorio, efectivamente, era así. Desde que dejó de preocuparse por su esposa, ni se dio cuenta. Pero sí miraba a otras mujeres, coqueteaba y, quizá, las engañaba. Sin remordimientos.

A ellas las halaga, las abraza, incluso delante de mí. A mí no me valora pensaba Carmen.

Oye, tu Gregorio anda otra vez por Zaragoza. Tiene una amiguita le dijo su vecina Lola, seria.

¿Y tú cómo lo sabes? ¿Estuviste ahí? preguntó Carmen.

No, pero trabajo con él. Vino una tal Silvia, de contabilidad, muy mona. Y tu Gregorio no paraba de rondarla, la llevó a un bar Ya te imaginas. Las compañeras dicen que ahora se ausenta mucho.

Pues qué le voy a hacer respondió Carmen, fingiendo indiferencia, aunque por dentro ardía.

Lola se sorprendió:

Vaya desapego, Carmen. Yo no aguantaría. Le daría una lección

Dolía oír eso. Y más aún los insultos de Gregorio, con quien había compartido tantos años. Hubo amor una vez.

Finalmente, Carmen se fue al balneario. Le encantó. Conoció a sus compañeras de habitación, iban juntas a las terapias, las comidas Todo era paz.

Ni siquiera he pensado en Gregorio. Me he desconectado pensaba al acostarse.

A los tres días, un hombre agradable se acercó.

Buenas tardes. Me llamo Mateo. ¿Y usted? preguntó.

Carmen respondió, sonriendo.

Comenzaron a pasear juntos por las noches. Él le contó su vida:

Vivo solo desde hace cinco años. Mi esposa murió después de una larga enfermedad. Fuimos felices. Mi hija vive lejos, nos vemos poco.

Luego, Carmen habló de sí misma. Mateo la escuchaba con empatía, como si quisiera consolarla. Se sentían tan cercanos que no querían separarse.

Carmen notó que Mateo se enamoraba. Le gustaba todo de ella: su elegancia, su mirada cálida. La llamaba “Carmencita” y la colmaba de elogios.

Qué bien conservada estás. Es imposible no admirarte le decía.

Ella, sin darse cuenta, floreció. También se enamoró, de ese amor sereno que nace con los años. Gregorio le había hecho creer que ya no era atractiva, pero junto a Mateo se sentía viva, radiante.

Él era respetuoso, sin prisas. En esas dos semanas, Carmen rejuveneció.

Carmencita, desde que murió mi esposa, no había conocido a nadie como tú. Te quiero. Si tu matrimonio ya no funciona, divorciate. Casémonos. Dame tu número, te llamaré.

Fue difícil despedirse, pero Carmen, renovada, volvió a casa. Sus hijos la visitaron, felices por ella. Gregorio, en cambio, la miraba con recelo, demacrado. Sin duda, nadie le había cocinado bien.

Mateo llamaba cada día. Carmen hablaba con él a escondidas.

Pronto iré por ti. Arregla lo de tu marido le decía.

Sí, lo pensaré prometió ella.

Pero una noche, Gregorio entró en su habitación dormían separados, se arrodilló y, casi llorando, le dijo:

Carmen, sé que tienes a otro. Te escuché hablar. Pero no te dejaré ir. Eres mi esposa, te quiero. Nadie te amará como yo. Perdóname, olvida mis tonterías, mis groserías. Te necesito. Pensé que me celarías, pero ni eso ¿Tan poco te importo?

Carmen contuvo las lágrimas. ¿En realidad él había sufrido?

Gregorio la abrazó. Ella sintió ese calor antiguo y comprendió que aún lo amaba.

Luego llamó a Mateo y le pidió que no la contactara más. Al parecer, el primer amor es el que cuenta. Perdonó a Gregorio.

Ahora viven en paz. Él entendió que casi la pierde y cambió. Jamás la deja ir sola al balneario. Van juntos.

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Eres la mujer más extraordinaria