Era la opción secundaria.

**Diario de un hombre**

—¡María! ¿Qué estás haciendo? —gritó una mujer al teléfono, su voz temblaba por la indignación—. ¡Es mi boda, la mía! ¡Llevo esperando este día año y medio!

—Lucía, cariño, ¡tienes que entenderlo! —respondió la voz tranquila de su amiga—. Jorge me llamó anoche. ¡Él mismo! ¿Qué querías que hiciera? Fuimos novios en la universidad, tú lo sabes.

Lucía se dejó caer en el sofá, el teléfono temblaba en su mano.

—¡Pero la boda es el sábado! El vestido está comprado, los invitados confirmados, ¡el restaurante reservado! ¿Cómo has podido hacer esto, María?

—¿Qué iba a hacer? Me dijo que había cometido un error. Que me amaba a mí, no a ti. Lucía, lo siento, pero… el corazón tiene razones que la razón no entiende.

Lucía arrojó el teléfono al sofá y rompió a llorar. Fuera, la lluvia fina de octubre mojaba las calles de Madrid. En la mesa, la carpeta con los papeles del registro civil; en el armario, el vestido blanco que había comprado con lágrimas de felicidad.

Su madre entró en la habitación al escuchar el llanto, se sentó a su lado y la abrazó.

—¿Qué pasa, hija?

—Jorge… se casa con María —logró decir Lucía entre sollozos—. Van a firmar los papeles mañana. ¡Y nuestra boda era dentro de una semana!

Isabel movió la cabeza y apretó a su hija con más fuerza.

—No era el hombre para ti, Lucía. Mejor ahora que después.

—Pero ¿por qué, mamá? ¿Por qué siempre soy la segunda opción? —lloriqueó—. En el instituto, Pablo estuvo conmigo hasta que llegó la nueva. En la universidad, Sergio me cortejó tres meses y luego se fue con una compañera. Y ahora Jorge…

Isabel le acarició el pelo en silencio. Recordaba cómo Lucía brillaba de felicidad al probarse el vestido. Nunca le había gustado Jorge—demasiado perfecto, demasiadas palabras bonitas. Pero sus ojos… sus ojos estaban vacíos.

—Mamá, ¿qué hago ahora? ¿Cómo voy a mirar a la gente a la cara? ¡Todos sabían de la boda! La tía Carmen ya compró los billetes desde Sevilla, el tío Antonio pidió días libres…

—¿Qué haces? Sigues adelante. Eres joven, inteligente, guapa. Encontrarás a alguien que te quiera de verdad.

Lucía levantó los ojos llorosos.

—¿Y si no lo encuentro? Tengo veintisiete, mamá. Todas mis amigas están casadas, con hijos. Y yo… siempre la tonta que sigue ilusionándose.

—Lo encontrarás —dijo Isabel con firmeza—. Te lo prometo.

No le contó que ella misma había vivido algo parecido. Que también fue un plan B hasta que conoció al padre de Lucía—un hombre sencillo, ni rico ni guapo, pero que la amó hasta el último día.

El timbre de la puerta la sacó de sus pensamientos. Lucía se sobresaltó—¿y si era Jorge? ¿Y si se había arrepentido?

Era la vecina, doña Pilar, con un tarro de mermelada en la mano.

—¡Lucía, hija! Me enteré de lo que pasó… ¡No te merecía ese hombre! Ya lo vi la primera vez que lo conocí—mirada huidiza, manos sudorosas. ¡Ni hombre es!

—Doña Pilar, por favor… —susurró Lucía, exhausta.

—¡Te digo la verdad! Eres una chica trabajadora, buena. Pocas como tú. Él fue un tonto. Oye, tengo un sobrino, Javier. Divorciado, pero buen hombre. Trabaja en una fábrica, no bebe, adora a sus hijos. ¿Quieres que os presente?

Lucía negó con la cabeza.

—No, doña Pilar. Ahora no.

—Pues ya le hablaré de ti. A ver si se anima.

Después de que se marchara, Lucía se quedó junto a la ventana, mirando la lluvia. ¿Por qué siempre era el consuelo temporal?

En el instituto, Pablo, el capitán del equipo de fútbol, la eligió a ella—tímida, callada. Duró seis meses, hasta que llegó una chica nueva, Sofía, con vaqueros ajustados y maquillaje perfecto. Pablo la dejó con un «Encontrarás a alguien mejor».

En la universidad, Sergio, brillante, de buena familia, la cortejó tres meses. Hasta que confesó que tenía una prometida de su pueblo. «Fuiste algo pasajero», dijo. Esa frase le quemó siempre.

Y Jorge… apareció en una fiesta. Alto, guapo, ejecutivo. Le habló de matrimonio a los seis meses. «Eres la mujer con la que quiero envejecer», le dijo. Hasta que reapareció María, su ex, directora en una agencia, recién llegada de Nueva York. «Necesito a alguien más… ambiciosa», fue su excusa.

Al día siguiente, Lucía fue al hospital donde trabajaba de enfermera. Las miradas de lástima la seguían. Hasta que el doctor Javier Ruiz, cirujano de otro departamento, se acercó.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó, incómodo.

Era un hombre sencillo, de mirada amable. Le contó que también se había divorciado. Le mostró una foto de su hijo, Diego, de ocho años.

—¿Quieres ir al cine? —propuso—. Como amigos.

Fueron. Él llevó un ramo de margaritas. La película era una comedia; Lucía rió por primera vez en semanas. En el café, Javier habló sin filtros:

—Mi ex me engañó tres años. Me sentí un idiota. Pero al final… no éramos compatibles.

Lucía se sintió cómoda. Él no fingía, no usaba palabras grandilocuentes.

—Jorge dijo que yo no era lo suficientemente ambiciosa.

—Tonterías. Eres buena persona. Él es el que no vale.

Se siguieron viendo. Javier le presentó a Diego.

—¿Papá, la tía Lucía será nuestra mamá? —preguntó el niño una tarde.

Javier se ruborizó. Lucía se rio.

—Ya veremos.

Seis meses después, Javier le pidió que se casara con él. Sin grandes gestos, solo la verdad:

—Contigo me siento en casa.

En su boda íntima, Lucía llevó un vestido sencillo. Pero era feliz.

Un año después, Jorge llamó al hospital.

—Lucía, ¿qué tal? María y yo nos divorciamos. ¿Quedamos?

Ella miró su anillo de bodas y sonrió.

—No, Jorge. Adiós.

Colgó y volvió a casa, donde su familia la esperaba. Donde era la primera opción.

**Lección:** A veces, el amor verdadero no llega con fanfarrias, sino con margaritas y sinceridad. No hay que temer ser «el segundo plato» de alguien; al final, seremos el manjar principal para quien nos valore.

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MagistrUm
Era la opción secundaria.