Era la alternativa inesperada

—¡Lucía! ¿Qué estás haciendo? —gritó una mujer al teléfono, con la voz temblorosa de indignación—. ¡Sabes que esta es mi boda! ¡La mía! ¡Llevo esperando este día año y medio!

—Mari Carmen, cariño, ¡tienes que entender! —respondió la voz tranquila de su amiga—. Fue Iván quien me llamó anoche. ¡Él mismo! ¿Qué querías que hiciera, decirle que no? Ya salimos juntos en la universidad, lo sabes.

Mari Carmen se dejó caer en el sofá, el móvil temblaba en su mano.

—¡Pero la boda es el sábado! El vestido está comprado, los invitados confirmados, el restaurante reservado… ¡Lucía, cómo puedes hacerme esto!

—¿Y qué querías que hiciera? Me dijo que se había equivocado, que me amaba a mí, no a ti. Mari Carmen, lo siento, pero al corazón no se le manda…

Mari Carmen lanzó el teléfono al sofá y rompió a llorar. Fuera, la lluvia fina de octubre mojaba las calles de Madrid. Sobre la mesa, la carpeta con los papeles para el registro civil, y en el armario, colgado, el vestido blanco que había comprado con lágrimas de felicidad.

Su madre entró en la habitación al oír el llanto, se sentó a su lado y la abrazó por los hombros.

—¿Qué pasa, hija?

—Iván… Iván se casa con Lucía —logró decir Mari Carmen entre sollozos—. Mañana presentan los papeles en el registro. ¡Y nuestra boda era dentro de una semana!

Carmen, su madre, movió la cabeza y la apretó con más fuerza.

—Pues no era el hombre para ti, Mari Carmen. Mejor saberlo ahora que sufrir toda la vida.

—Pero ¿por qué, mamá? ¿Por qué siempre soy la segunda opción? —se quebró su voz—. En el instituto, Javier salió conmigo hasta que llegó la nueva. En la carrera, Álvaro me cortejó tres meses y luego se fugó con una compañera. Y ahora Iván…

Su madre acariciaba su pelo en silencio. Recordaba cómo Mari Carmen había preparado la boda, cómo brillaba al probarse el vestido. Nunca le había gustado mucho Iván; algo en él le inquietaba. Demasiado perfecto, demasiado elocuente. Pero sus ojos… sus ojos estaban vacíos.

—Mamá, ¿y ahora qué hago? ¿Cómo voy a mirar a la gente a la cara? ¡Todo el mundo sabe lo de la boda! La tía Rosario ya compró los billetes desde Zaragoza, el tío Manuel pidió días libres…

—¿Qué hacer? Seguir viviendo. Eres joven, guapa, inteligente. Encontrarás a alguien que de verdad te valore.

Mari Carmen levantó los ojos hinchados de lágrimas.

—¿Y si no lo encuentro? Ya tengo veintisiete, mamá. Todas mis amigas están casadas, con hijos. Y yo, como una tonta, yendo de cita en cita, esperando…

—Lo encontrarás —afirmó su madre con firmeza—. Sin duda.

Pero no le dijo lo más importante: que ella misma había vivido algo parecido. También fue el plan B de alguien hasta que conoció al padre de Mari Carmen, un hombre sencillo, sin belleza ni fortuna, pero que la amó de verdad hasta el último día.

El timbre de la puerta la sacó de sus pensamientos. Mari Carmen se sobresaltó: ¿y si era Iván? ¿Y si se había arrepentido?

Era la vecina, doña Pilar, con un tarro de mermelada en la mano.

—¡Mari Carmen, hija! Me he enterado… ¡No te pongas así! Ese Iván no vale nada. Ya lo vi desde el principio. Con esos ojos que no miran fijo, las manos sudorosas… Ni hombre es.

—Doña Pilar, por favor… —susurró Mari Carmen, cansada.

—¡Que sí, hija! ¡Hay que decir las verdades! Eres una chica trabajadora, buena, guapa. Pocas como tú quedan. Y él, un tonto por no verlo. Escúchame —la vecina se sentó al borde del sofá—. Tengo un sobrino, Fernando. Divorciado, sí, pero buen hombre. Trabaja en una fábrica, no bebe, adora a sus hijos. ¿Os presento?

Mari Carmen negó con la cabeza.

—No, doña Pilar. Ahora no estoy para esto.

—Bueno, pues yo se lo contaré igual. A lo mejor se anima.

Cuando se fue la vecina, Mari Carmen se quedó junto a la ventana, mirando la lluvia. Las preguntas giraban en su cabeza: ¿por qué siempre era el consuelo, el refugio temporal hasta que encontraban algo mejor?

En el instituto, se enamoró de Javier Torres, capitán del equipo de fútbol. Todas suspiraban por él, pero escogió a Mari Carmen, la chica callada de otra clase. Salieron seis meses; ella creyó que era amor verdadero. Hasta que llegó Marina, nueva, sofisticada, con vaqueros ajustados. En una semana, Javier la dejó.

—No te enfades —dijo, sin mirarla—. Somos jóvenes, esto no es serio. Tú mereces algo mejor.

Lloró dos semanas y juró no volver a enamorarse. Pero los juramentos se rompen fácilmente.

En la facultad de Enfermería, conoció a Álvaro Ruiz. Guapo, inteligente, de buena familia. Ella trabajaba en la biblioteca; un día, él le pidió ayuda para un libro. Empezaron a hablar. Álvaro quería ser médico, tenía sueños grandes. Ella pensó que quizá habría espacio para ella en ellos.

Pero, tres meses después, descubrió que llevaba un año escribiéndose con una chica de otra ciudad.

—Es que, Mari Carmen —farfulló él—, con Elena nos conocimos en el colegio. Nuestros padres prácticamente nos prometieron. Contigo fue solo… algo pasajero.

“Solo algo pasajero”. Esas palabras le dolieron cada vez que conoció a otro hombre.

Iván llegó hace año y medio, en el cumpleaños de una amiga. Alto, atractivo, ejecutivo en una multinacional. La cortejó con flores, cenas, regalos. A los seis meses, ya hablaban de boda.

—Eres la mujer con la quiero pasar mi vida —le dijo—. Eres buena, comprensiva, hacendosa. Conmigo estarás bien, te lo prometo.

Y ella lo creyó. Creyó que, por fin, había encontrado a su persona. Eligieron piso, planearon la luna de miel, soñaron con hijos. Hasta que Lucía, su ex de la universidad, volvió de un viaje a Estados Unidos. Primero eran menciones casuales. Luego, Iván trabajaba más, llamaba menos.

Y anoche llegó con el discurso preparado:

—Mari Carmen, eres una mujer increíble —empezó, y ella sintió el frío dentro—. Pero somos muy distintos. Tú eres hogareña, tranquila… yo necesito a alguien más… ambicioso.

—¿Como Lucía?

Él enrojeció.

—¿Cómo lo sabes?

—Ella misma me llamó hoy. Me felicitó por mi “liberación”.

—Lo siento. No quería que lo supieras así. Es que… pasó.

—Pasó —repitió ella—. Claro.

Iván recogió sus cosas y se fue, prometiendo devolverle el dinero del restaurante. Como si eso cambiara algo.

Al día siguiente, fue a trabajar en el hospital. Todos sabían lo de la boda cancelada. Las miradas de pena, los intentos de animarla. Hasta que el doctor Fernando López, de otro piso, se acercó en el comedor.

—Mari Carmen, ¿podemos hablar?

Era un hombre normal, de treinta y tantos, sin pretensiones.

—Oí lo de tu… situación. Si necesitas ayuda o alguien con quien hablar, aquí estoy.

Al año siguiente, cuando Iván llamó para decir que él y Lucía se habían divorciado, Mari Carmen solo sonrió, miró su anillo de boda y colgó, sabiendo que por fin había encontrado a alguien que la eligió desde el primer momento.

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MagistrUm
Era la alternativa inesperada