¿Entiendes? Se ha vuelto un verdadero descontrolado. Suspende todas las asignaturas y llega a casa a altas horas de la noche

**Diario Personal**

Hoy ha sido un día extraño. Todo empezó con la visita de mi amiga Alba. Hacía tiempo que no venía por aquí, y aunque me alegré de verla, noté algo raro en su mirada.

—Lidia, no sabes cómo agradezco que estés aquí —dijo mientras tomaba el café que le serví. Fuera, la lluvia otoñal caía suavemente sobre Madrid, pero en casa el ambiente era cálido y acogedor. Alba, como siempre, iba impecable: peinado cuidado, un discreto maquillaje y un vestido elegante. A sus cincuenta y ocho años, sabía cuidarse bien.

—Alba, no hace falta que me lo agradezcas. Llevamos más de veinte años de amistad. Cuéntame, ¿qué pasa con tu nieto Adrián? —pregunté, observando su expresión.

Alba suspiró y se llevó las manos a las sienes.

—Es que se ha vuelto imposible. Sus notas son desastrosas, llega tarde a casa y ayer encontré unas pastillas en su bolsillo.

—Dios mío —murmuré, llevándome una mano al pecho—. ¿Drogas?

—No lo sé. Quizá. Me asusté mucho. Él no me explica nada, solo me contesta mal. Dice que no es asunto mío.

Meneé la cabeza. Conocía bien a Adrián, el nieto de Alba, un chico de diecisiete años que quedó huérfano y vivía con ella. Antes era un niño obediente, pero últimamente se había vuelto hosco y distante.

—¿Y qué piensas hacer? —pregunté.

—Necesito dinero para un detective privado —respondió en voz baja—. Quiero saber con quién anda y dónde se mete. Tal vez se haya juntado con mala gente.

—¿Cuánto necesitas?

—Tres mil euros. Sé que es mucho, pero te lo devolveré en cuanto cobre la pensión.

Sin dudarlo, me levanté y fui al armario donde guardo mis ahorros. Alba era mi mejor amiga desde que trabajábamos juntas en la universidad. Cuando enviudé, ella estuvo ahí. Y cuando perdió a su hijo y a su nuera en un accidente de coche, dejando al pequeño Adrián a su cargo, fui la primera en ayudarla con los trámites y el dolor.

—Toma —le di el sobre con el dinero—. Y no hables de devolverlo. Si necesitas más, dímelo.

Alba lo cogió y me abrazó con fuerza.

—Eres la mejor —susurró—. No sé qué haría sin ti.

Pasamos horas en la cocina, hablando de la vida. Alba me contó lo difícil que era criar a un adolescente sola. Yo le di consejos, recordando cuando crié a mi hijo Javier.

—¿Y cómo está Javier? —preguntó Alba.

—Bien. Tiene una familia maravillosa y un trabajo estable, aunque apenas llama.

—Ya. Los hijos se van y cada uno sigue su camino.

Alba no se marchó hasta el anochecer. La acompañé al ascensor y me quedé pensativa al cerrarse la puerta. Esa noche, mientras veía la televisión, no podía dejar de pensar en Adrián. ¿De verdad se habría metido en drogas?

Al día siguiente, fui al médico para un chequeo rutinario. En la sala de espera, me encontré con mi vecina Carmen.

—Lidia, hace tiempo que no te veo —dijo—. ¿Todo bien?

—Sí, ayer vino Alba. Tiene problemas con su nieto.

—¿Alba? ¿La que viene en ese coche negro tan lujoso?

Me sorprendió. Alba nunca me había dicho que tuviera coche.

—¿Cómo lo sabes?

—La vi salir de tu portal. Un coche carísimo, seguro.

Fruncí el ceño. Si tenía un coche así, ¿por qué pedía dinero prestado? Tal vez no era suyo.

Una semana después, Alba llamó con buenas noticias.

—¡Lidia, no te lo vas a creer! Resulta que las pastillas eran vitaminas. Adrián va al gimnasio y toma suplementos, pero le daba vergüenza decirlo.

—Menos mal —suspiré aliviada—. ¿Y el detective?

—No lo necesité. Hablé con Adrián y me contó todo. Está enamorado de una chica de su clase.

Sonreí. Los adolescentes son complicados. Menos mal que todo había quedado en un susto.

—Te devolveré el dinero en una semana —añadió.

—No hay prisa.

Pero no me lo devolvió. Ni en una semana, ni en un mes. Cuando se lo recordé, Alba se excusó.

—Lidia, lo siento, he tenido gastos inesperados. Adrián necesita un profesor de matemáticas. Dame un poco más de tiempo.

No insistí. Tres mil euros no eran poca cosa, pero si era para su educación, valía la pena.

El invierno pasó sin más llamadas de Alba. En primavera, fui a visitar a Javier.

—Mamá, ¿te acuerdas de Alba? —preguntó durante la cena—. La vi en el centro, saliendo de una tienda de lujo. Iba como una millonaria.

Me quedé helada. Si tenía dinero para esas cosas, ¿por qué me pidió ayuda?

Al volver, busqué en internet. Las fotos de Adrián mostraban un chico feliz, con ropa cara y saliendo de discotecas. En una, aparecían él y Alba en un piso de lujo.

Decidí llamarla.

—Alba, ¿y el dinero?

—¿Qué dinero? —respondió fría—. Dijiste que era un regalo.

Me dejó sin palabras. ¿En serio se aprovechaba así de mí?

Un mes después, recibí un mensaje de una desconocida, Elena, vecina de Alba.

«Lidia, Alba lleva años engañando a gente con historias tristes para pedir dinero. No eres la única».

Quedé destrozada. No por el dinero, sino por la traición.

Jamás volví a saber de Alba… hasta que un abogado llamó.

—Alba está siendo juzgada por estafa. Su nombre aparece entre las víctimas.

Presenté una denuncia. No por los tres mil euros, sino por justicia.

El juicio duró año y medio. Alba fue condenada a devolver el dinero. Lo recuperé, pero no me sentí mejor.

Nada duele más que perder la confianza en alguien que creías tu amiga.

Ahora soy más cautelosa. Las verdaderas amistades no se basan en mentiras. Y aquellas que solo buscan aprovecharse, es mejor dejarlas ir.

A veces pienso en lo que pudo haber pasado si no hubiera descubierto la verdad. Tal vez habría perdido mucho más que dinero.

Pero al menos aprendí la lección a tiempo.

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MagistrUm
¿Entiendes? Se ha vuelto un verdadero descontrolado. Suspende todas las asignaturas y llega a casa a altas horas de la noche