Entendí lo que hice mal. Quería volver con mi exmujer, con quien compartí 30 años de mi vida, pero ya era demasiado tarde…

Al fin entendí lo que hice. Quería volver con mi exmujer, con quien viví treinta años, pero ya era demasiado tarde…

Tengo cincuenta y dos años. Y no tengo nada. Ni esposa, ni familia, ni hijos, ni trabajo. Absolutamente nada.

Me llamo Víctor. Pasé treinta años con mi mujer. Siempre me gané la vida para mantener a la familia, y ella se encargaba de la casa. No quería que trabajara. Me gustaba que estuviera en el hogar. Pero con el tiempo, empecé a irritarme.

Vivíamos juntos, nos respetábamos, pero el amor se apagó. Pensé que era normal. A mí me iba bien así. Hasta que todo cambió. Una noche, en un bar, conocí a Lucía. Veinte años más joven que yo. Guapa, amable, divertida… como un sueño hecho realidad.

Empezamos a vernos, y pronto se convirtió en mi amante. Dos meses después, ya no quería mentirle a mi esposa. No tenía ganas de volver a casa después del trabajo. Me di cuenta de que amaba a Lucía y quería casarme con ella.

Al poco tiempo, se lo confesé a mi mujer. No montó un escándalo. Se quedó callada. Pensé que ella tampoco me quería, por eso lo tomó con tanta calma. Pero ahora entiendo cuánto herí a Carmen.

Nos divorciamos. Vendimos el piso donde habíamos pasado tantos años juntos. Lucía insistió en que no le dejara nada a mi ex. Y así lo hice. Carmen se compró un estudio. Yo, con mis ahorros, compré un apartamento para Lucía.

No ayudé a mi ex, no le di un euro. Sabía que no tenía dinero y que no encontraría trabajo fácilmente. Pero en ese momento me daba igual. Mis hijos no querían hablar conmigo. Sentían que había traicionado a su madre y no me lo perdonaban.

Por entonces, eso no me importaba. Lucía estaba embarazada, y esperábamos con ilusión al bebé. Al poco, nació un niño. Pero el crío no se parecía ni a mí ni a Lucía. Mis amigos dudaban de que fuera mío. No quise escucharlos.

La vida con Lucía no fue bien. Tenía que trabajar mucho, ocuparme de la casa y del niño. Ella solo pedía dinero y siempre estaba de fiesta. En casa, todo era un desastre, nunca había comida hecha. Volvía a las tantas, oliendo a alcohol, y buscaba bronca por cualquier tontería.

Al final, perdí el trabajo. Estaba agotado, enfadado, y lo hacía todo mal. Así fueron tres años. Hasta que mi hermano, que nunca había confiado en Lucía y dudaba del niño, me obligó a hacer una prueba de ADN. Resultó que no era mi hijo.

Nos divorciamos en cuanto se supo la verdad. Para entonces, ya no tenía contacto ni con Carmen ni con mis hijos. Tras el divorcio, quise volver con mi primera esposa. Compré flores, vino, un pastel… y fui a su casa. Pero Carmen ya no vivía allí. El nuevo dueño me dio su nueva dirección.

Fui. Abrió la puerta un hombre. Resultó que Carmen había encontrado un buen trabajo y se había casado con un compañero. Era feliz, se le veía bien.

Un tiempo después, la vi en una cafetería. Le pedí que volviera a mi lado. Me miró como si fuera tonto y se fue. Ahora entiendo el error que cometí. ¿Qué quería? ¿Qué he ganado? ¿Por qué dejé a mi mujer por una chica joven?

Tengo cincuenta y dos años. Y no tengo nada. Ni esposa, ni trabajo, ni siquiera mis hijos me quieren hablar. Lo he perdido todo, lo que más me importaba. Y es culpa mía. Por desgracia, nunca podré arreglarlo…

Rate article
MagistrUm
Entendí lo que hice mal. Quería volver con mi exmujer, con quien compartí 30 años de mi vida, pero ya era demasiado tarde…