**Diario de Lola**
Hoy ha sido el día más difícil de mi vida. Todo comenzó cuando mi hermana, Carmen, llegó de Madrid con esos papeles fríos sobre la mesa de la cocina.
—¿Lola, qué te pasa? —Su voz temblaba de indignación—. ¿Cómo puedes hacerme esto? ¡Somos hermanas de sangre!
Carmen ni siquiera levantó la vista.
—¿Qué esperabas? ¿Que me quedara quieta mientras arruinabas la casa de nuestros padres?
—¿Arruinarla? —Agarrada al respaldo de la silla, sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies—. ¡Yo cuidé esta casa treinta años después de que ellos murieran! ¿Y tú? ¿Dónde estabas?
—Trabajando —espetó, al fin mirándome con esos ojos fríos—. Ganándome la vida. No como tú, viviendo de ellos hasta los cuarenta.
Mis manos temblaban al ver aquellos papeles.
—¿Es… el testamento de verdad?
—Sí —respondió secamente—. Mamá me dejó la casa. Entera. Tú puedes buscarte otro sitio.
—Pero ¿cuándo…? ¡Estaba enferma, en sus últimos meses apenas recordaba nada!
—Por eso vine. Alguien tenía que ocuparse de sus asuntos mientras tú corrías con pastillas y médicos.
No la reconocía. Carmen siempre fue dura, práctica, pero nunca creí capaz de tanta crueldad. Menos ahora, cuando aún no ha pasado ni un mes desde el entierro.
—Carmen, hablemos como personas —intenté suavizar la voz—. Entiendo que mereces parte de la herencia, pero ¿echarme…?
—Nadie te echa. Puedes alquilar una habitación. Por un precio razonable, claro.
—¿Alquilar en la casa donde crecimos? ¡No puede ser!
—La propiedad es la propiedad.
Recorrí la cocina. Cada rincón guardaba un recuerdo: la maceta de geranios que mamá regaba cada mañana, los tarros de mermelada que hacíamos juntas cada otoño…
—¿Recuerdas lo que decía mamá? Que esta casa debía quedarse en la familia…
—Tú no tienes hijos —cortó ella—. Yo sí: Javier y Sofía. Y ellos la heredarán.
—¡Tus hijos ni siquiera vinieron al funeral!
Carmen encendió el fogón para el té.
—Lo siento, Lola. Pero la justicia es la justicia.
Al día siguiente, fui al notario. La mujer que atendió frunció el ceño al recordar:
—Sí, la señora mayor vino con su hija. La ayudaba a responder. Nada irregular, pero… era extraño.
El abogado fue claro: “Demostrar coerción es difícil. Y costoso”.
Ahora, frente al álbum de fotos, veo nuestra infancia: jugando bajo el olivo del patio, el día que Carmen se graduó… ¿Cuándo se volvió tan distante?
Mañana presentaré la demanda. No por dinero, sino porque esta casa es más que ladrillos. Es el lugar donde mamá nos abrazaba diciendo: “Esto es para las dos”.
Incluso si tengo que pelear contra mi propia hermana.