Llevo cuatro años casada y, durante todo este tiempo, mi marido ha sido un compañero perfecto, ni siquiera recuerdo peleas serias entre nosotros.
Últimamente hemos estado pensando en tener un hijo, lo intentamos, lo planeamos, pero por ahora sin resultados. El problema son mis desequilibrios hormonales, pero ni por eso he recibido reproches de mi esposo. Decidimos que, si no podemos tener hijos biológicos, consideraríamos la adopción.
Creía que teníamos una familia casi perfecta, aunque nos faltaba algo de pasión en la relación, por eso no era del todo ideal.
Tengo una buena amiga, ella aún no tiene familia, así que pasamos mucho tiempo juntas, especialmente yendo de compras. Mi amiga es guapa, cuida su apariencia, va al gimnasio y además gana bien. Mi marido también la conoce, van al mismo gimnasio, pero no coinciden mucho porque sus horarios son distintos.
No soy celosa y confiaba en mi marido… hasta lo que pasó. Cerca de la hora en que él volvía del gimnasio, salí a comprar pan para la cena. Entre los pasillos del supermercado me encontré con una escena desagradable: mi marido no solo coqueteaba con mi amiga, sino que la abrazaba levemente. Al verme, se separaron rápido, pero lo que vi fue suficiente. Me eché a llorar y salí corriendo, mientras él me seguía.
En la calle, mi esposo insistía en que no hubo ningún abrazo, solo estaban cerca y yo me lo imaginé. Lo explicó con tanta convicción que casi le creí, pero al final no pude.
Al llegar a casa, hice las maletas y me fui a casa de mis padres. No les dije nada, tienen carácter y mi padre seguro habría ido a enfrentarse a él. Por ahora sigo con ellos, intentando decidir qué hacer. No hay una razón fuerte para divorciarnos, pero tampoco puedo decir con seguridad que lo amo. Mi amiga también me llama, pero no quiero hablar con ella, quién sabe qué dirá. Si empieza a convencerme de que todo fue mi imaginación, temo que solo empeorará las cosas. Ya no confío en ella, quizás solo intenta salvarse a sí misma.