**Encuentro inesperado: la verdad que abrió los ojos**
Lucía partió en un viaje de trabajo a Sevilla. Se alojó en un hotel y se sumergió de lleno en sus obligaciones: reuniones, negociaciones, tareas. Al caer la noche, agotada, apenas podía mantenerse en pie. Le escribió a su marido:
—Todo bien. Muerta de cansancio. Me voy a dormir.
Alberto respondió al instante:
—Yo también. Ayudando a mis padres con la reforma, no es broma.
Tras darse un baño, Lucía se acostó y cayó rendida. Pero a la mañana siguiente, al salir de su habitación, se topó con la última persona que esperaba ver.
—¡Alberto! —exclamó, desconcertada—. ¿Qué haces aquí?
—¡Sorpresa! —sonrió él con timidez—. Decidí venir a verte…
No terminó la frase. La puerta de la habitación de Lucía se abrió, y apareció Javier, su compañero de trabajo, con quien mantenía algo más que una relación profesional.
Lucía no daba crédito. Nunca imaginó que se enredaría en un romance, pero no pudo resistirse a Javier: atento, amable, lleno de halagos. Alberto, siempre ocupado, frío y distante. Su hijo adolescente, Pablo, se había distanciado. Lucía se sentía sola, invisible.
Y entonces llegó él: juventud, interés, miradas que la hacían sentir deseada. Javier era soltero, más joven. En ese viaje se alojaron juntos, aunque Alberto ni siquiera preguntó adónde iba. Él solo mencionó que iría a ayudar a sus padres con la reforma.
Aquella noche cenaron juntos, rieron, se sintieron libres. Lucía pasó la noche en su habitación. Le escribió a su marido que estaba agotada y se iba a dormir. Pero a la mañana siguiente…
…se encontraron en el pasillo. Alberto salía de la habitación contigua, acompañado de una rubia espectacular de unos veintisiete años.
—¿Qué demonios pasa aquí? —gritaron ambos al unísono.
—¡Se suponía que estabas con tus padres! —estalló Lucía.
—¡Y tú con tu compañero! —rugió Alberto—. ¿Por qué te llama “amor”? ¿Pasaste la noche con él?
—¿Y tú? ¿Quién es esta?
—Ella vive aquí. Vine a verla. Ahora, recoge tus cosas. Nos vamos.
En ese momento, Lucía recibió un mensaje de Javier: *«Me voy. Los líos no son lo mío. Suerte.»*
Con las manos temblorosas, recogió sus pertenencias. El viaje de vuelta fue un suplicio. Alberto no dejaba de sermonearla:
—No pensé que fueras capaz de esto. Eres madre, esposa… Es una traición.
—¿Traición? ¿Y tú? Los dos tenemos la culpa, Alberto. Y sinceramente, no sé si vale la pena salvar este matrimonio.
—No quería divorciarme. Solo… necesitaba algo nuevo. Pero estoy dispuesto a olvidarlo todo. Por la familia. Por Pablo.
Lucía guardó silencio. Sabía que el amor se había esfumado. Si aún existiera, ni ella habría caído con Javier, ni él con esa mujer.
—No nos queremos —dijo al fin—. Esto ya no es una familia. Dos infidelidades son el final. Separémonos en paz. Repartiremos el piso. Pablo lo entenderá.
Alberto respiró hondo:
—No esperaba que lo aceptaras así… Pensé que te aferrarías, llorarías.
—Se acabó, Alberto. No guardo rencor. Simplemente, ya no somos los mismos.
—Bien. Quédate tú con el piso y Pablo. Yo me alquilaré algo, luego compraré. No es problema.
Lucía se sorprendió. La generosidad de su marido era insólita. No era tacaño, pero ese gesto resultaba inesperado.
—Gracias.
Pasó un año.
Lucía volvía del trabajo. Otoño, hojas secas, brisa fresca. Amaba esa época.
—¡Lucía! ¡Hola! —la voz le resultó familiar.
—¿Alberto? ¿Qué haces por aquí?
—Estaba cerca, quise pasear. ¿Cómo estás? ¿Y Pablo?
—Bien. Tiene una novia con el pelo morado… Modas, supongo. A veces vienen a casa. ¿Y tú?
—Solo. Trabajando, ahorrando para la hipoteca. Te he echado de menos… ¿Recuerdas cuando nos perdimos en la playa y bebimos cava bajo las estrellas?
—Lo recuerdo… Lo recuerdo todo, Alberto.
Caminaron largo rato por el parque. De pronto, los rencores se desvanecieron. Solo ellos dos, sin reproches, sin dolor.
—Lucía, te extrañaba… Pero temía decírtelo. Pensé que me rechazarías.
—Yo también te extrañé. Creí que la libertad me haría feliz, pero… solo hay vacío.
—¿Volvemos a casa? —preguntó él en voz baja.
—Vamos, mi vida. Empecemos de nuevo. Quizá hasta cuidemos juntos a los nietos… aunque tengan el pelo morado.
Lucía rio y le tendió la mano.
Comenzar de nuevo… A veces, es justo lo que hace falta.