Encuentro con su ex esposa le hace verde de envidia.

Luis se encontró con su exesposa, y de la envidia sus mejillas se tornaron literalmente verdes. Cerró la puerta del frigorífico con tanta fuerza que todo lo que había dentro tembló por el golpe. Uno de los imanes que colgaban de la puerta se desprendió con un sonido y cayó al suelo.

María se encontraba frente a él, pálida, con las manos apretadas en puños.
— ¿Te sientes mejor ahora? — exhaló ella, levantando el mentón.
— Me tienes hasta aquí, — estalló Luis, aunque intentaba hablar con calma. — ¿Qué clase de vida es esta? Sin alegría, sin futuro.
— ¿O sea que otra vez es culpa mía? — sonrió amargamente María. — Claro, nada es como en tus sueños.

Luis quiso decir algo, pero solo hizo un gesto con la mano. Abrió una botella de agua mineral, dio un sorbo directamente de ella, y la dejó sobre la mesa sin cuidado.
— Luis, no te quedes callado, — dijo María con voz temblorosa. — Di de una vez qué es lo que no te gusta.

— ¿Qué hay que decir? — sonrió sardónicamente. — Estoy harto de todo esto. ¡Al diablo!
Se miraron en silencio durante algunos segundos. Finalmente, María inhaló profundamente y se dirigió al baño. Luis se dejó caer pesadamente en el sofá. Detrás de la puerta se escuchó el sonido del agua corriendo— María abrió el grifo, tal vez para ahogar sus propias lágrimas. Pero a él no le importaba.

Una vida convertida en rutina

Se casaron hace tres años. Primero vivieron en el piso de María, que había recibido de sus padres, y luego se mudaron a la casa de campo, traspasando el piso a su hija. Vivían en una vivienda amplia, pero sin reformar, cuyos muebles todavía recordaban a las épocas pasadas.
Al principio, Luis estaba satisfecho: el centro de la ciudad, una ubicación conveniente cerca del trabajo. Pero con el tiempo, todo comenzó a irritarlo. A María le gustaba su “fortaleza familiar” con los empapelados marrones y el antiguo aparador heredado. Luis veía en ello un estancamiento.

— María, dime claramente, — repetía. — ¿No te gustaría cambiar este horrible linóleo amarillo? Renovar el interior, modernizarlo.
— Luis, ahora no tenemos dinero extra para reformas, — respondía tranquilamente ella. — También sueño con cambios, pero esperemos a la paga extra.
— ¿Esperar? Esa es toda tu filosofía: aguantar y esperar.
Luis recordaba a menudo cómo se enamoró de María. En aquel entonces, ella era una estudiante humilde, sus sinceros ojos azules y dulce sonrisa lo encantaban. Le decía a sus amigos: “Es un capullo que aún florecerá”. Pero ahora parecía que la flor nunca se abrió y ya se marchitó.

María no se consideraba insignificante. Simplemente vivía como creía conveniente, disfrutando de las pequeñas cosas— una taza de té con menta, una servilleta nueva, una tarde tranquila con un libro. Pero Luis veía en todo esto un estancamiento y rutina.

No tenían prisa por divorciarse— Luis no quería volver con sus padres, y vivir separados aún no era posible. La madre de María, Carmen, siempre estaba del lado de su nuera:

— Hijo, María es una buena chica. Deberías alegrarte de tener un piso.
— Mamá, ¡no entiendes nada! — se irritaba Luis.
Su padre solo movía la mano:
— Que él mismo lo solucione.
En casa, Luis se enfriaba cada vez más: “Ella es como una sombra, como un fantasma gris…”, pensaba. En una de las discusiones, exclamó:
— ¡Veía en ti una hermosa flor! ¿Y ahora qué? Vivo con un capullo congelado…

Fue entonces cuando María lloró por primera vez en muchos meses.
Y aquel día, cuando todo finalmente se rompió, Luis murmuró:
— María, estoy cansado.
— ¿De qué? — preguntó ella.
— De esta vida, de la rutina interminable.

María tomó su bolso y se fue. Luis esperaba que volviera y le pidiera que se quedara, pero ella salió con calma:
— Tal vez realmente te conviene vivir separado. Vete.
Luis explotó:
— ¡No me iré!
— Este es el piso de mis padres, — dijo María fríamente. — Y ya no quiero vivir con alguien para quien solo soy una carga.
Luis no tuvo otra opción — se fue. Semanas después, su divorcio quedó oficialmente registrado.

El encuentro que lo cambió todo

Pasaron tres años. Luis aún vivía con sus padres, intentaba iniciar una nueva vida, pero la suerte no le sonreía. El trabajo le daba poco dinero, y solo crecían pequeñas alegrías.
Una tarde de primavera, paseando por la calle, pasó por una cafetería y, al mirar por la ventana, se detuvo congelado. En la puerta estaba María.
Pero no era la misma María que recordaba. Ante él se encontraba una mujer segura de sí misma, con un peinado impecable, un elegante abrigo y un juego de llaves de coche en la mano.

— ¿María? — dijo Luis con sorpresa.
Ella se dio la vuelta, lo reconoció y sonrió.
— ¿Luis? ¡Hola! ¿Cómo estás?
— Pues… normal, — murmuró él, sin poder apartar la mirada de ella.
— ¿Todo va bien contigo? — preguntó ella tranquilamente.
— Parece que tú estás mejor… ¿Y el trabajo, como siempre?

— No, abrí mi propio estudio de flores. Fue aterrador, pero… encontré a alguien que me apoyó.
— ¿Quién es?
Desde una mesa en el café se levantó un hombre alto con un abrigo caro y abrazó suavemente a María por los hombros:
— Cariño, ya hay una mesa libre, ¿vamos?
— Luis, te presento a Javier, — dijo María dirigiéndose a él. — Nos alegró verte.

— Me alegro por ti, — dijo en voz baja Luis, sintiendo cómo la dura envidia le oprimía por dentro.
— Gracias, — respondió serenamente María.
Javier asintió, y juntos entraron al café, dejando a Luis parado en la fría acera.
En su momento dijo: “Vivo con un capullo congelado”. Pero el capullo floreció. Simplemente no a su lado…

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Encuentro con su ex esposa le hace verde de envidia.