Encontré la ocasión perfecta para declararme. Relato Gracias de corazón por vuestro apoyo, por vuestros “me gusta”, por el interés y los comentarios sobre mis relatos, por seguirme y, ¡MIL GRACIAS de parte mía y de mis cinco GATUNOS por vuestras donaciones! ¡Compartid, por favor, los relatos que os gusten en redes sociales, también es un gesto muy bonito para el autor! —¿Tu hija quería un perro de raza? —preguntó un día un vecino a una mujer. —Quería, pero no nos sobra el dinero, ya sabes que vivimos solas —contestó la mujer, pero el vecino sonrió ampliamente—. Te lo regalo, venid a verlo. Justo entonces, Polina, la hija, ya había vuelto del cole y al oírlo, se puso pesada: —¡Mamá, vamos, es gratis! ¡Yo lo saco a pasear y prometo sacar solo sobresalientes, mamá! —¡Ay, Anatolio, menudo eres! Me alborotas a la niña y luego a ver cómo arreglo yo esto —se quejó Marina. —Mujer, mírame primero y luego te enfadas. Que yo soy buen hombre, trabajador y cumplidor. En todo correcto, solo que me falta compañía. —Anda, Anatolio, ¿qué me voy a fijar yo en ti? Si te conozco de toda la vida. ¡Si te saco como siete años! Cuando yo acabé el colegio tú estabas en primaria, ¡anda ya! —cada vez más molesta, dijo Marina. —Pero ahora ya estamos igualados, mira, solo te saco una cabeza y además soy más fuerte —dijo Toli mientras abrazaba a Marina. —¡Mira, Polina, lo alto y fuerte que soy comparado con tu madre! —Sí, pero en inteligencia vas regular, que te pones cariñoso delante de la cría —Marina logró escaparse del abrazo. —Eso digo yo, me haces falta tú, tan lista, y aquí estoy, suspirando —dijo Anatolio, sonriendo con ternura. —¡Venga ya, vamos a lo del perro o no! —dijo Polina, casi lloriqueando. —Eso, eso, ¿dónde vas a encontrar uno así? Y encima gratis, bonito, con manchitas… Y la historia que tiene… Venid, que os enseño —la voz de Anatolio era tan misteriosa, que Polina ya no soltaba la mano de su madre. —Ay, mamá, ¡prometiste! Anatolio vio la indecisión en los ojos de su vecina y, nervioso, insistió: —¿Qué, arranco el coche? ¡Está aquí cerca, no os vais a arrepentir! Marina, mirando de reojo al vecino, suspiró y le dijo a su hija: —Vale, dicen que es pequeño, pero ya sabes, ¡como me vengas luego con malas notas… Polina estuvo todo el camino preguntando: —¿Y el perro es juguetón? ¿Cómo se llama? ¿Falta mucho, tío Toli? Al fin llegaron a una casa antigua. —Es el piso de mi difunta madre, me lo dejaron mal al alquilarlo. No os asustéis si está sucio, lo descubrí ayer cuando pasé a cobrar… Y, efectivamente, el piso era un caos. En medio de sacos de arroz, cajas de galletas vacías y latas de conserva aplastadas, estaban, achuchaditos juntos, una gata gris de ojos amarillos y un perrito peludo. Sucios, desaliñados, pero, como se descubriría, con más corazón que sus antiguos dueños, que les dejaron allí encerrados. —Mira cómo están —empezó Anatolio, entre nervioso y aliviado—. Llevaba un mes sin venir, y me encontré esto. Las vecinas contaron que las inquilinas, dos chicas jóvenes, se habían largado sin pagar, abandonando a los animales como si nada. Así quedaron, pobres, encerrados sin saber si alguien vendría a salvarles. Sin comida ni agua, solos en el piso. —¿Y cómo sobrevivieron? —preguntó horrorizada Polina. Las señales de su lucha estaban por todo el piso. Entre los dos, se comieron todo lo que pudieron encontrar: galletas, caramelos, pasta cruda, incluso copos de avena. De milagro lograron abrir latas de carne y bolsas de leche condensada que dejaron las chicas. ¡Cualquier cosa comestible desapareció! Lo más increíble fue el agua. Parece que la gata sabía abrir el grifo del baño, o lo hizo por accidente. Y tuvieron suerte de abrirlo poco porque si no, habrían inundado el bloque… Anatolio sabía que eran animales especiales. Polina enseguida quería cuidarlos y, con el pienso que trajo Anatolio, los alimentaron al momento. Hasta Marina se emocionó y se le escaparon unas lágrimas. —Ves, Marina, no me equivoqué— susurró Anatolio —eres buena persona. Mira, ¿por qué no nos llevamos a los dos? Y, ya que estamos, ¿te quieres casar conmigo, Marina? No me casé nunca porque esperaba a alguien así. Si te casas conmigo, viviremos estupendamente. Tengo coche, dos pisos, uno para cuando Polina sea mayor y otro para alquilar. ¡Anda, vente conmigo! ¡Formaremos una familia feliz, tendrás un hogar y hasta mascota! ¿Qué me dices, Marina? A lo mejor hasta tenemos más hijos… ¡Y la gata y el perro ya los tenemos, como en cualquier familia decente!  —¡Dile que sí, mamá! —gritó Polina, sin entender del todo la conversación del tío Toli. Anatolio se rio: —¡Mira, todos están de acuerdo, solo faltas tú! —Ay, Toli, ¿estás de broma? —Marina, de pronto, se sonrojó. Lo cierto es que el vecino tenía su encanto y era muy bueno… Nunca pensó Marina que alguien se la iba a querer llevar al altar, pero al imaginarse, hasta el corazón le latió más rápido. —Déjame pensarlo, a ver si vas en serio, ¡qué tentador eres! —dijo Marina, coloradísima. —Piensa lo que quieras, aquí no somos orgullosos. Yo mientras me llevo a la gata, y a ti y a Polina os dejo el perro, ¿vale? Mañana Misi y yo venimos a por la respuesta, así que Barbas, ¡pon un poco de orden en casa! —le dijo Anatolio al perrito, que ladró contento. Anatolio convenció a Marina para casarse con él Al mes celebraron la boda en todo el bloque. Prepararon en casa de Marina, pero pusieron las mesas en la de Anatolio, que tenía más sitio de soltero. Misi y Barbas no se separaron nunca de sus nuevos dueños: los animales ya sabían que estaban con gente buena. Al año, Marina y Toli tuvieron mellizos: Sonia y Alejo. Misi y Barbas ya tenían tarea: cuidar de los pequeños. En una familia grande siempre hay trabajo para todos. Y lo más bonito, en una familia grande y unida, ¡la felicidad también se multiplica! Alegría para los niños y para los animales ¡Y más aún cuando hay perro y gato en casa!

Querido diario,

Hoy me siento agradecida y emocionada, así que tengo que dejar constancia de este día. Gracias por todo el apoyo, los ánimos, los comentarios a mis historias y, por supuesto, por vuestra generosidadsois muchos los que os habéis volcado conmigo y con mis cinco gatos castizos.

Compartid, por favor, estos relatos si os tocan el corazón; a una le hacen muy feliz esos gestos.

– ¿Tu hija quería un perro de raza? preguntó un día el vecino.

– Quería, pero no hay dinero de sobra, Pedro… Ya ves que solo salimos adelante mi niña y yo le contesté. El vecino solo sonrió y añadió: Pues te lo regalo, vente conmigo.

Como suele pasar, mi hija Lucía ya había vuelto del colegio. Al oírlo, se aferró a mi brazo:

¡Mamá, vamos, es gratis! ¡Yo lo voy a cuidar, lo prometo! ¡Sacaría sólo dieces, mamá!

¡Pero Pedro! ¿No tienes otra cosa que hacer? Aquí tienes a la niña en un sinvivir y a mí abrumada le solté medio enfadada.

Mujer, Emilia, échame un vistazo primero y luego te enfadas, si quieres. Soy buen tipo, trabajo y no tengo vicios, solo que… estoy solo.

Ay, Pedro, ¿qué me vas a contar? Si te conozco como si te hubiera parido. Te saco siete años y cuando yo terminé el instituto tú estabas con las tablas de multiplicar, anda ya…

Eso era entonces. Míranos ahora, solo te gano en altura… y un poco en fuerza Pedro se acercó y me rodeó suavemente los hombros.

Lucía, mira qué alto y fuerte soy junto a tu madre…

Pero menos de cabeza, que la abrazas delante de la niña logré zafarme.

Eso es lo que me falta, alguien tan lista como tú. Por eso estoy aquí, dándole vueltas suspiró Pedro.

¡Venga, basta ya! ¿Nos llevas o no a ver al perrito? Lucía, con voz medio llorosa.

Es que este no lo vais a encontrar ni pagándolo, es precioso, con sus manchitas… Y anda que no tiene historia, venid, os la cuento puso Pedro un tono misterioso, mientras Lucía, entrelazando mi mano, insistía:

¡Mamá, dijiste que sí!

Vi en sus ojos el titubeo y Pedro se apresuró:

Venga, ¿arranco el coche? Está cerca, no os vais a arrepentir.

Le eché una mirada de soslayo, resoplé y finalmente le dije a Lucía:

Vale, dicen que es pequeño, pero menos notas bajas, ¿eh?

Durante el camino, mi hija no paraba:

¿Es simpático? ¿Cómo se llama? ¿Llegamos ya, tío Pedro?

Al fin, llegamos a un piso antiguo.

Era de mi madre, que en paz descanse. Lo alquilaba, pero mira qué disgusto. No pude limpiar; me he encontrado el percal ayer, cuando fui a cobrar el alquiler…

Dentro nos encontramos un desastre: suciedad por todas partes.

Entre bolsas de arroz esparcidas, cajas de galletas vacías y latas oxidadas apestando, se acurrucaban, hombro con hombro, un gatito gris de ojos ámbar y un perro pequeño y desaliñado.

Fueron abandonados por las últimas inquilinas, dos chicas jóvenes, que se marcharon dejando a los animales encerrados sin agua ni comida.

¿Cómo sobrevivieron? susurró Lucía con asombro.

Por todo el piso quedaban las huellas de su batalla por sobrevivir. Se habían comido lo poco que había: galletas, caramelos, macarrones crudos, copos de avena secos… Hasta abrieron una lata de fabada que quedaba por ahí, y compartieron la leche condensada vencida que encontraron. ¡Todo lo que pudieron!

Pero lo peor era el agua. Por suerte, el gato supo abrir el grifo del baño o se abrió solo y, milagrosamente, solo goteaba, así que no inundaron a los vecinos de abajo… aunque igual se hubiera arreglado antes todo.

Ya se me estaba encogiendo el corazón cuando Lucía corrió a acariciar y dar de comer a esos dos pillos, gracias a la comida que Pedro había traído consigo. Hasta yo, que pensaba no llorar por más que pasara, acabé con los ojos húmedos.

Pedro, bajando la voz, me susurró mientras la niña seguía distraída cuidando a los animales:

Si ya lo sabía, Emilia, eres una mujer de las de verdad, buena y generosa. Escúchame: ¿Nos llevamos a los dos a casa? Y de paso, ¿te casas conmigo? No he encontrado a nadie como tú. Tengo coche, dos pisos, Lucía tendrá su sitio cuando se haga mayor, y el otro lo alquilamos (¡a inquilinos serios, claro!). ¿No te gustaría formar una familia conmigo? Tal vez tengamos más niños, viviremos bien, con gato y perro incluidos, como en las mejores casas de la ciudad. Venga, anímate, Emilia.

¡Dile que sí, mamá! gritó Lucía, sin llegar a comprender todo el alboroto de los mayores.

Pedro se echó a reír:

¡Mírala, ya tienes la aprobación de todos! Anímate…

Me puse nerviosa, lo confieso. Pedro siempre me había gustado, y me demostró ser bueno de corazón, cuidando de aquellos animales como si fueran suyos. En realidad, nunca pensé que a mi edad volvería a recibir una proposición.

Déjame pensarlo, si no es broma me sonrojé.

Pues piénsatelo. Somos de barrio, sin orgullos tontos: me llevo al gato y a vosotras os dejo el perrito, como Lucía quería. Y mañana volvemos con la respuesta. ¡Mira que poner la casa bonita, Trasto! le dijo al perro, que ladró como si estuviera de acuerdo.

Al final me convenció Pedro. Dije que sí, y un mes después celebramos la boda en el portal, rodeados por todos los vecinos.

Cocinamos en mi casa y comimos en la suya, que era más grande para el banquete. Misi y Trasto, nuestros inseparables, no se apartaban de nosotros, como si supieran que estaban, por fin, donde debían.

Un año después llegaron los mellizos: Jimena y Alejandro. Ahora Misi y Trasto tienen trabajo de sobra, cuidando a la tropa de niños en esta gran familia, donde todos encontramos nuestro sitio.

Y, sobre todo, en una casa grande, llena de amor y travesuras, la felicidad se multiplica.

Los niños son felices, los animales también… y yo más que nunca. Sobre todo teniendo a nuestro Misi y a Trasto compartiendo la alegría del día a día.

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MagistrUm
Encontré la ocasión perfecta para declararme. Relato Gracias de corazón por vuestro apoyo, por vuestros “me gusta”, por el interés y los comentarios sobre mis relatos, por seguirme y, ¡MIL GRACIAS de parte mía y de mis cinco GATUNOS por vuestras donaciones! ¡Compartid, por favor, los relatos que os gusten en redes sociales, también es un gesto muy bonito para el autor! —¿Tu hija quería un perro de raza? —preguntó un día un vecino a una mujer. —Quería, pero no nos sobra el dinero, ya sabes que vivimos solas —contestó la mujer, pero el vecino sonrió ampliamente—. Te lo regalo, venid a verlo. Justo entonces, Polina, la hija, ya había vuelto del cole y al oírlo, se puso pesada: —¡Mamá, vamos, es gratis! ¡Yo lo saco a pasear y prometo sacar solo sobresalientes, mamá! —¡Ay, Anatolio, menudo eres! Me alborotas a la niña y luego a ver cómo arreglo yo esto —se quejó Marina. —Mujer, mírame primero y luego te enfadas. Que yo soy buen hombre, trabajador y cumplidor. En todo correcto, solo que me falta compañía. —Anda, Anatolio, ¿qué me voy a fijar yo en ti? Si te conozco de toda la vida. ¡Si te saco como siete años! Cuando yo acabé el colegio tú estabas en primaria, ¡anda ya! —cada vez más molesta, dijo Marina. —Pero ahora ya estamos igualados, mira, solo te saco una cabeza y además soy más fuerte —dijo Toli mientras abrazaba a Marina. —¡Mira, Polina, lo alto y fuerte que soy comparado con tu madre! —Sí, pero en inteligencia vas regular, que te pones cariñoso delante de la cría —Marina logró escaparse del abrazo. —Eso digo yo, me haces falta tú, tan lista, y aquí estoy, suspirando —dijo Anatolio, sonriendo con ternura. —¡Venga ya, vamos a lo del perro o no! —dijo Polina, casi lloriqueando. —Eso, eso, ¿dónde vas a encontrar uno así? Y encima gratis, bonito, con manchitas… Y la historia que tiene… Venid, que os enseño —la voz de Anatolio era tan misteriosa, que Polina ya no soltaba la mano de su madre. —Ay, mamá, ¡prometiste! Anatolio vio la indecisión en los ojos de su vecina y, nervioso, insistió: —¿Qué, arranco el coche? ¡Está aquí cerca, no os vais a arrepentir! Marina, mirando de reojo al vecino, suspiró y le dijo a su hija: —Vale, dicen que es pequeño, pero ya sabes, ¡como me vengas luego con malas notas… Polina estuvo todo el camino preguntando: —¿Y el perro es juguetón? ¿Cómo se llama? ¿Falta mucho, tío Toli? Al fin llegaron a una casa antigua. —Es el piso de mi difunta madre, me lo dejaron mal al alquilarlo. No os asustéis si está sucio, lo descubrí ayer cuando pasé a cobrar… Y, efectivamente, el piso era un caos. En medio de sacos de arroz, cajas de galletas vacías y latas de conserva aplastadas, estaban, achuchaditos juntos, una gata gris de ojos amarillos y un perrito peludo. Sucios, desaliñados, pero, como se descubriría, con más corazón que sus antiguos dueños, que les dejaron allí encerrados. —Mira cómo están —empezó Anatolio, entre nervioso y aliviado—. Llevaba un mes sin venir, y me encontré esto. Las vecinas contaron que las inquilinas, dos chicas jóvenes, se habían largado sin pagar, abandonando a los animales como si nada. Así quedaron, pobres, encerrados sin saber si alguien vendría a salvarles. Sin comida ni agua, solos en el piso. —¿Y cómo sobrevivieron? —preguntó horrorizada Polina. Las señales de su lucha estaban por todo el piso. Entre los dos, se comieron todo lo que pudieron encontrar: galletas, caramelos, pasta cruda, incluso copos de avena. De milagro lograron abrir latas de carne y bolsas de leche condensada que dejaron las chicas. ¡Cualquier cosa comestible desapareció! Lo más increíble fue el agua. Parece que la gata sabía abrir el grifo del baño, o lo hizo por accidente. Y tuvieron suerte de abrirlo poco porque si no, habrían inundado el bloque… Anatolio sabía que eran animales especiales. Polina enseguida quería cuidarlos y, con el pienso que trajo Anatolio, los alimentaron al momento. Hasta Marina se emocionó y se le escaparon unas lágrimas. —Ves, Marina, no me equivoqué— susurró Anatolio —eres buena persona. Mira, ¿por qué no nos llevamos a los dos? Y, ya que estamos, ¿te quieres casar conmigo, Marina? No me casé nunca porque esperaba a alguien así. Si te casas conmigo, viviremos estupendamente. Tengo coche, dos pisos, uno para cuando Polina sea mayor y otro para alquilar. ¡Anda, vente conmigo! ¡Formaremos una familia feliz, tendrás un hogar y hasta mascota! ¿Qué me dices, Marina? A lo mejor hasta tenemos más hijos… ¡Y la gata y el perro ya los tenemos, como en cualquier familia decente!  —¡Dile que sí, mamá! —gritó Polina, sin entender del todo la conversación del tío Toli. Anatolio se rio: —¡Mira, todos están de acuerdo, solo faltas tú! —Ay, Toli, ¿estás de broma? —Marina, de pronto, se sonrojó. Lo cierto es que el vecino tenía su encanto y era muy bueno… Nunca pensó Marina que alguien se la iba a querer llevar al altar, pero al imaginarse, hasta el corazón le latió más rápido. —Déjame pensarlo, a ver si vas en serio, ¡qué tentador eres! —dijo Marina, coloradísima. —Piensa lo que quieras, aquí no somos orgullosos. Yo mientras me llevo a la gata, y a ti y a Polina os dejo el perro, ¿vale? Mañana Misi y yo venimos a por la respuesta, así que Barbas, ¡pon un poco de orden en casa! —le dijo Anatolio al perrito, que ladró contento. Anatolio convenció a Marina para casarse con él Al mes celebraron la boda en todo el bloque. Prepararon en casa de Marina, pero pusieron las mesas en la de Anatolio, que tenía más sitio de soltero. Misi y Barbas no se separaron nunca de sus nuevos dueños: los animales ya sabían que estaban con gente buena. Al año, Marina y Toli tuvieron mellizos: Sonia y Alejo. Misi y Barbas ya tenían tarea: cuidar de los pequeños. En una familia grande siempre hay trabajo para todos. Y lo más bonito, en una familia grande y unida, ¡la felicidad también se multiplica! Alegría para los niños y para los animales ¡Y más aún cuando hay perro y gato en casa!