En un viejo edificio descuidado, una mujer regordeta sacudía la alfombra por la ventana, sin percatarse de que el polvo caía sobre la delgada vecina del piso inferior.

En un edificio antiguo y descuidado de Madrid, una mujer robusta llamada Carmen sacudía una alfombra por la ventana, sin percatarse de que el polvo caía sobre Isabel, una vecina delgada del piso inferior.

¡Oye, Carmen, ten cuidado con eso! ¡Me está cayendo tierra en el pelo! gritó Isabel, irritada.

Carmen respondió con sorna:
Cariño, tu melena ya es un desastre. Un poco más de polvo no la arreglará ni la empeorará.

La discusión subía de tono cuando la madre de Isabel, Doña Rosa, apareció blandiendo una escoba y golpeó el marco de la ventana de Carmen.

¡Casi rompes el cristal, espárrago! replicó Carmen, furiosa.

Doña Rosa, con voz firme, contestó:
Siempre provocando, ¿eh? ¡Ballena!

Mientras se lanzaban insultos, un ladrón llamado Rafa observaba la escena desde la calle. Una sonrisa retorcida se dibujó en su rostro al pensar:
“Mujeres… siempre peleando. Esto me viene como anillo al dedo.”

Esa misma noche, Isabel regresaba a casa cuando Rafa la interceptó en un callejón. Le bloqueó el paso con voz temible:
Ni un grito. Ven conmigo.

¿Adónde me llevas? preguntó ella, temblando.

Él sonrió, mostrando unos dientes amarillentos.
A ese rincón oscuro. Vamos a pasar un rato divertido.

Sus ojos brillaban con malicia. Isabel intentó gritar:
¡Ayuda!

Rafa le agarró del pelo y le tapó la boca con brutalidad.
Otro ruido y te rompo.

Las luces del edificio se encendieron. Algunos vecinos asomaron, pero al ver la amenaza, cerraron sus persianas rápidamente, paralizados por el miedo.

¿Lo ves? se burló Rafa. Todas estas cobardes tiemblan ante mí. ¡Patético!

El aire se volvió espeso, como si algo terrible estuviera a punto de ocurrir. Pero entonces…

Un golpe seco resonó en la cabeza de Rafa. Al girarse, vio a Carmen empuñando una escoba con determinación.
¡Suéltala, sinvergüenza, o te arrepentirás! rugió.

Rafa soltó una carcajada.
¿Tú solita? Antes te peleabas con ella, ¿y ahora juegas a la heroína?

Carmen clavó en él una mirada helada.
Podemos discutir entre nosotras, pero jamás permitiré que le hagas daño a una mujer. Quizá esté sola… pero somos muchas. ¡Siempre nos tenemos las unas a las otras!

Rafa rió con desdén.
¡No sois rival para mí!

De pronto, tras Carmen, aparecieron Doña Rosa y otras vecinas: Lucía, Martina, Ana… Todas empuñaban cuchillos, sartenes y escobas, sus ojos ardiendo de furia.

El ladrón sintió que el miedo le atenazaba. Su mente se nubló:
“¿Por qué me asustan? He peleado con tipos más duros… ¡hasta con policías! Esto no tiene sentido…”

La tensión era palpable. Era como si, en cualquier instante, aquellas mujeres pudieran abalanzarse sobre él como una jauría.

¡Adelante, compañeras! gritó Carmen.

Avanzaron como una marea. Rafa, presa del pánico, echó a correr gritando:
¡Socorro!

Tropezó con un charco, cayó de bruces, se levantó tambaleándose y chocó contra un contenedor de basura antes de huir como alma que lleva el diablo.

Las mujeres lo persiguieron un trecho, pero se detuvieron. Juntas, respiraron hondo y alzaron sus armas improvisadas, rugiendo con una ferocidad que heló la sangre.

Cuando todo terminó, Carmen se acercó a Isabel.
¿Estás bien?

Sí… Gracias. Creí que nadie vendría murmuró Isabel, con lágrimas en los ojos.

Carmen le sonrió.
Si nos unimos, podemos con todo. Juntas somos invencibles.

Aquel día, la fuerza de unas pocas mujeres venció a la cobardía de un hombre. Y demostraron que, unidas, podían enfrentarse al mundo entero.

Rate article
MagistrUm
En un viejo edificio descuidado, una mujer regordeta sacudía la alfombra por la ventana, sin percatarse de que el polvo caía sobre la delgada vecina del piso inferior.