La copa de champán, que sostenía con elegancia, se deslizó de mis dedos y se estrelló contra el suelo de mármol. Los fragmentos de cristal reflejaban la verdad con la que había vivido sin saberlo durante tres años. Me quedé petrificada en el umbral, observando a mi marido de siete años, Rodrigo, arrodillado junto al pequeño que sollozaba.
—Papá, ¿nos vamos ya a casa? —susurró la pequeña Lucía, abrazando el cuello de Rodrigo con la familiaridad de mil cuentos antes de dormir que yo nunca había presenciado.
El salón se sumió en un silencio helado. Veinte invitados giraron la cabeza.
Sofía, mi mejor amiga, palideció. Rodrigo—mi roca, mi amor—tenía la mirada de un fantasma. Pero fue mi corazón el que dejó de latir.
***
Tres horas antes, todo era perfecto.
Nuestra fiesta de séptimo aniversario lucía impecable. Rosas blancas adornaban las mesas, el jazz flotaba en el aire y nuestros seres queridos llenaban nuestra elegante casa en Madrid. Llevaba el vestido verde esmeralda que siempre decía Rodrigo que era su favorito.
—Estás radiante —me dijo mi hermana, Raquel, mientras colocábamos los postres—. Parecéis recién casados.
Sonreí, desbordante de felicidad.
—Soy la mujer más afortunada del mundo.
***
Qué equivocada estaba. Rodrigo, arquitecto de éxito con carisma natural, se movía entre los invitados como el anfitrión perfecto.
—¡Un brindis! —exclamó su socio, Álvaro, alzando la copa.
Rodrigo me envolvió con su brazo.
—Hace siete años, me casé con mi alma gemela. Teresa, iluminas cada uno de mis días.
El salón estalló en aplausos. Me incliné hacia él, respirando su colonia, sintiéndome segura y amada.
***
Sofía se acercó entonces con Lucía en brazos.
—La fiesta es preciosa —dijo, acunando a la niña, cuyos ojos se cerraban de sueño—. No sé cómo lo haces.
—Podéis subirla a la habitación de invitados —sugerí—. Así descansa un rato.
La envidia me atravesó al verlas juntas. Llevábamos dos años intentando tener un hijo sin éxito.
***
A las diez, los invitados comenzaban a marcharse. En la cocina, envolviendo tarta, oí el llanto de Lucía desde arriba.
—Voy yo —dijo Rodrigo, subiendo las escaleras.
Unos minutos después, sus pasos resonaron junto con los de la niña.
—Papá, ¿nos vamos ya? —su voz inocente cortó el aire como un cuchillo.
Papá. No tío Rodrigo. No el amigo de mamá. Papá.
Mi copa cayó al suelo. Rodrigo palideció. Sofía parecía a punto de desmayarse.
—Salid —musité.
—Teresa, déjame explicarlo… —
—¡FUERA!
Se marcharon los tres: mi marido, mi mejor amiga y la niña que debería haber sido mía.
***
La casa se convirtió en un mausoleo. Revisé fotos en el móvil: Navidades, cumpleaños… Lucía siempre ahí, con Rodrigo sonriéndole demasiado cerca.
Un mensaje suyo apareció: *Déjame volver. Te amo.*
Casi me reí. ¿Me amaba mientras vivía una doble vida?
En su cajón, encontré una pulsera de plata grabada: *Para Lucía, con amor*.
***
Al día siguiente, mi abogada, Carmen, me aconsejó una prueba de ADN.
—No busco venganza —dije—. Solo justicia.
Investigué: facturas de guardería en Barcelona, juguetes pagados con nuestra cuenta común, viajes “de trabajo” a Valencia coincidiendo con citas médicas de Lucía.
Cuando Rodrigo volvió, le esperaba con pruebas:
—$47,000 gastados en ellas. —Deslizó una factura hacia él—. Mientras ahorrábamos para un bebé, tú mantenías a la tuya.
Se marchó al anochecer, maleta en mano.
***
Carmen presentó el divorcio. Denuncié a Rodrigo por evadir la manutención. Envié pruebas a su mayor cliente, *Constructora Durán*, y lo despidieron.
En una cena con amigos, revelé la verdad:
—Tienen una hija. Y él usó nuestro dinero para criarla.
Las caras de horror lo decían todo.
***
La prueba de ADN confirmó la paternidad. El Estado embargó sus cuentas. Sofía perdió su trabajo en la ONG infantil.
—Estás arruinando sus vidas —rogó en mi puerta.
—No. Ellos arruinaron la mía.
***
Rodrigo aceptó los términos del divorcio. La casa, mis ahorros, todo quedó en mis manos.
Un día, mientras tomaba café en la terraza, Carmen llamó:
—Condenado a seis meses por malversación. Sofía se mudó con sus padres.
Miré al espejo. Ya no era la ingenua de antes.
Algunos lo llamarían cruel.
Pero ellos no conocen el precio de la traición.
Mientras conducía a comer con Raquel, pensé en Lucía. Algún día preguntará.
Y sabrá la verdad.
Yo me encargaré de eso.