31 de diciembre. Nochevieja. Toda la familia está reunida alrededor de la mesa cuando mi hija Lucía y su marido, Álvaro, nos sorprenden con un sobre. Dentro, la respuesta a si el bebé que esperan será niño o niña. Al anunciar que será otra nieta, siento una alegría teñida de sorpresa. Otra chiquilla en la familia no es problema, ¿verdad? Aunque, en el fondo, me pregunto cómo cambiará nuestras vidas.
Mi esposo, Fernando, y yo siempre quisimos una familia grande. Lucía es nuestra única hija, y cuando se casó con Álvaro, nos llenamos de orgullo. Son una pareja estupenda: ella es profesora de primaria, cariñosa y paciente; él, ingeniero informático, tranquilo y responsable. Hace dos años nació nuestra primera nieta, Martina, el sol de nuestra casa. Sus primeros pasos, sus palabras, su risa… Todo nos llenaba el corazón. Fernando y yo íbamos a menudo a ayudarlos, y a veces nos llevábamos a Marti para que ellos descansaran.
Cuando Lucía nos dijo que esperaba otro bebé, nos emocionamos. ¿Niña o niño? Da igual, lo importante es que venga sano. Pero ellos quisieron hacerlo especial: una «fiesta de género» –algo moderno que me explicaron–. La idea era reunir a la familia en Nochevieja para abrir juntos el sobre con los resultados de la ecografía.
La cena fue mágica. Su casa brillaba con luces navideñas, la mesa llena de polvorones, turrón y cava. Marti corría alrededor del árbol intentando atrapar el espumillón mientras brindábamos por el año que terminaba. A las doce menos una, Lucía aplaudió: «¡Es la hora!». Álvaro trajo el sobre blanco con un lazo dorado. Todos en silencio, hasta Marti, como si sintiera la importancia del momento.
Lucía sonrió: «Álvaro y yo estamos felices de que nuestra familia crezca. Y queremos que seáis los primeros en saber quién viene». Álvaro abrió el sobre y sacaron una tarjeta: «¡Es una niña!». Lucía se rió, Álvaro la abrazó y Marti aplaudió, aunque sin entender del todo. Fernando y yo nos miramos y celebramos. «¡Otra niña! ¡Qué maravilla!», dije, abrazando a Lucía.
Pero, lo confieso, por un instante pensé: ¿y si esperaban un niño? Noté que Álvaro sonrió, pero hubo algo en su mirada… ¿decepción? O quizá imaginaciones mías. Más tarde, mientras recogíamos, pregunté a Lucía: «¿Os alegra que sea niña?». Asintió: «¡Claro, mamá! Marti tendrá una hermanita, serán uña y carne. Y Álvaro ya dice que las malcriará a las dos». Sus palabras me calmaron, pero seguí dándole vueltas.
Fernando y yo nunca tuvimos preferencias, pero sé que para algunos padres es distinto. Álvaro una vez mencionó que le gustaría un hijo para ir al fútbol o arreglar el coche. Lo he visto peinando a Marti con esmero, pero quizá, en secreto, esperaba un niño. Y Lucía… Quiere una familia numerosa, aunque a veces la veo cansada. Marti es pequeña y demanda mucho, y ahora otra bebé.
Al día siguiente hablé con Fernando. Él, sereno como siempre, dijo: «Carmen, lo importante es que sean felices. Dos niñas son una bendición». Pero no podía quitarme las dudas. Recordé cuando esperábamos a Lucía. No había ecografías, solo la ilusión de ser padres. Ahora todo son fiestas de género y expectativas. ¿Nos complicamos la vida solos?
Una semana después, Lucía me llamó para hablar de nombres. Casi seguro que será Sofía. Marti no para de preguntar cuándo llegará su «hermanita». Lucía ríe, dice que todo irá bien, pero noto un hilo de preocupación en su voz. El embarazo, Marti, el trabajo… No es fácil. Le ofrecí ayudar más, llevarme a Marti los fines de semana. Aceptó aliviada. Quiero que sepa que Fernando y yo estaremos ahí.
Esta Nochevieja la guardaré siempre. No solo por la noticia, sino por cómo nos unió. Miraba a Lucía, a Álvaro, a Marti, y pensaba: qué suerte tenemos. Habrá noches sin dormir, sí, pero también risas y complicidad. Ya imagino a las dos hermanas corriendo por la casa, riñendo y reconciliándose. Y nosotros, ahí, para apuntalarlos.
Otra niña no es un problema, es un regalo. Sé que Lucía y Álvaro saldrán adelante, y nosotros les allanaremos el camino. Quién sabe, quizá el próximo año haya otra princesita en nuestra mesa, trayendo aún más alegría.
Hoy aprendí: la felicidad no tiene género. Solo importa el amor que la rodea.
[Fin]