**Martes, 3 de noviembre. Nublado. Lluvia fina.**
Leonor gritaba con la voz aguda de la rabia: – ¡Aquí no pintas nada! ¿Lo entiendes? ¡Estás fuera de esta familia!
– Leonor, cálmate – intentó interponer Miguel, pero ella no le dejó terminar.
– ¡Calla! ¡Tu silencio durante años le dio a entender que podía hacer lo que le viniera en gana!
Almudena permanecía en el umbral del salón, la maleta de viaje en la mano. El rostro pálido, los labios temblorosos, pero la mirada altiva.
– Está bien, mamá. Como digas.
– ¡No me llames mamá! – saltó Leonor –. ¡Mi hija es una sola, y no eres tú!
Miguel se desplomó en el sillón, cubriéndose la cara con las manos. Almudena miró a su padre, esperando una palabra en su defensa. Pero el hombre callaba.
– ¿Papá? – llamó ella en voz baja.
– Almudena, ¿y si no nos precipitamos? – levantó la cabeza Miguel, al fin –. Hablemos con calma.
– ¿De qué hablar? – Leonor cogió una foto de la mesa y la estrelló contra el suelo. El cristal se hizo añicos –. ¡Nos ha deshonrado! ¡Todo Villarreal nos señala con el dedo!
Almudena miró el marco roto. Era su foto de grupo en Nochevieja: la familia feliz, sonriente. Ahora parecía una burla cruel.
– Mamá… Leonor Martínez – se corrigió Almudena –, yo no tengo la culpa de cómo se dieron las cosas.
– ¿Que no tienes la culpa? – su madre dio un paso hacia ella –. ¿Te ves con un hombre casado! ¡Destrozas una familia ajena! ¡Y encima esperas un hijo suyo!
Almudena se llevó la mano al vientre instintivamente. El embarazo era reciente, pero la noticia ya corría por nuestro pueblo pequeño.
– Le quiero – susurró.
– ¡Que le quieres! – la remedó Leonor –. ¿Un cuarentón con tres criaturas? ¿Qué tienes de especial para que abandone a su mujer?
Almudena palideció aún más.
– Él me quiere. Viviremos juntos.
– ¿Dónde? – preguntó la madre con sorna –. ¿Aquí? ¿En mi casa? ¿Crees que voy a permitir que traigas a ese… a ese…?
– Leonor, basta – intercedió Miguel –. Sigue siendo nuestra hija.
– ¿Nuestra? – se giró su esposa hacia él –. ¡Yo no parí hijas así! La crié, la llevé a la universidad, le conseguí trabajo. ¿Y ella? ¡Liada con el primer hombre que pasó!
Almudena dejó la maleta en el suelo.
– Víctor no es cualquiera. Nos conocemos desde hace más de un año.
– ¡Ah, más de un año! – Leonor juntó las manos –. ¡Un año entero mintiéndome! ¡Decías que te retrasabas en el trabajo mientras corrías a ver a tu amante!
– No mentía, solo…
– ¿Solo qué? ¿Solo ocultabas? ¡Eso es mentir!
Miguel se levantó del sillón y se acercó a la ventana. Afuera, una llovizna caía sobre las tejas de las casas vecinas bajo un cielo plomizo.
– Almudena – dijo, sin volverse –, ¿y qué dice ese Víctor? ¿De verdad se está divorciando?
– Pues claro – respondió ella –. Ha presentado los papeles en el juzgado.
– Ha presentado papeles – repitió Leonor –. Pero la familia ya está rota. Los niños se quedarán sin padre.
– No había amor entre ellos – intentó explicar Almudena –. Llevan años como vecinos. Víctor dice que se casó por interés, no por amor.
– ¡Claro que lo dice! – se rió su madre con desdén –. ¡Todos los casados dicen lo mismo! ¡Que no quieren a su mujer, que no querían hijos, que les obligaron! ¡Hasta que, tras divertirse con la amante, vuelven con la familia!
– Víctor no es así – respondió Almudena con terquedad.
– ¡Todos son iguales! – sentenció Leonor –. ¿Crees que no sé de la vida? ¡He visto cientos de casos así! ¡Prometen la luna y desaparecen en cuanto oyen lo del embarazo!
Almudena se estremeció.
– Él sabe lo del bebé. Y está encantado.
– ¿Encantado? ¿Y dónde está ahora? ¿Por qué no vino contigo? ¿No defiende a su amada?
– Está… de viaje de negocios. Vuelve en una semana.
– Qué cómodo – comentó Leonor con sorna –. Se fue justo cuando salió todo a la luz.
Almudena bajó la mirada. A ella misma le extrañó que Víctor partiese el día que decidió contárselo a sus padres. Dijo que era un viaje planeado y que no podía cancelarlo.
– Leonor, ¿y si no sacamos conclusiones tan rápido? – pidió Miguel –. Démosle tiempo a Almudena para aclararlo.
– ¿Aclararlo? – lo miró su mujer como a un loco –. ¡Ya ha decidido por nosotras! ¡Embarazada de un hombre casado! ¡Todo el pueblo sabe que la hija de Miguel Martínez vive con el marido de otra!
– No vivimos juntos – dijo Almudena bajito –. Todavía no.
– ¡Ah, que todavía no! ¡Pero ¡el hijo sí existe! ¡Hijo ilegítimo! ¿Te das cuenta de lo que significa?
Almudena levantó la cabeza.
– Significa que seré madre. Y me trae sin cuidado lo que piensen los vecinos.
– ¿Y a ti te trae sin cuidado? – Leonor se llevó una mano al pecho –. ¡A mí no! ¡Vivo aquí, trabajo aquí! ¡Ahora seré el cotilleo del lugar! ¡Dirán que eduqué mal a mi hija!
– Mamá, estamos en pleno siglo XXI…
– ¡En el siglo XXI! – la interrumpió Leonor –. ¿Crees que la gente ha cambiado? ¡El chismorreo es el mismo! ¡Sobre todo en un pueblo así!
Miguel se apartó de la ventana y volvió al sillón.
– Almudena, ¿has pensado
Más fría que la lluvia que azotaba los cristales, una certeza floreció entre mis dudas: mañana enfrentaría a la esposa de Vicente y destaparía la verdad que temía conocer.