Embarazo inesperado de un colega casado: abandonada a mi suerte

Me llamo Ana López Martínez y vivo en Toledo, donde los antiguos muros de piedra guardan secretos entre sus callejuelas empedradas. Cuando me envolvieron los brazos de mi compañero Javier, mi corazón cantaba de felicidad. Soñaba con ser su única mujer, su amor verdadero. El sueño se cumplió, pero con hiel en los labios: debía compartirlo con Marta, su esposa.

Recién llegada a la empresa, me enviaron con él a una negociación crucial en Madrid. Tras cerrar el trato, Javier propuso brindar con whisky en el hotel. Las palabras fluyeron, el alcohol encendió miradas, y su beso me sorprendió junto al ascensor. No me resistí. Su aliento, más embriagador que la bebida, me llevó a su habitación. Una noche de llamaradas que jamás olvidaría.

De vuelta en Toledo, confesé todo a mi colega Lucía, confidente fiel. “¡No te enamores! Está casado”, advirtió. Él mismo lo confirmó después: “Sí, llevo un año de matrimonio”. Pero seguimos encontrándonos en su piso heredado de los abuelos, alimentando un ritual clandestino. Cada encuentro me hundía más en el pozo.

Una mañana de domingo, entre sábanas, le supliqué: “Javier, divorciate. Seremos felices”. Su respuesta heló mi sangre: “La quiero, pero no puedo abandonarla. Tiene cáncer de mama”. Rezué por Marta ese jueves de cirugía, compadeciéndola. Durante meses, él se ausentó, alegando recaídas. Hasta que un sábado, tras arder otra vez juntos, insistí. Su máscara se rompió: “Nunca la dejaré. Es hermana del director”.

La revelación me paralizó. Días después, una mujer esbelta de pelo ébano llegó a la oficina. Lucía susurró: “Es Marta”. Al verla —radiante, elegante, con salud de hierro— comprendí la mentira.

Las náuseas empezaron semanas después. “¿Embarazada?”, sugirió Lucía. El test mostró dos líneas. Cuando llamé a Javier, escupió: “Aborta”. Me negué. “Pues te despediré”, amenazó. Cumplió su palabra. Un amigo de mi prima me acogió en su librería de Valencia, compadecido.

Mi hija nació prematura en febrero. La llamé Sofía, raíz oculta de su nombre. Él nunca lo sabrá. Me traicionó cuando más vulnerable estaba, arrojándome a la crianza solitaria. Ahora veo su sonrisa falsa en pesadillas, pero no me rindo. Cada día es una batalla por esta niña que sostengo entre algodones. Él seguirá mintiendo entre corbatas de oficina. Yo lucharé aquí, entre biberones y cuentos de buenas noches, porque Sofía es mi antorcha en la oscuridad.

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