Ella traicionó a su marido solo una vez, antes de la boda. Él la llamó gorda y le dijo que no entraría en el vestido de novia.

Inés traicionó a su marido solo una vez, antes de la boda. Él la llamó gorda y dijo que no cabría en el vestido de novia.

Antes de casarse, Inés engañó a Miguel una sola vez. Él la insultó, diciendo que estaba demasiado gorda para el vestido. Dolorida, salió con sus amigas a una discoteca en Madrid, bebió demasiado y despertó en un piso desconocido junto a un guapo joven de ojos azules. ¡La vergüenza era insoportable! No le contó nada a Miguel, perdonó sus insultos e incluso empezó una dieta. Dejó el alcohol, algo fácil cuando descubrió que estaba embarazada.

La niña nació en la fecha prevista, una hermosa pequeña de ojos azules, y Miguel estaba totalmente enamorado de ella. Durante cinco años, Inés se repetía que todo estaba bien, que su hija tenía los ojos azules por el abuelo. ¿Y si tenía el pelo rizado? ¿Qué importaba? Inés hacía lo imposible por olvidar a aquel joven de pelo ensortijado cuyo nombre ni recordaba. Pero algo en su corazón de madre le decía que la niña no era hija de Miguel. Quizá por eso soportaba sus salidas nocturnas, sus viajes de trabajo, sus críticas constantes sobre su aspecto y su comida. Para la niña, tener una familia era lo más importante: adoraba a su padre, y, ¿qué hombre no engaña?

Aguanta, ¿a dónde más irías? le decía su madre. Sabes que no hay espacio, la abuela está enferma, tu hermano trajo a su novia a casa, ¿dónde os metería a todos? Te lo dije: no debiste poner la casa a nombre de tu suegra, ¡ahora estás en esta situación!

Inés aguantó. Pero no sirvió de nada, y un día Miguel la dejó. Dijo que había conocido a otra, incluso lloró, prometiendo que siempre sería padre de Marina, pero que no podía luchar contra sus sentimientos. Su madre, que parecía adorar a la niña, soltó tras el divorcio:

Hazte una prueba de paternidad, ¡igual pagas la pensión para nada!

Inés se quedó helada: creía que era la única con esas dudas. Al parecer, no.

¿Estás loca? se enfadó Miguel. Marina es mi hija, hasta un ciego lo vería.

Quizá la abuela tenía razón, porque cuando, un año después del divorcio, Inés acabó en el hospital por una apendicitis y vio un rostro familiar. Sus dudas se disiparon al encontrar aquellos mismos ojos azules tras una mascarilla.

Perdone, ¿nos conocemos? preguntó el cirujano.

Inés negó desesperada. Esperaba que no lo recordara. Pero él sí lo hizo, porque al día siguiente, durante su visita, bromeó:

Espero que esta vez no te escapes tan rápido como la última.

Inés se puso roja como un tomate y decidió irse del hospital cuanto antes. Lo que no esperaba era que, en esos días, Tomás hiciera que ya no quisiera huir.

No mencionó nada sobre su hija. Solo dijo que tenía una niña, sin dar pistas de que él fuera el padre.

Tomás lo entendió todo el primer día que la vio. Se puso nervioso, compró una muñeca y le hizo mil preguntas a Inés para saber cómo comportarse.

Mira empezó él, cuando éramos pequeños, mi madre se enamoró de otro hombre, pero mi hermana nunca lo aceptó y al final lo echó. No quiero que eso pase; quiero ser un segundo padre para tu hija.

Esas palabras destrozaron a Inés. Y cuando él vio a la niña, paralizándose unos segundos antes de mirar a Inés confundido, todo quedó claro: él también lo había entendido.

“¿Qué más da? pensó Inés. Tarde o temprano tendría que contárselo”.

Aprendiendo de su anterior matrimonio, esperó gritos y acusaciones. Pero Tomás, cuando se quedaron solos, la abrazó y susurró: “¡Qué milagro tan hermoso!”

Al principio, Marina pareció aceptar bien a Tomás. Pero cuando Inés le preguntó con cuidado si le parecía bien que él se mudara con ellas, la niña rompió a llorar:

¡Pensé que papá volvería! ¡Que Tomás se quede en otra casa!

Inés la convenció, pero Tomás se enfadó mucho.

¡Es mi hija! ¡Tienes que decírselo!

Miguel no lo soportaría. Ni Marina. Para ella, él es su padre, y para él, ella es su única hija. Aparentemente, su nueva mujer no puede tener hijos. Eso me dijo su madre.

Tomás se resintió, Marina hizo rabietas e Inés intentó mantener la paz en esa familia peculiar. Establecieron reglas: Inés llevaba a Marina con su padre sin que los hombres se vieran, no la dejaba sola con Tomás para evitar peleas e incluso en el Día de la Madre preparaba tarjetas para que Marina no dijera nada que hiriera a Tomás y él revelara la verdad.

Y entonces Inés volvió a quedarse embarazada. Y entró en pánico. Temía que el bebé se pareciera tanto a Marina que Miguel lo descubriera; que Marina tuviera celos y se enfadara más con Tomás; que él aprovechara el parto para contarle la verdad a la niña.

Acordaron que su madre cuidaría de Marina. Pero un día antes del parto, su madre fue hospitalizada por piedras en la vesícula. Su padrastro no quiso hacerse cargo, su hermano y su cuñada trabajaban todo el día. Inés intentó dejar a Marina con Miguel, pero él estaba de viaje.

¿No puedo cuidar de mi propia hija? Tomás se ofendió.

El parto fue complicado: además de la cesárea, el bebé tuvo ictericia y debieron quedarse más tiempo en el hospital. En casa, todo parecía un polvorín. Tomás decía que todo iba bien, pero Marina no quería hablar con Inés. “Se lo habrá contado”, pensó.

Al compartir su historia con las vecinas, la animaron a ser sincera: la verdad siempre sale, y mentir tenía consecuencias. Decidida, llamó a Miguel:

Necesito confesarte algo.

¿El qué?

Hubo un largo silencio mientras reunía valor.

Sobre Marina

¿Qué pasa con Marina?

Es hija de tu “amigo”. Lo supe hace mucho.

¿Él te lo dijo?

Lo supe desde hace años, tranquila. Antes de la mili me dijeron que no podía tener hijos. Lo guardé en secreto, esperé un milagro y creí que había pasado. Pero luego dudé. Mi madre también Así que lo confirmé.

Pero ¿Cómo?

Inés no entendía cómo había guardado ese secreto tanto tiempo.

¿Qué podía hacer? replicó él. ¡La niña no tiene culpa! Y no le digas nada. Todo este tiempo lo acepté para no perder a una hija.

¡Era día de fiesta!

El día del alta, Inés estaba distraída: observaba a Marina y a Tomás. Actuaban raro, intercambiando miradas en silencio.

¿Cómo os las apañasteis sin mí? preguntó nerviosa mientras el bebé dormía y Marina dibujaba.

¡Genial! Siempre proteges demasiado, nos entendimos rápido sin ti.

¿Te lo contó?

¡No, claro que no! Tú me lo prohibiste.

Cierto. ¿Entonces por qué está tan seria?

Tomás sonrió pícaramente.

Pregúntale.

Inés entró en la habitación. Marina, concentrada, pintaba algo con un lápiz rojo. Al acercarse, vio tres adultos y dos niños en el dibujo.

¿Quiénes son?

¿No se ve? Tú, papá, Tomás y nosotros con Víctor.

Es precioso.

Sí. Mamá, ¿una persona puede tener dos papás?

*”¡Se lo ha contInés la abrazó con lágrimas en los ojos, comprendiendo que el amor verdadero no se reduce a la sangre, sino a la elección de estar allí, siempre.

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Ella traicionó a su marido solo una vez, antes de la boda. Él la llamó gorda y le dijo que no entraría en el vestido de novia.