«Ella luce realmente bien, pero yo dejé de notarlo»

«Ella sí que está guapa. Y yo ya ni me había dado cuenta», pensó Víctor.

La mañana fue un caos, como de costumbre. Lucía preparó el desayuno, despertó a Carlota. Su marido acaparó el baño, así que tocó lavar a la niña en la cocina. Sin querer, el panuelo le tiró la taza de la mesa. Al oír el ruido, apareció su esposo. Lucía le pidió que sostuviera a Carlota mientras ella recogía los trozos.

—Bueno, parece que ya está —dijo Lucía, y salió disparada a vestirse.

—Me voy, tú lleva a Carla al cole. Hoy es un día importante. —Ya desde el recibidor, abrochándose las botas—. Tengo que presentar mi proyecto. Si sale bien, me darán la dirección. Eso significa más dinero, experiencia y reconocimiento.

Se puso el abrigo, se miró un último momento en el espejo, cogió el bolso y salió pitando. Ni tiempo le dio a Víctor de protestar.

Él terminó el café y el pan con tomate mientras Carlota lo miraba fijamente.

—¿Quieres?

La niña asintió.

—No, que luego no comes el puré en el cole.

A Carlota se le torció la cara al oír «puré».

—Yo tampoco me chupo el dedo con algunas cosas. Como que mamá se escape de casa. Esto parece que no tiene arreglo. —Víctor dejó la taza en el fregadero.

Luchó con los leggings de Carlota, que se enroscaban sin parar. Luego buscó los mitones, que estaban en el radiador de la cocina. Sudorosos y despeinados, por fin salieron. Víctor la agarró en brazos y bajó las escaleras corriendo.

La dejó con la profesora, pero esta empezó a explicarle algo.

—Perdone, llego tarde —la cortó y escapó como un cobarde.

Solo en el coche respiró tranquilo. Se recuperó un minuto del madrugón y arrancó hacia el trabajo.

Todo el camino pensó en lo bien que estaba antes, cuando Lucía se quedaba en casa. Salía y volvía a un piso recogido, con cena recién hecha. Sin estrés. Ahora todo era correr. No, esto no podía seguir así.

Muchas mujeres matarían por estar en su lugar, en casa. Pero ella quería independencia, carrera. ¿Para qué se casó, entonces? Que se hubiera centrado en su trabajo. Había que convencerla de dejarlo. ¿Acaso no tenían suficiente dinero? Víctor decidió hablar con ella esa noche. Hasta se sintió mejor.

El trabajo lo distrajo. Después del almuerzo, un mensaje de Lucía: se retrasaba y que recogiera a Carlota.

Vaya. Él había planeado quedar con los amigos en el bar. Hacía siglos que no se veían. El humor se le fue al sótano.

Por la noche, mientras freía patatas, llegó Lucía, radiante y con los ojos brillantes. Sin quitarse el abrigo, entró en la cocina.

—¿Te imaginas? Mi proyecto fue un éxito. ¡Me han puesto al frente del equipo! Felicítame. —Se alzó de puntillas y ofreció la mejilla. Víctor la besó.

—¿No te alegras? —Lucía notó su mala cara.

—Claro que sí. ¡Genial! Mi mujer con carrera. Le dan un proyecto y ya no tiene tiempo para nosotros. ¡Fantástico! —respondió con sarcasmo.

—¿Pero qué te pasa? ¿Me tienes envidia porque lo he logrado y tú sigues de comercial?

—¿Envidia? Solo ves a Carla por las mañanas y los fines. Pronto ni te reconocerá. ¿No te llega el dinero?

—No grites. No piensas en ella, sino en ti. Sí, voy a ganar más que tú. Y eso te escuece. ¿No lo entiendes? Quiero hacer lo que me gusta, no estar en casa. Quiero verme bien. Así era cuando te enamoraste, ¿o no?

Víctor vaciló, sin respuesta. Era cierto.

—Pero eso era entonces. Ahora tenemos una hija. Y necesita a su madre —replicó.

—También necesita padre. Vosotros cargáis todo a nosotras y luego os quejáis. Pues ocúpate tú —contestó Lucía.

La discusión subió de tono. Ninguno cedía. Se acostaron enfadados, dándose la espalda. Pero, dormida, Lucía puso una mano en su pecho, y él la cubrió con la suya. En sueños, seguían queriéndose.

A la mañana, Víctor se levantó temprano, esperando escapar primero. Pero Lucía ya estaba en la cocina, despertando a Carlota. Suspiró y se afeitó. Todo se repitió: el café se le quemó, Carlota se enredó con los mitones, y Lucía, lista, ya estaba en la puerta.

Víctor le gritó que hoy no podría recoger a la niña… Pero solo oyó el portazo.

—¡Mierda! —malició, lanzando la camisa a la cama.

No era así como imaginaba la familia. Su madre no trabajaba, cocinaba, esperaba a su padre… Nunca peleaban. ¿Por qué ellos no podían?

En el trabajo, Margarita se le acercó. Tuvieron un romance antes de Lucía. Fue por ella que dejó a Marga.

—¿Qué te pasa estos días? —preguntó.

—¿El qué? —Víctor echó café en la taza.

—Irritable, amargado. ¿La vida en pareja no es tan bonita?

—¿De qué hablas? Con Lucía todo va bien. Es que… empezó a trabajar y aún nos adaptamos. —Vertió agua hirviendo y la miró.

Sus labios pintados esbozaron una sonrisa cómplice. Estaba espectacular.

—Siempre tan ocupado. Si quieres, te ayudo —ofreció.

—¿Cómo?

—Puedo recoger a tu hija. La llevo a mi casa y luego pasas. Hace siglos que no vienes. —Inclinó la cabeza. Su mirada prometía paraíso—. No soy tan rebelde como tu mujer. —Alargó la mano hacia su cuello.

Víctor la detuvo. Imaginó a Carlota diciéndole a Lucía que una «tía» la había recogido…

—No. Entre nosotros se acabó. Tengo trabajo. —Salió con el café.

Esa noche, Lucía llegó tarde otra vez. No discutieron, pero tampoco hablaron. Ella sabía adónde llevaban las peleas. No quería perderlo, pero amaba su trabajo. Intentó abrazarlo, pero él se giró.

Esa madrugada, Lucía pensó qué hacer. No quería dejar el trabajo, le iba bien. ¿Quedarse en casa dos años? Para entonces, la habrían reemplazado.

Pero entendía a Víctor. Los fines los pasaba con el ordenador. Hacía mucho que no salían. ¿No era mejor tener más dinero? Irse de vacaciones sin apuros.

Víctor era atractivo. En el trabajo, mujeres como Marga esperaban su momento. Él se lo había contado todo al empezar, para evitar sorpresas.

«No. Otras lo logran. ¿Por qué yo no? Basta de quedarme tarde. Reuniones por la mañana. Y ¿por qué lo hago todo yo? Somos un equipo. Que los demás hagan su parte. Decidido». Y se acomodó en la almohada.

Al día siguiente, salió Lucía en la tele, presentando su proyecto. Cuando le preguntaron cómo se las arreglaba para lucir tan bien, contestó que tenía un marido maravilloso que la apoyaba.

«Ella sí que está guapa. Y yo ya ni me había dado cuenta», pensó Víctor.

—He visto a tu mujercita en la tele —lo abordó Marga.

—Deja de seguirme —dijo él, y vio el destello de rabia en sus ojos, que se apagó al instante.

—¿Y qué? Dijo que eres un marido genialMargarita se alejó con una sonrisa falsa, pero Víctor ya había decidido que esa noche hablaría con Lucía para encontrar juntos un equilibrio, porque al fin y cabo, el amor no era cuestión de roles, sino de complicidad.

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«Ella luce realmente bien, pero yo dejé de notarlo»