Querido diario,
Hoy he comprendido que mi suegra, Doña Carmen, está enferma y oculta el diagnóstico a todos, pero sigue preocupándose por mí, su nuera, Begoña. Incluso en ese momento piensa en cómo asegurarle estabilidad, futuro y protección. Entonces, ¿para qué vender la casa y los adornos familiares si basta con pedir ayuda?
Rodríguez, necesito que el cliente sea atendido por alguien en quien confíe plenamente. ¿A quién, si no a ti, puedo encomendar esta misión? preguntó el director, mirando fijamente a la joven colaboradora.
Como usted diga, señor González. No tengo inconveniente respondió Begoña con una sonrisa y asintió.
La mayoría de los compañeros evitaban los desplazamientos, prefiriendo quedarse en la oficina, pero Begoña era distinta. Siempre afrontaba todo con optimismo, sin preguntas innecesarias, y nunca se quejaba. «El movimiento es vida», repetía cuando la enviaban a visitar a un cliente. No era conductora, pero para ella la petición del director no tenía complicaciones y, además, los viajes estaban bonificados; ¿para qué negarse?
Ese día no fue la excepción. Cuando el encargo llegó casi al final de la jornada, Begoña no perdió el ánimo. Pensó que podría pasar por la casa de su suegra, que estaba a un paso de la dirección a la que la enviaban. Podía llevarle dulces, ofrecerle un té y contarle las novedades: con Óscar habíamos terminado la reforma del cuarto infantil y nos preparábamos para la llegada del primogénito. Mientras el bebé no había nacido, Begoña esperaba con ilusión las dos tiras de test de embarazo. Sonriendo para sí y tarareando suavemente, se dirigió al ascensor con la carpeta de documentos bajo el brazo.
¡Qué ingenua! ¿Cree que así se abrirá camino? murmuraban los colegas, lanzándole miradas cargadas de significado.
No ocultaban sus comentarios, incluso alzaban la voz, pero Begoña no les escuchaba. Lo que decían no le tocaba. No soñaba con escalar la carrera a base de correr de tarea en tarea; si alguna vez ascendiese, sería por méritos y competencia demostrada.
Le costará la vida, tan confiada, como una diente de león al viento.
Begoña se quedó inmóvil un instante, quiso responder, pero cambió de opinión. ¿Para qué armar dramas por nimiedades? Que piensen lo que quieran. Si su forma de ser no les agrada, es su problema. Ella estaba satisfecha con su vida. Su dulzura y flexibilidad le facilitaban congeniar con la gente y evitar conflictos, pero eso no la hacía débil. Cuando era necesario, sabía imponerse; por lo demás, no hacía oídos sordos.
Tras concluir el encargo, Begoña se detuvo en la pastelería, compró los pasteles favoritos de Doña Carmen y se dirigió al sector privado sin avisar, para darle una sorpresa. Doña Carmen siempre estaba en casa a esa hora y Begoña confiaba en que la mujer se alegraría. Su relación era cálida y de confianza. Cuando Óscar presentó a Begoña a su madre, esta la aceptó como a una hija. Regalos, cuidados y apoyo en los pleitos familiares siempre estuvieron de su lado. Incluso se había hecho amiga de los padres de Begoña. Una suegra así solo despierta envidia. Begoña sentía que podía hablar con ella de todo, incluso de lo más íntimo. Claro, ninguna madre sustituye a la propia, pero Doña Carmen se había convertido en una presencia muy cercana.
Con los dulces en mano, Begoña mandó un mensaje a Óscar avisándole del retraso y tomó la calle conocida. La casa de la suegra, un edificio antiguo y sólido construido por sus padres, se alzaba en una calle tranquila. Ella había invitado a los jóvenes a mudarse allí varias veces, pero Begoña vacilaba: la zona periférica dificultaba el desplazamiento al trabajo. Soñaban con una vivienda propia, más cerca del centro o en las afueras, donde el aire fuera más limpio. Eso sería para el futuro; ahora lo importante era valorar lo que tenían, pues una buena casa cuesta una fortuna y aún no habían ahorrado suficiente.
La puerta estaba abierta, al igual que la entrada. Desde la cocina se percibía el aroma de bollería recién horneada; quizá la suegra estaba ventilando la casa o le visitaban invitados. Begoña entró silenciosa y escuchó voces apagadas.
No reuniré el dinero para la operación pronto. No quiero que los jóvenes se endeuden. Que vivan su vida y yo me las ingeniaré sola. Me apuntaré a la lista de cirugía privada y veremos qué pasa.
¡Anda, no es así! ¿Vamos a recaudar fondos? ¿Te vas a rendir? ¡Eres joven! ¿Vas a quedarte de brazos cruzados mientras todo se derrumba?
Qué se pueda hacer El destino decidirá. Lo único que quiero es arreglar el tema de la herencia. He decidido donar la casa a Begoña. Óscar y yo nos llevamos bien, pero los hombres son volubles. Yo también creí que viviría con mi marido toda la vida y él me dejó a mí y al hijo en la calle. ¿Recuerdas cómo sobreviví entonces? No quiero que Begoña pase por lo mismo. Sus padres la ayudarán, pero yo también quiero dejarle un apoyo. Daré la casa y los adornos familiares. Cuando llegue el bebé, que sepa que tiene su refugio. Por mi hijo estoy tranquila, él se las arreglará. Pero dañar a la mujer es fácil. No quiero pensar en lo malo, mejor prevenir. Quiero que esté protegida.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Begoña; su corazón se encogió. Entonces comprendió la enfermedad de Doña Carmen, su secreto y su constante preocupación por su nuera. Pensó que vender la casa y los adornos sería la solución, pero quizá bastaba con pedir ayuda. ¿Por qué no mudarse con ellos? Seguramente encontrarían la manera de salir adelante. En su mente bullía el ruido, los pensamientos se enredaban. No sabía cómo había salido de la casa ni cómo había llegado al cruce de la calle. No podía entrar y fingir que nada había pasado. Cada respiración era pesada, como si un anillo de hierro apretara su pecho. No quería alarmar a Óscar antes de saber la gravedad, pero también era insoportable vivir en la incertidumbre.
Al andar por la calle estrecha, se cruzó con Elena Borbón, la amiga de Doña Carmen con la que había hablado en la casa. La mujer iba hacia la parada, cabizbaja, con el peso del mundo sobre los hombros. Begoña se acercó, sin disimular la intranquilidad, y le pidió la verdad. Elena dudó al principio, pero al ver la sincera preocupación en los ojos de Begoña, se abrió. Prometió no contar nada a nadie, ni siquiera a su amiga. Así Begoña supo todo: el diagnóstico, los plazos, el coste de la operación y la larga lista de espera. Todo dependía de la rapidez; cuanto antes empezara el tratamiento, más chances de recuperación.
En casa Begoña contó a Óscar. Él se quedó pálido, inmóvil, y luego se levantó de un salto. Esa noche llamó a amigos, pidió préstamos y buscó soluciones. Al día siguiente fueron juntos a los bancos y solicitaron créditos. Begoña habló con sus padres, quienes sin dudar ofrecieron ayuda. Elena recorrió a sus conocidos, contó la situación y recolectó lo que pudo. En una semana, en un tiempo increíblemente corto, lograron reunir la cantidad necesaria. Algunos donaron sin esperar devolución, otros dijeron: «No lo devuelvas, lo importante es que viva». Doña Carmen llamó a Begoña para tratar la donación de la casa. No imaginaba que la conversación tomara otro rumbo.
Óscar, Begoña y Elena llegaron juntos a la casa de la suegra y entregaron un sobre con el dinero completo para la cirugía. La mujer miró a Elena, luego al sobre, y estalló en llanto.
Te pedí que no le contaras a nadie
¿Y yo qué? ¿Anunciarlo por todo el barrio? replicó Elena, cruzando los brazos. ¡Fue tu nuera la que me pilló en la parada! La escuchó todo y no iba a rendirse. ¡Somos amigas de toda la vida! ¿Cómo podía quedarme callada? El destino nos juntó ese día. Recogimos el dinero porque te queremos. No te castigues, ve al hospital y hazte la operación. No queremos perderte.
Doña Carmen sollozó como una niña. Óscar abrazó a su madre y le suplicó que nunca más ocultara cosas. «No es solo por ti», le dijo, «es por toda la familia». Begoña, con suavidad, le reprochó: «¿Habrías hecho lo mismo si nosotros hubiéramos callado nuestra enfermedad?»
Somos una familia contestó ella. Lo más valioso es la vida, la salud, la capacidad de reír y respirar. Lo demás vendrá. No te preocupes, la operación será a tiempo y todo saldrá bien.
La intervención fue un éxito. Los médicos dieron buen pronóstico; la amenaza quedó atrás. Begoña visitaba el hospital cada día, a veces con Óscar, a veces con su madre, a veces con Elena. Días antes del alta anunció que estaba embarazada.
Recupérense pronto dijo sonriendo . Un nieto o una nieta está en camino. Nos tocará ayudar a criar al pequeño.
Doña Carmen quedó impresionada. Se dio cuenta de lo afortunado que era su hijo con Begoña. Otra mujer podría haber sido indiferente, pero ella se había lanzado al combate por su vida. Supo que los padres de Begoña vendieron el garaje para aportar su parte y le estaban eternamente agradecidos. Soñaba con devolverles ese gesto con bondad. Begoña ya no era solo una nuera, era una hija.
Me siento muy afortunada de que Óscar haya elegido a una mujer como tú le dijo, tomándola de la mano . Tu corazón es el más cálido que he conocido.
Begoña reflexionaba que todo en las relaciones se basa en la reciprocidad. Si alguien se acerca con buena voluntad, la relación florece. Si la suegra fuera fría, celosa o hiriente, ¿cómo respondería? Ningún buen corazón soporta la negatividad constante.
Elena insistió en formalizar la donación de la casa a Begoña, por si acaso. No dudaba de que Begoña jamás la echaría de su vida mientras estuviera viva. Lo esencial ahora era sanar y recuperar fuerzas, mientras esperaban al bebé y construían su futuro juntos.
A menudo recuerdo aquel día. Si no hubiera aceptado el desplazamiento, si no hubiera pasado por la casa de la suegra, si hubiera dado la vuelta ¿qué habría pasado? Tal vez las casualidades no existen; cada paso nos lleva a donde debemos ir.
He aprendido que la ayuda silenciosa, la solidaridad familiar y el valor de pedir apoyo son más poderosos que cualquier venta de bienes. En la vida, no hay que temer a la vulnerabilidad; al reconocerla, se abre la puerta a la verdadera fortaleza.






