Ella estaba horneando un pastel, sin saber que nunca más tendría que esperar…

Ella estaba horneando un pastel, sin saber que nunca más tendría que esperar…

En el jardín, envuelta por el aroma de la menta fresca y las delicadas hortensias, se balanceaba suavemente, con un libro en la mano y las piernas recogidas bajo su cuerpo. El aire estaba impregnado de la cálida y casi reconfortante fragancia de un pastel de albaricoque que se doraba lentamente en el horno. Siempre sabía cuándo iba a llegar. No necesitaba un mensaje ni una llamada; simplemente lo sentía.

Hoy también lo sabía. Por eso había amasado la masa desde la mañana.

Él nunca planificaba nada con anticipación. Simplemente llegaba el momento en que la soledad se volvía insoportable. Entonces, subía al coche, tomaba el teléfono y marcaba su número.
– Hola…

Se conocieron por casualidad, entre extraños. Ella había ido con su hermana, él con un amigo. Ninguno de los dos quería estar allí, pero de alguna manera terminaron uno al lado del otro, desconocidos en medio de una noche ruidosa. Él la invitó a bailar. Luego, impulsivamente, le compró una rosa larga, un poco cursi, a una vendedora ambulante. Más tarde, la llevó a casa recorriendo toda la ciudad.

Desde aquella noche, todo cambió.

Y eso le asustó.

No quería volver a abrir su corazón, no quería apegarse, no quería arriesgarse. Pero cada vez que la vida lo apretaba como un tornillo de banco, cuando todo a su alrededor se volvía gris y vacío, simplemente subía al coche y conducía hacia ella.

Ella no necesitaba promesas. Simplemente lo esperaba.

Un día, él le dijo con cautela:
– Tal vez podría quedarme aquí…

Sus ojos brillaron por un instante y luego se apagaron igual de rápido.
– La decisión es tuya.

Las despedidas siempre eran como una herida abierta. Él salía por la puerta, se detenía, se giraba y volvía para besarla una vez más. Luego intentaba irse otra vez. Y una vez más, regresaba.

La conoció demasiado tarde. Pero estaba agradecido de haberla conocido.

Su pasado había sido tormentoso. Pasión, discusiones, platos rotos, puertas que se cerraban de golpe. Pero ahora necesitaba otra cosa. Un amor que oliera a menta, a té caliente y a pasteles recién horneados. Paz. Silencio. Autenticidad.

Esta vez, no quiso esperar hasta el fin de semana. La llamó directamente desde el camino.

Luego colgó, subió el volumen de la música. Y no escuchó el impacto.

Ella nunca sabrá que él iba hacia ella para quedarse para siempre.

Él nunca sabrá que su hija tiene los mismos ojos azul penetrante.

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Ella estaba horneando un pastel, sin saber que nunca más tendría que esperar…