Ella desea conocer a su bisnieta, pero no puedo perdonar su traición

Me llamo Lucía, y tengo una historia que llevo arrastrando muchos años. A lo mejor, si la cuento, me aliviará el alma.

Mi familia nunca fue ejemplo de relaciones perfectas. Vivíamos en Toledo, y desde pequeña veía cómo entre los adultos había rencores, rumores, alcoholismo y desprecios. Mi madre tenía una hermana, Carmen, cuyo hijo, mi primo Javier, se casó con una mujer poco fiel, por decirlo suavemente. Las infidelidades eran constantes, las peleas escandalosas, el divorcio breve porque siempre volvían, como si fuera una adicción. Tuvieron dos hijos, pero el amor nunca creció. Y mi tía Carmen, con una grave dependencia del alcohol, no duraba en ningún trabajo. Borracheras, despidos… la familia ya había tirado la toalla.

Un día, la mujer de Javier tuvo graves problemas renales. Mi madre y yo fuimos a visitar a mi abuela, Rosario. Y ella nos contó sobre la enfermedad de aquella mujer. Mi madre reaccionó con dureza: “Hay que pensar con la cabeza, no con lo de más abajo”. Nosotras nos encogimos de hombros y lo habríamos olvidado. Pero mi abuela, franca como es, le repitió cada palabra a la enferma. Y entonces empezó el infierno.

El escándalo fue monumental. Mi tía, borracha como una cuba, se lanzó contra mi madre defendiendo a su nuera como si fuera su hija de sangre. Ni siquiera discutimos, nos fuimos. Pero lo peor vino después: mi abuela se puso del lado de Carmen y su familia. Dejó de llamarnos, de visitarnos. Para ella, ya no existíamos. Mi madre intentó mantener el contacto, pero yo no. Ahí decidí que no quería saber nada de esa familia de borrachos ni de quienes te borran así de sus vidas.

Han pasado ocho años. Mi abuela pronto cumplirá ochenta. Hace poco llamó a mi madre, llorando, pidiendo perdón. Mi madre, por supuesto, perdonó… es su madre. Tiene un corazón de pan, siempre fue así. Pero yo… no puedo.

Ahora tengo una hijita pequeña. Mi alegría, mi sol. Mi madre le habló de ella a mi abuela, y esta, con voz temblorosa, pidió aunque fuera una foto. Dice que sueña con conocer a su bisnieta, que cada noche reza a Dios para que le dé la oportunidad de verla, aunque sea un instante. Pero yo me negué. Rotundamente.

No es por venganza. Es porque aún me duele el rencor. Porque no olvido cómo nos traicionaron, cómo lloró mi madre sin entender qué hizo para merecer ese desprecio. Porque mi abuela me enseñó entonces que la familia no siempre es amor… a veces es elección. Y ella no nos eligió a nosotras.

No sé si tengo razón. Mi madre dice: “No guardes rencor, Lucía, ya es mayor, está cansada, solo quiere irse en paz”. Pero dentro de mí todo se rebela. No sé si habrá otra oportunidad, quizá mañana sea tarde… pero no estoy preparada.

Dime… ¿tú perdonarías?

*Hoy aprendí que el perdón no es obligación, aunque el tiempo sí es implacable.*

Rate article
MagistrUm
Ella desea conocer a su bisnieta, pero no puedo perdonar su traición