«Ella brilla con fuerza, pero yo ya no lo veo»

—De verdad está preciosa. Y yo ya no lo noto—, pensó Víctor.

La mañana fue un caos, como de costumbre. Vicky preparó el desayuno, despertó a Verita. Su marido había ocupado el baño, así que tuvo que lavar a su hija en la cocina. Sin querer, con la toalla, tiró una taza de la mesa. Al oír el ruido, su esposo apareció. Vicky le pidió que cogiera a Verita mientras ella recogía los trozos del suelo.

—Uf, creo que ya está—. Vicky salió disparada a vestirse.

—Me voy, lleva tú a Vera a la guardería. Hoy tengo un día importante—, dijo desde el recibidor, abrochándose las botas—. Presento mi proyecto. Si sale bien, me darán la dirección, y eso significa dinero, experiencia y recomendaciones.

Se puso el abrigo, echó un último vistazo crítico al espejo, cogió el bolso y salió del piso. Víctor ni siquiera tuvo tiempo de protestar.

Terminó su bocadillo con café mientras Verita lo miraba fijamente.

—¿Quieres un poco?

Su hija asintió.

—No, mejor no, o luego no comerás la papilla en la guardería.

Al oír lo de la papilla, Verita hizo una mueca.

—Hay muchas cosas que tampoco me gustan. Como que mamá se escape de casa. Con eso, parece que no hay remedio—. Víctor dejó la taza vacía en el fregadero.

Le costó un siglo ponerle las medias a su hija, que no dejaban de enredarse. Luego buscó los guantes, que estaban en el radiador de la cocina. Sudorosos y despeinados, por fin salieron de casa. Víctor cogió a su hija en brazos y bajó corriendo las escaleras.

La dejó con la cuidadora, pero esta empezó a explicarle algo.

—Disculpe, llego tarde—, la interrumpió y escapó de la guardería como un cobarde.

Solo en el coche respiró aliviado. Se tomó un minuto para recuperarse del ajetreo matutino antes de ir al trabajo.

En el trayecto, recordó lo tranquilo que era cuando Vicky se quedaba en casa. Salía y volvía a un piso recogido, con la cena hecha. Sin prisas. Ahora todo era una carrera. No podía seguir así.

Muchas mujeres soñarían con estar en su lugar, en casa. Pero ella quería independencia, carrera. ¿Para qué se casó, entonces? Podría haberse centrado en su trabajo. Debía convencerla de dejarlo. ¿Acaso les faltaba dinero? Decidió hablar con ella esa noche. El solo pensarlo le mejoró el humor.

El trabajo lo distrajo de los problemas matutinos. Después del almuerzo, llegó un mensaje de Vicky: se retrasaba y le pedía que recogiera a Vera.

Vaya. Él planeaba quedar con unos amigos en el bar. Ya apenas se veían. El buen humor se esfumó.

Por la noche, mientras freía patatas, llegó su esposa, radiante y feliz. Sin quitarse el abrigo, entró en la cocina.

—¿Te imaginas? Mi presentación fue un éxito. ¡Me han nombrado jefa del proyecto! Felicítame—. Se levantó de puntillas y le ofreció la mejilla. Víctor la besó.

—¿No estás contento por mí?— Vicky notó su mal humor.

—Claro que sí. ¡Genial! Mi esposa hace carrera. Le encargan un proyecto. Ya no tiene tiempo para nosotras. Todo perfecto—, respondió con sarcasmo.

—¿Qué te pasa? ¿Me tienes envidia porque me va bien y tú sigues siendo un mero empleado?

—¿Envidia? Solo ves a tu hija por las mañanas y los fines. Pronto ni te reconocerá. ¿Acaso necesitamos más dinero?

—No grites. No piensas en ella, sino en ti. Sí, ganaré más que tú. Y eso te molesta. ¿No entiendes? Quiero hacer lo que me gusta, no estar encerrada. Quiero verme bien. Así era cuando te enamoraste, ¿no?

Víctor se quedó sin palabras. Era verdad.

—Pero eso fue antes. Ahora tenemos una hija. Y necesita a su madre—, replicó.

—Y también a su padre. Los hombres cargan todo sobre las mujeres y las culpan si algo sale mal. Pues ocúpate tú—, contestó Vicky.

La discusión escaló. Ambos gritaban, convencidos de tener razón. Ninguno cedió. Se acostaron enfadados, sin reconciliarse. Dormidos, ella puso una mano sobre su pecho, y él la cubrió con la suya. En sueños, seguían amándose.

A la mañana siguiente, Víctor se levantó temprano, esperando escapar primero. Pero Vicky ya estaba despierta, preparando el desayuno. Suspiró y fue a afeitarse. Todo se repitió: el café se derramó, Vera se enredó con las medias, y Vicky, ya vestida, esperaba en la puerta.

Víctor le gritó que no podría recoger a Vera… Pero la puerta ya se había cerrado.

—¡Maldita sea!—. Tiró su camisa sobre la cama, furioso.

No imaginaba así su familia. Su madre no trabajaba, cocinaba, esperaba a su padre, ayudaba con los deberes. Nunca habían discutido. ¿Por qué ellos no podían ser así?

En el trabajo, Margarita se le acercó. Tuvieron un romance breve y apasionado antes de Vicky. Fue por Vicky que acabó.

—¿Qué te pasa últimamente?— preguntó.

—¿El qué?—. Víctor echó café soluble en una taza.

—Andas irritable. ¿La vida familiar no es tan maravillosa como pensabas?

—¿De qué hablas? Vicky y yo estamos bien. Solo… empezó a trabajar y nos cuesta adaptarnos—. Vertió agua caliente y la miró.

Sus labios pintados esbozaron una sonrisa complicidad. Estaba guapísima.

—Siempre ocupado. Si quieres, puedo ayudarte—.

—¿Cómo?

—Recoger a tu hija de la guardería. La llevo a mi casa y luego pasas a buscarla. Hace mucho que no vienes—. Se acercó un poco más—. No soy tan difícil como tu esposa—. Su mano se acercó a su camisa.

Víctor le agarró la muñeca y la apartó. Imaginó a Vera contándole a su madre que una señora la había recogido…

—No. Lo nuestro terminó. Tengo que trabajar—. Salió de la sala con su café.

Esa noche, Vicky llegó tarde otra vez. No discutieron, pero tampoco hablaron. Ella entendía su enfado, pero no quería perder su trabajo ni a su familia. Intentó abrazarlo, pero él se apartó.

Dio vueltas en la cama, pensando. No quería renunciar a su carrera, pero tampoco perder a Víctor. Quizá podrían equilibrarlo. Menos horas extras, más tiempo en familia. Pero… ¿y si él ya no la esperaba?

Margarita estaba allí, lista para reemplazarla.

—No. Si otras lo logran, yo también—. Tomó una decisión—. Nada de retrasos. Reuniones por la mañana. Y delegar más. Somos un equipo. Basta.

Al día siguiente, entrevistaron a Vicky en la televisión. Cuando le preguntaron cómo se las arreglaba para lucir tan bien, dijo que tenía un marido maravilloso que la apoyaba en todo.

—De verdad está preciosa. Y yo ya no lo noto—, pensó Víctor.

—Vi a tu mujercita en la tele—, le dijo Margarita en el trabajo.

—Déjame en paz—. Vio el destello de odio en sus ojos, oculto tras una sonrisa.

—¿Y qué? Ella misma dijo lo buen marido que eres. Los hombres como tú no deberían ser de una sola.

—Basta, Marga. Fíjate en Alejandro. LAl llegar a casa, encontró a Vicky jugando con Verita en el salón, y supo que hoy, como siempre, había elegido bien.

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«Ella brilla con fuerza, pero yo ya no lo veo»