Eligió el trabajo en lugar de mí

—¡Tú… tú… No puedo creer lo que estoy oyendo! ¡Es que no me cabe en la cabeza! ¡Tu maldito trabajo, tus llamadas urgentes, tus viajes sin fin! —Lucía apartó de un manotazo la taza de la mesa, que se estrelló contra la pared, salpicando café por todas partes. Los pedazos de la taza cayeron al suelo como confeti.

—Basta ya de histrionismos, ¡madre mía, pareces una niña! —Héctor ni siquiera alzó la voz, y eso la enfureció más. Dentro de ella todo hervía, mientras él permanecía impasible. —No puedo cancelar este viaje, ¿cuándo lo vas a entender? Es una cuestión de promoción.

—¿Promoción? —casi se atragantó de rabia—. ¡Siempre, siempre es más importante tu trabajo que nosotros! ¿Recuerdas cuando faltaste a la graduación de Martina? ¿Ni siquiera llamaste en mi aniversario, y eso que te lo recordé con una semana! ¿Y ahora esto? A Guille le operan dentro de dos días, ¡y tú te vas a ese… Bilbao de los diablos!

—A Barcelona —corrigió automáticamente Héctor, y al instante se mordió la lengua.

—¡Como si fuera la luna! —Lucía agitó los brazos como aspas de molino—. ¡No vas a estar cuando a tu hijo le administren la anestesia! ¡Cuando esté muerto de miedo, cuando yo me esté volviendo loca del pánico! ¡Y todo por un maldito papel con una firma que a nadie le importa!

Héctor exhaló, pasándose la mano por el rostro. Ojeras, barba desigual, pero la misma mirada obstinada de siempre.

—Es un contrato estúpido, pero… es mi oportunidad de ser director financiero, ¿no lo entiendes? He trabajado veinte años para esto, toda mi vida. Además, la operación de Guille es rutinaria, ¿por qué te pones así? Son las amígdalas, no un tumor cerebral.

—¡Claro, y si algo sale mal! ¿Qué pasa si hay complicaciones? —Lucía clavó las uñas en sus propias palmas—. ¿Entonces qué, eh?

—No va a pasar nada —dijo él, quitándole importancia—. Ya hablé con el médico.

—¿Y si pasa? —su voz rozaba el grito.

—¡Por favor, siéntate! —se encogió de hombros—. Si algo ocurre, tomo el primer avión y vuelo, ¿te acuerdas de cuando operaron a Martina de apendicitis?

—¡Sí, me acuerdo! —respondió con sorna—. Llegaste ocho horas tarde, cuando todo había terminado. Los médicos ya se habían ido, y ahí bajabas tú del avión, ¡todo un héroe!

Héctor negó con la cabeza:

—¿Qué quieres, que sea de goma? No puedo estar en dos sitios a la vez. Trabajo como un loco para daros todo. ¿O ya te olvidaste de cómo me dabas la tabarra con el nuevo piso? “Quiero mudarme, los vecinos son ruidosos, el patio está sucio, el metro queda lejos…”

—¡Preferiría vivir en aquel piso de los setenta! —estalló—. ¡Pero con un marido y padre decente que viera a sus hijos más que los domingos por la tarde!

Héctor se desplomó en la silla— sus casi noventa kilos cedieron al peso de la frustración:

—Mira, habíamos acordado esto: tú en casa, con los niños, el hogar. Yo matándome en el trabajo para traer dinero. ¿Qué ha cambiado? ¿Desde cuándo es un problema?

Lucía abrió la boca para soltarle todo, pero la puerta de entrada se abrió de golpe. Risas infantiles, mochilas cayendo al suelo.

—Luego hablamos —refunfuñó, saliendo de la cocina con una sonrisa forzada que le tensionaba los pómulos.

Héctor abrió el portátil. Tenía que terminar la presentación antes de la noche, pero su mente estaba en blanco.

Más tarde, con los niños ya dormidos, Lucía estaba en la cocina, desplazando sin rumbo el móvil. Ya no lloraba. Solo sentía un vacío. Veintidós años de matrimonio, y cada año parecía que su relación se convertía más en una hoja de cálculo: ingresos, gastos, activos, pasivos. ¿Cuándo se había vuelto todo tan complicado?

Héctor entró en silencio y se sentó frente a ella.

—¿Quieres café? —preguntó ella, sin mirarlo.

—Sí —respondió él—. Lucía, tenemos que hablar.

—¿De qué? —encendió la tetera eléctrica—. Todo está claro. Te vas pasado mañana. Guille y yo iremos solos al hospital.

—Escucha —se acercó y le puso las manos en los hombros—. Sé que es duro para ti. Pero esto es importante para mí.

—¿Más que nosotros? —Lucía lo miró, y en sus ojos él no vio rabia, sino cansancio y decepción.

—Todo lo hago por vosotros —susurró—. Todo.

—No, Héctor —negó con la cabeza—. Lo haces por ti. Por tu orgullo, por tu carrera. Hace años que quedamos en segundo plano.

—No es verdad —intentó protestar.

—Sí lo es. ¿Sabes qué dijo Guille cuando hablábamos de la operación? *”Menos mal que es cuando papá está de viaje, así no se estresa por perder trabajo.”* Tiene once años y ya se adapta a tu horario.

Héctor calló, sin palabras.

—Martina preguntó si irías a su graduación el año que viene. No porque quiera verte, sino porque teme que otra vez estés “ocupado con algo importante”.

—Intentaré estar —murmuró.

—”Intentaré” —repitió Lucía—. Siempre es “intentaré”. ¿Sabes cuándo supe que habías elegido el trabajo sobre mí? Cuando perdí al bebé. ¿Te acuerdas? Hace diez años. Llegaste dos días tarde, cuando ya me habían dado el alta.

—Había negociaciones en China —empezó a explicar.

—Exacto —asintió Lucía—. Tú tenías negociaciones. Yo perdí un hijo y estaba sola.

Volvió la espalda y se concentró en moler los granos de café.

—Nunca me lo dijiste —susurró él.

—¿Qué habría cambiado? —se encogió de hombros—. Te habrías disculpado, prometido que no se repetiría, y la próxima vez habrías elegido el trabajo igual.

Héctor se frotó el puente de la nariz:

—Quizá deberías hablar con alguien. Un psicólogo.

—Claro —sonrió amargamente—. El problema soy yo, ¿no? No que mi marido es un empleado eventual cuya función es pagar facturas, sino que no lo llevo con suficiente alegría.

—No es eso —negó—. Pero exageras.

—¿Exagero? —dio media vuelta bruscamente—. Entonces dime: ¿cuándo fuiste la última vez a una reunión del colegio? ¿Sabes quién es la tutora de Guille? ¿O sobre qué es el TFG de Martina?

Silencio.

—Eso pensaba —puso una taza de café frente a él y se sentó—. Te has perdido nuestras vidas, Héctor. Y sigues perdiéndotelas.

Él tomó un sorbo y frunció el ceño— demasiado fuerte, como siempre cuando ella estaba alterada.

—Podría pedir vacaciones en verano —propuso—. Irnos todos juntos a algún sitio.

—Martina se va con amigos a Mallorca —recordó Lucía—. Y Guille se apuntó a un campamento de fútbol.

—¡Podrías habérmelo dicho antes de planear nada! —por primera vez esa noche, su voz mostró irritación.

—Te lo dije. Dos veces. Dijiste “vale, plane**Adapted Story (Spanish/Castilian Context):**

—¡Tú… tú… no puedo creer lo que oigo! ¡No me cabe en la cabeza! ¡Tu maldito trabajo, tus llamadas urgentes, tus viajes interminables! —Lucía lanzó la taza contra la pared, salpicando café por todas partes, mientras los pedazos caían como confeti roto.

—Ya está bien de dramatismos, ¡pareces una niña! —Héctor ni siquiera alzó la voz, y eso la enfureció más: su interior ardía, mientras él permanecía impasible—. No puedo cancelar este viaje, ¿no lo entiendes? Se decide mi ascenso a director financiero.

—¿Ascenso? —casi tosió de rabia—. ¡Siempre, siempre pesa más tu carrera que nosotros! ¿Recuerdas cuando faltaste a la graduación de Martina? ¡Ni llamaste en mi aniversario, aunque te lo recordé! ¿Y ahora esto? A Guille le operan las amígdalas en dos días, ¡y tú te vas a ese… Bilbao de los demonios!

—A Barcelona —rectificó automáticamente, y al instante se mordió la lengua.

—¡Como si fuera la Luna! —agitó los brazos como aspas—. ¡No estarás cuando tu hijo tenga miedo, cuando yo me esté desesperando! ¡Todo por un papel inservible con una firma!

Héctor respiró hondo, pasándose la mano por el rostro. Las ojeras y la barba despareja no ocultaban su mirada obstinada.

—Es un contrato absurdo, pero es mi oportunidad. Llevo veinte años luchando por esto. Además, es una operación rutinaria, ¿por qué te alarmas? No es un tumor cerebral.

—¡Y si algo sale mal! —clavó las uñas en las palmas—. ¿Qué hacemos entonces?

—No pasará nada —se encogió de hombros—. Hablé con el médico.

—¿Y si pasa? —su voz rozó el grito.

—¡Siéntate ya! —se sobresaltó—. Si ocurre, cojo el primer avión. Como cuando operaron a Martina del apéndice.

—¡Sí, claro! —respondió con sorna—. Llegaste ocho horas tarde, cuando los médicos ya se habían ido. ¡Qué héroe!

Héctor negó con la cabeza.

—¿Qué quieres, que sea de goma? No puedo dividirme. Trabajo para daros lo mejor. ¿Olvidaste cómo insististe en mudarnos? *”Este barrio es ruidoso, el metro queda lejos…”*

—¡Preferiría vivir en aquel piso viejo! —estalló—. ¡Pero con un padre que viera a sus hijos más que los domingos!

Se dejó caer en la silla, derrotado.

—Lucía, habíamos pactado esto: tú en casa, yo trabajando. ¿Qué ha cambiado?

Ella abrió la boca para replicar, pero la puerta se abrió. Risas infantiles, mochilas cayendo al suelo.

—Luego hablamos —murmuró, saliendo con una sonrisa forzada que le tensaba los pómulos.

**Continuation (remaining half):**

Esa noche, con los niños dormidos, Lucía miraba el móvil en la cocina, sumergida en un silencio helado. Veintidós años de matrimonio, y cada año su vida juntos se parecía más a una hoja de Excel: ingresos, gastos, deudas, ausencias.

Héctor entró y se sentó frente a ella.

—¿Café? —preguntó ella, sin mirarlo.

—Sí —asintió—. Lucía, necesitamos hablar.

—¿De qué? —encendió la cafetera—. Mañana te vas. Guille y yo iremos solos al hospital.

—Escucha —le tomó las manos—. Sé que es duro, pero esto es importante.

—¿Más que nosotros? —lo miró, y en sus ojos solo vio cansancio.

—Todo lo hago por vosotros —susurró.

—No —negó—. Lo haces por tu ambición. Hace años que quedamos en segundo plano.

Él calló.

—Guille dijo: *”Menos mal que me operan cuando papá viaja, así no se enfada por perder trabajo”*. Tiene once años, Héctor. Martina preguntó si irás a su graduación… no porque espere verte, sino porque teme que digas que estás ocupado.

—Iré —murmuró.

—”Iré”. Como cuando perdí al bebé. Llegaste dos días tarde, desde China.

—Nunca lo mencionaste —apretó los nudillos.

—¿Para qué? —apagó la cafetera—. Te habrías disculpado y repetirías lo mismo.

Él se frotó los ojos.

—Quizá debas hablar con alguien… Un psicólogo.

—Ah, claro —sonrió amarga—. El problema soy yo, no un marido ausente.

—No es eso —susurró—. Pero exageras.

—¿Exagero? —se levantó de golpe—. ¿Cuándo fuiste a una reunión del colegio? ¿Sabes qué estudia Martina?

Silencio.

—Te has perdido nuestras vidas —puso el café frente a él—. Y sigues perdiéndotelas.

Él bebió y arrugó el rostro. Demasiado amargo.

—Podríamos irnos en verano —propuso—. Todos juntos.

—Martina va a Ibiza con amigos. Guille tiene campamento.

—¡Podrías habérmelo dicho! —gritó, y al instante bajó la voz—. Lo siento… no lo recordaba.

Lucía miró por la ventana.

—¿Sabes lo peor? —dijo al fin—. Que empiezo a sentir que sin ti es más fácil. Cuando estás aquí, espero que por fin *estés*… y siempre me fallas.

Él cerró los ojos.

—No puedo cancelar el viaje… pero lo pospondré un día para llevar a Guille al hospital.

—Ya tienes los billetes.

—Los cambiaré —afirmó—. Y llamaré cada hora.

Ella sonrió, triste.

—¿Crees que eso arregla algo?

—No —reconoció—. Pero es un inicio. No quiero perderos.

—Ya casi nos has perdido —susurró.

**Final scene (hospital / resolution):**

En el hospital, Guille dibujó un avión en su cama.

—Mira, mamá —sonrió—. Es el de papá. Viene a vernos.

Lucía acarició su pelo.

—Sí, cariño. Vuelve a casa.

Y por primera vez en años, creyó que tal vez, solo tal vez, fuera cierto.

**Final sentence to conclude the story:**
*”Al otro lado de la ventana, el avión que Héctor había tomado por fin aterrizaba en Madrid, mientras él apretaba en su maletín el informe firmado y una promesa que esta vez no rompería.”*

Rate article
MagistrUm
Eligió el trabajo en lugar de mí