El yerno recibió más que el hijo

**El yerno heredó más que el hijo**

—¿Cómo se entiende esto? —Iván agitaba el testamento frente a la nariz de la notaria—. ¡El piso para el yerno, la casa de campo para el yerno, el coche para el yerno! ¿Y a mí qué? ¡Yo soy el hijo, su sangre!

—Iván Vladímirovich, por favor, cálmese —la notaria se ajustó las gafas y le lanzó una mirada severa—. Su padre tenía todo el derecho de repartir su patrimonio como considerase oportuno.

—¡Pero es injusto! —la voz de Iván se quebró en un grito—. ¡Sergio solo lleva cinco años casado con mi hermana y recibe más que yo! ¿Dónde está la justicia?

Sergio, sentado en una silla al fondo de la habitación, apretaba los puños. Tenía la cara pálida y los ojos rojos de cansancio. Callaba, pero su expresión dejaba claro que aquel espectáculo le dolía tanto como a Iván.

—Iván, deja de gritar —dijo Natalia, su hermana y esposa de Sergio, con voz firme—. Papá sabía lo que hacía.

—¡Y tú cállate también! —le espetó su hermano—. Seguro que tu maridito te ayudó a convencerlo mientras estaba enfermo.

Sergio se levantó de un salto.

—Repítelo —su tono era peligroso.

—¡Lo repito! —Iván se giró hacia él—. ¡Manipulaste a un anciano enfermo! Te hiciste el cariñoso para ganarte su confianza mientras calculabas cuánto ibas a heredar.

—¡Iván! —Natalia se puso en pie—. ¿Cómo te atreves? Sergio cuidó de papá día y noche cuando estuvo hospitalizado. ¿Y tú dónde estabas, eh? ¿Dónde estaba el hijo de sangre?

—¡Yo trabajaba! Tengo mi propia familia, hijos. No puedo dejarlo todo para hacerme enfermero.

—¿Y Sergio sí pudo? —Natalia se acercó a su hermano—. ¿Acaso él no tiene familia? ¿No tiene trabajo? Gastó sus vacaciones en papá, cogió bajas, pasó noches en vela.

La notaria suspiró hondo y golpeó el bolígrafo contra la mesa.

—Señores herederos, les ruego que discutan sus asuntos fuera de mi despacho. El testamento se redactó conforme a la ley y está debidamente certificado. Vladímir Petrovich estaba en plenas facultades cuando lo firmó. Hay informes médicos que lo corroboran.

Iván agarró su copia del testamento y volvió a leerlo en voz alta, tembloroso:

—*”Piso de tres habitaciones en el barrio de Salamanca: para Sergio Alexandrovich López. Casa de campo en Guadarrama: para Sergio Alexandrovich López. Coche ‘Seat León’: para Sergio Alexandrovich López.”* —Su voz temblaba de rabia—. *”E Iván Vladímirovich García: un garaje y herramientas de jardín. ¡Herramientas! ¡Rastrillos y palas!”*

—Y cincuenta mil euros —apuntó la notaria.

—¡Cincuenta mil! —Iván soltó una risa amarga—. ¡El piso vale ochocientos mil, la casa otros trescientos, y el coche es casi nuevo! ¿Y a mí, una limosna?

Sergio no pudo callarse más:

—Iván, jamás le pedí nada a tu padre. De hecho, cuando me dijo que iba a cambiar el testamento, intenté disuadirlo. Le dije que todo debía ser para sus hijos.

—¡Claro que sí, como no ibas a decir eso! —bufó Iván.

—¿Y qué te respondió papá? —preguntó Natalia.

Sergio respiró hondo.

—Me dijo: *”Sergio, Iván es mi sangre, pero tú te has portado como un hijo. Él solo aparece cuando necesita dinero. Tú vienes sin pedir nada.”* Son sus palabras, no las mías.

Iván palideció.

—Eso no es cierto.

—Sí lo es —afirmó Natalia—. Yo lo oí. Papá sufría porque apenas le visitabas.

—¡Tengo responsabilidades! ¡No todos podemos pasarnos el día pendientes de los viejos!

—Nadie obligó a Sergio a hacerlo —Natalia volvió a sentarse—. Lo hizo porque quería a papá.

Se hizo un silencio incómodo. La notaria recogía papeles, deseando terminar con aquel trámite desagradable.

—Voy a impugnar el testamento —anunció Iván—. Encontraré la manera de demostrar que papá no estaba en sus cabales.

—Como quieras —Sergio encogió los hombros—. Es tu derecho.

—Iván, reflexiona —rogó su hermana—. ¿Merece la pena romper la familia por dinero? Papá ya no está, pero nosotros seguimos aquí.

—¡Fácil decirlo! —estalló Iván—. ¡Tu marido está forrado! ¿Y yo? ¡Llevo toda la vida contando con esa herencia! Quería vender el piso para comprar uno más grande, pagar los estudios de los niños.

—¿Y nosotros no tenemos planes? —Sergio se acercó a la ventana—. ¿Crees que esto me gusta? ¿Que estoy contento con cómo han quedado las cosas?

—Pues renuncia a la herencia —le espetó Iván—. Si tanto te molesta.

—No lo haré —respondió Sergio con firmeza—. Porque era la última voluntad de tu padre. Y la respeto.

Natalia tomó la mano de su marido.

—Sergio tiene razón. Papá era inteligente, sabía lo que hacía.

—¡Claro que lo sabía! —Iván volvió a explotar—. Sabía que podía joder a su hijo, pero no al yerno. ¡Sabía que yo lo aguantaría todo por ser familia!

—O quizá sabía algo más —susurró Natalia.

—¿A qué te refieres?

Ella lo miró fijamente antes de soltarlo:

—¿Recordará cuando le pediste un préstamo para el coche hace tres años?

—¿Y qué? ¿Un hijo no puede pedirle dinero a su padre?

—Puede. Pero prometiste devolverlo en seis meses. Han pasado tres años.

Iván enrojeció.

—¡Iba a hacerlo! Es que surgieron imprevistos…

—¿Y cuando le prometiste arreglarle el baño, te llevaste el dinero para materiales y desapareciste un mes?

—¡Al final lo hice!

—¡Media año después! ¡Y solo porque papá amenazó con denunciarte!

Sergio guardaba silencio, incómodo ante la discusión, pero sin poder irse.

—Natalia, basta —pidió—. No revuelvas el pasado.

—¡Hay que hacerlo! —Natalia tenía los ojos brillantes de lágrimas—. ¡Que recuerde cuando papá lo llamó antes de la operación e Iván le colgó porque estaba ocupado! ¡Y nunca le devolvió la llamada!

—¡Se me olvidó! —se defendió él—. ¡Son cosas que pasan!

—¿Y también se te olvidó su cumpleaños? ¿Y su santo? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a verlo sin que necesitaras algo?

Iván abrió la boca, pero no supo qué decir. Natalia continuó:

—Sergio iba todas las semanas. Le ayudaba en casa, le traía la compra, lo acompañaba al médico. ¡No por obligación, sino porque quería!

—¡Vale, vale! —Iván agitó la mano—. Yo soy el mal hijo, y él el yerno perfecto. Pero igual voy a impugnar el testamento.

Agarró sus papeles y se dirigió a la puerta.

—Iván, espera —lo llamó Natalia.

—¿Qué más?

—Somos familia. Podemos llegar a un acuerdo. Sergio, díselo.

Él se volvió.

—IIván dio un portazo al salir, pero años después, en el lecho de muerte de su madre, comprendió por fin que el verdadero legado de su padre no eran las propiedades, sino el amor que nunca supo dar.

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El yerno recibió más que el hijo