ÉL VIVIRÁ CON NOSOTROS…

¡Alarma! sonó el timbre con ese tono que anuncia visita inesperada. María dejó el delantal, se secó las manos y se encaminó a abrir la puerta. En el umbral estaba su hija, Inés, acompañada de un joven.

¡Hola, mamita! le dio Inés un beso en la mejilla. Te presento a Álvaro, va a vivir con nosotros.

Buenas saludó Álvaro con una sonrisa tímida.

Y esta es mi madre, tía Carmen añadió Inés.

Doña Carmen, encantada repitió María, corrigiendo el nombre de su hija.

Mamá, ¿qué hay de cenar?

Puré de guisantes y chorizos.

Yo no como puré de guisantes replicó Álvaro, se quitó los zapatos y se dirigió a la habitación.

¡Anda ya! exclamó Inés con los ojos como platos.

Álvaro se dejó caer en el sofá, tiró su mochila al suelo y dijo:

Esto es mi habitación, ¿no?

Es mi habitación afirmó Doña Carmen.

Álvaro, vamos, te enseño dónde nos toca vivir gritó Inés.

Yo ya me estoy acomodando aquí refunfuñó él, levantándose del sofá.

Mamá, piensa qué vamos a darle de comer a Álvaro.

Ni idea, solo nos queda media caja de chorizos encogió los hombros María.

Con mostaza, kétchup y pan, ¿les vale? propuso él.

Pues nada, eso vale respondió María, encaminándose a la cocina. Antes traía gatitos y cachorros a casa; ahora, con un nuevo inquilino, solo le faltaba alimentar a alguien más.

Sirvió un plato de puré de guisantes, echó dos chorizos fritos y colocó una ensalada al lado. Se sentó a cenar con apetito.

Mamá, ¿por qué comes sola? entró Inés en la cocina.

Porque acabo de volver del trabajo con hambre contestó María, mascando un chorizo. Quien tenga hambre se sirve o cocina. Y ahora, una pregunta: ¿por qué Álvaro va a vivir con nosotros?

Pues él es mi marido.

María se quedó boquiabierta.

¿¡Qué!? exclamó.

Sí, su marido. Ya soy mayor, tengo diecinueve años.

Ni una invitación a la boda dijo Inés.

No hubo boda, solo nos casamos y ya está. Como ahora somos marido y mujer, vamos a vivir juntos repuso Álvaro, mirando a la madre que seguía comiendo.

Enhorabuena, entonces. ¿Y sin boda?

Si tienes pasta para la boda, dánnosla; encontraremos dónde gastarla.

¿Y por qué aquí?

Porque el piso de dos habitaciones está lleno de gente, y prefieren compartirlo.

¿No consideraron alquilar?

¿Para qué alquilar si tengo mi habitación? se sorprendió Inés.

Entendido.

¿Nos vas a dar comida?

Inés, la olla con puré está al fuego, los chorizos en la sartén. Si queda poco, hay media caja más en la nevera. Servid y disfrutad.

Mamá, acabo de tener un yerno destacó Inés.

¿Y qué? ¿Tengo que montar una fiesta de baile por eso? Inés, vine del curro cansada, así que sin bailes rituales, ¿vale? Usa tus manos y pies para servirte.

¡Exacto! respondió Inés, cruzando los brazos y cerrando la puerta de su habitación con estrépito.

María terminó de comer, lavó los platos, limpió la mesa y se dirigió a su habitación. Se cambió, cogió su bolsa de ropa y salió al gimnasio del barrio. Era una mujer independiente que, unas cuantas noches a la semana, se entrenaba en el gimnasio y la piscina del centro.

Alrededor de las diez volvió a casa. Al buscar su taza de té, encontró la cocina hecha polvo, como si alguien hubiera intentado cocinar sin saber cómo. La tapa de la olla del puré había desaparecido, el puré estaba seco y agrietado. La bandeja de chorizos y el pan duro y sin bolsa yacían sobre la mesa. La sartén estaba quemada, y alguien había rascado el antiadherente con un tenedor. El fregadero estaba lleno de platos y en el suelo había un charco de algo dulce. El humo de cigarrillos impregnaba el aire.

Vaya, esto sí que es novedad. Inés nunca me ha dejado algo así.

María abrió la puerta del dormitorio. Un par de jóvenes bebían vino y fumaban.

Inés, ve a limpiar la cocina. Mañana compras una sartén nueva ordenó la madre, y se volvió a su habitación sin cerrar la puerta.

Inés se levantó de un salto y salió corriendo tras ella.

¿Por qué toca a mí limpiar? Y, ¿de dónde saco el dinero para la sartén? No trabajo, estudio. ¿Te importa la vajilla?

Mira, Inés, las reglas de la casa son claras: comes, limpias; ensucias, limpias; rompes, pagas. Cada uno se hace cargo de su parte. La sartén no cuesta un céntimo, pero ahora está arruinada.

¡No quieres que vivamos aquí! exclamó Inés.

No, respondió María tranquilamente.

Yo también tengo mi parte continuó María. Este piso es mío, lo he ganado y comprado. Tú solo estás empadronada. Si queréis quedaros, respetad las normas.

Yo siempre he vivido bajo tus normas. Ahora que me case, no me puedes decir qué hacer chilló Inés. Y además, ya eres vieja, deberías cederme el piso.

Te cedo el pasillo del portal y un sitio en la banca del parque. ¿Te casaste? No me lo preguntaste. Duermes aquí sola o con tu marido, pero él no va a vivir aquí replicó María con firmeza.

¡A la mierda tu piso! Álvaro, nos mudamos gritó Inés, coleccionando sus cosas.

Cinco minutos después, el recién llegado yerno irrumpió en la sala.

Vale, mamá, no te pongas nerviosa y todo irá bien dijo, tambaleándose por la cerveza. No nos vamos a ir a estas horas. Si te portas bien, hasta nos besamos bajo la luna.

¿Qué madre soy yo? repitió Doña Carmen, irritada. Tus padres siguen aquí, así que ve a buscar a tu nueva esposa.

Sí, ya lo haré replicó él, levantando el puño y dándolo a la suegra.

María agarró el puño con los dedos, intentando desprenderlo.

¡Suelta, enferma! gritó.

Mamá, ¿qué haces? chilló Inés, intentando apartar a su madre del chico.

Doña Carmen empujó a su hija y le dio una patada en la entrepierna a Álvaro, luego le dio un codazo en el cuello.

Voy a denunciar la agresión amenazó él. Los llevaré a los tribunales.

Espera, llamo a la policía para que registre todo dijo María.

Los jóvenes se retiraron, dejando el piso de dos habitaciones en silencio.

Ya no eres mi madre exclamó Inés, la última vez, y nunca verás a tus nietos.

Qué tragedia repuso María con ironía. Al menos podré vivir a mi manera.

Miró sus manos, con algunas uñas rotas.

Solo pérdidas por vuestra parte refunfuñó Doña Carmen.

Después de su marcha, María limpió la cocina, tiró el puré y la sartén maldita, y cambió las cerraduras del apartamento. Tres meses después, cerca de su trabajo, la encontró Inés, demacrada, con las mejillas hundidas y una expresión triste.

Mamá, ¿qué hay de cenar? preguntó.

No lo sé, todavía no lo he pensado. ¿Qué te apetece?

Pollo con arroz balbuceó Inés. Y una ensaladilla rusa.

Entonces vamos a comprar pollo contestó María. La ensaladilla la haces tú.

Inés no volvió a preguntar nada, y Álvaro desapareció de sus vidas para siempre.

Rate article
MagistrUm
ÉL VIVIRÁ CON NOSOTROS…