El viaje hacia la felicidad: Un nuevo comienzo para dos enamorados.

El Viaje hacia la Felicidad: Un Nuevo Comienzo para Dos Enamorados

Isabel viajaba hacia su amado, más bien volaba sobre las alas de la alegría. Por fin, su hijo había terminado el bachillerato y había sido admitido en la universidad. Ahora, ella y su marido podrían vivir juntos, después de tantos años de espera.

El mismo día en que envió a su hijo a estudiar, compró un billete de autobús y partió hacia Javier. Su matrimonio solo llevaba dos años, pero se conocían como si hubiera sido una eternidad.

Su relación no había sido fácil. Comenzaron con dificultad, atravesaron muchas pruebas, pero el destino les prometía un futuro juntos. Al menos, Isabel estaba segura de ello.

Se habían conocido hacía ocho años. Por entonces, ella apenas se recuperaba de su divorcio con su primer marido y no permitía que nadie se acercara. Hasta que conoció a Javier. Incluso con él, al principio había sido reticente. Él había tenido que esforzarse para convencerla de que no era como su ex, Antonio.

Durante seis meses salieron, hasta que decidieron vivir juntos. Javier se mudó a su casa, porque en su pequeño estudio no habría cabido toda la familia. Isabel tenía un hijo de diez años, un niño tranquilo, aunque al principio no encontró un lenguaje común con su padrastro.

Tras tres años juntos, Javier empezó a hablar de matrimonio, pero Isabel no estaba entusiasmada.

Para ella, esos papeles ya no tenían sentido. Además, ni siquiera te protegían de la infidelidad, fuera hombre o mujer.

Era feliz así, no quería cambios.

Al principio, Javier aceptó su punto de vista, pero luego comprendió que no le bastaba. Él quería ver a Isabel como su esposa en todos los sentidos. Al final, le puso un ultimátum: o se casaban, o se separaban.

A Isabel no le gustó su insistencia y decidió que era mejor terminar. Y así lo hicieron, durante medio año.

En ese tiempo, Javier se había mudado a otra ciudad, donde un amigo le ofreció un trabajo bien pagado. Volvía a casa poco, solo cada dos meses para visitar a sus padres. Y en una de esas visitas, se reencontró con Isabel.

Ella paseaba por el parque y parecía que la vida le sonreía. Estaba tan contenta y despreocupada, hasta que sus ojos se encontraron con los de él.

En su mirada, él leyó exactamente lo que sentía en su alma: aún la amaba. Y no podía ocultarlo.

Retomaron la relación, pero esta vez a distancia. A veces ella iba a visitarle, otras veces él venía a verla. Todos sus encuentros eran planeados con cuidado, pero siempre estaban llenos de ternura y pasión.

Se veían una vez al mes, rara vez dos. Javier le había propuesto muchas veces que se mudara con él. Había comprado un piso de dos habitaciones en aquella ciudad, aunque aún pagaba la hipoteca.

Isabel lo habría deseado con todo su corazón, pero en ese momento no podía cambiar su vida tan de repente. Su hijo era adolescente, necesitaba atención. Y su madre estaba enferma, requería cuidados. Durante más de dos años, Isabel se había esforzado por recuperarla, y al fin, su salud mejoró.

“¡Sigue viviendo!” le dijo el médico, contento, cuando la dieron de alta.

María Carmen ya no retenía a su hija, pero Álex estaba en los últimos cursos del instituto. No quería cambiar de colegio y le pidió a su madre que esperara hasta que terminara. Tuvo que llegar a un compromiso.

El verano antes de que Álex comenzara bachillerato, Isabel y Javier por fin se casaron. Al ver la felicidad que le dio a su marido, ella lamentó no haber aceptado antes, pero ¿de qué servía llorar por lo pasado?

Ahora no solo se veían. Su relación podía llamarse un matrimonio de fin de semana, si no fuera por los cientos de kilómetros que los separaban.

Y ahora, Álex había entrado en la universidad. Isabel estaba orgullosa de su hijo y, al mismo tiempo, comprendía que podía reorganizar su vida personal. No le había dicho a Javier que se mudaría con él, quería darle una sorpresa.

Él lo sospechaba, pero no sabía la fecha exacta.

Isabel hizo la maleta, subió al autobús y partió hacia él. Quería que ese día quedara grabado en su memoria. Ya se imaginaba vestida con lencería de encaje, esparciendo pétalos de rosas sobre la cama recién hecha, preparando una cena deliciosa y esperando a su amor al volver del trabajo.

Soñó con todos esos detalles durante el viaje. Estaba segura de que Javier se alegraría con su sorpresa, pero en cambio, la sorpresa la esperaba a ella.

Abrió la puerta de su piso con su llave y se quedó paralizada. Un par de ojos azules la miraron fijamente: una chica pelirroja, muy hermosa y joven.

“¿Quién eres?” preguntó Isabel a la desconocida.

“Yo soy Lucía. Oh, tú debes ser Isabel. Lo siento, me voy ahora mismo.”

“¿Qué dices? ¿Quién eres?” se irritó Isabel.

“Por favor, no te enfades. Soy la novia de tu marido.”

“¿Qué? ¿La novia de mi marido?”

Isabel cerró la puerta en silencio, dejando atrás todo lo que creyó suyo, decidida a abrirse un nuevo camino, sola.

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