El vestido de novia que no fue

— *¡Cómo te atreves, Anita! ¿Cómo puedes ponerte mi vestido de novia?* — La voz de Valeria Martínez temblaba de indignación mientras se agarraba al marco de la puerta de la habitación, los nudillos blancos de tanto apretar.

Anita se volvió, aún sin terminar de subir la cremallera. El vestido de satén blanco ceñía su figura esbelta, marcando su cintura y cayendo en pliegues elegantes hasta el suelo.

—*Valeria, yo… solo quería ver si me quedaría…* —balbuceó la joven, ruborizándose hasta las orejas—. *Martín me dijo que podía…*

—*¿Martín te lo dijo?* —La suora entró en la habitación con los puños apretados—. *¡Mi hijo no tiene derecho a permitir que toques mis cosas! ¡Esto es sagrado para mí! ¿Entiendes? ¡Sagrado!*

Anita intentó quitarse el vestido, pero la cremallera se atascó. Cuanto más tiraba, más se resistía.

—*Valeria, ayúdeme, por favor, no puedo…*

—*¡No lo rompas!* —chisporroteó la mujer—. *¡Si lo estropeas, no te lo perdonaré jamás! ¡Quédate quieta!*

Las manos de la suora temblaban mientras intentaba liberar la cremallera. Anita notaba la tensión en aquella mujer delgada, con el pelo recogido en un moño severo.

—*¿Tienes idea de lo que esto significa?* —susurró Valeria mientras bajaba el vestido con cuidado—. *¡No es solo un trozo de tela! Con este vestido me casé con el padre de Martín… Que en paz descanse…*

Anita se vistió en silencio, poniéndose su humilde jersey. En el espejo, veía a su suora alisar cada pliegue del vestido, revisando que no tuviera arrugas.

—*Perdóneme* —dijo Anita en voz baja—. *No quería molestarla. Es solo que la boda es dentro de un mes y no tengo dinero para un vestido…*

Valeria se volvió bruscamente.

—*¿Y quién te obliga a casarte si no tienes dinero? ¿Pensabas que mi hijo te mantendría? ¡Apenas es un niño él mismo!*

—*Nos queremos* —susurró Anita.

—*¡El amor!* —bufó la suora—. *Con el amor no se paga el alquiler ni se alimentan los niños. Yo también creía estar enamorada, y pasé toda la vida en la miseria.*

Pasos resonaron en el pasillo, y entró Martín. Alto, de pelo claro, notó la tensión al instante.

—*¿Qué pasa? Mamá, ¿por qué estás así?*

—*Pregúntale a tu prometida qué estaba haciendo aquí* —Valeria colgó el vestido en el armario y cerró la puerta con fuerza.

Martín miró a Anita, luego a su madre.

—*¿Te probaste el vestido?*

—*Ya te dije que quería verlo… Tú dijiste que a tu madre no le importaría…*

—*Pensé que no estaría en casa* —murmuró el muchacho, confundido.

—*¡Ah, claro!* —Valeria levantó las manos—. *¡Así que conspiraban a mis espaldas! ¡En mi casa, con mis cosas!*

—*Mamá, ¿por qué te alteras? ¡El vestido solo está ahí colgado!*

Un silencio pesado llenó la habitación. Valeria se volvió lentamente hacia su hijo, y Anita vio cómo cambiaba su rostro. Una pena profunda y antigua brillaba en sus ojos.

—*¿Solo colgado?* —habló casi en un susurro—. *Entiendo. De modo que yo tampoco les importo, ni mis recuerdos, ni lo que para mí es importante…*

—*No quise decir eso…*

—*Sabes una cosa, hijo* —Valeria se enderezó—, *vivan como quieran. Pero mi vestido no lo toquen. Mejor ahorren y cómprense uno propio.*

Salió de la habitación, y Anita oyó cómo la puerta de la cocina se cerró de golpe.

—*Ahora sí, la hemos liado* —suspiró Martín—. *No me hablará en un mes.*

—*Martín, ¿por qué reacciona así? No he hecho nada malo…*

Martín se sentó en la cama, pasándose las manos por el rostro.

—*Es una larga historia, Anita. Mi madre… cambió después de que papá muriera. Antes era alegre, siempre risueña. Ahora es así… Guarda las cosas de papá como en un museo. Y este vestido… A veces lo saca, lo acaricia, le habla…*

—*¿Le habla?*

—*Sí. Cree que no la escucho. Pero de pequeño la oí una vez. Le contaba al vestido cuánto lo echaba de menos, lo buen hombre que era… Da un poco de miedo, pero la entiendo.*

Anita se sentó junto a su prometido.

—*¿Debo hablar con ella? Explicarle que no quise ofenderla.*

—*Inténtalo. Pero con cuidado. Ahora está furiosa…*

En la cocina, Valeria picaba repollo para la comida con gesto enfurecido. El cuchillo repiqueteaba contra la tabla como si estuviera cortando leña.

—*Valeria, ¿puedo pasar?*

—*Pasa, si ya estás aquí* —respondió ella sin levantar la vista.

Anita se acercó con timidez.

—*Quería disculparme. De verdad no quise disgustarla. Es que… mi madre murió cuando era pequeña, y mi tía, que me crió, no tiene mucho dinero. Por eso pensé…*

—*Pensaste en aprovecharte* —refunfuñó Valeria.

—*¡No!* —Anita enrojeció—. *Pensé que, tal vez, podría ser como una hija para usted…*

Valeria se detuvo de golpe y la miró.

—*¿Como una hija? ¿En qué estabas pensando? ¡Hay que ganarse ese título!*

—*¿Cómo lo hago?* —preguntó Anita en voz baja—. *Dígame qué debo hacer, y lo intentaré…*

La mujer dejó el cuchillo y se secó las manos con un trapo.

—*Sabes qué, niña, siéntate. Te contaré la historia de este vestido.*

Anita se sentó con cuidado.

—*Tenía diecinueve años cuando me casé con el padre de Martín. Era guapo, fuerte, todas las chicas suspiraban por él. Pero me eligió a mí. Este vestido lo hicimos mi madre y yo en tres meses. Cada noche cosíamos, cada abalorio lo poníamos a mano. Mi madre decía: «Valeria, recuerda este día, será único en tu vida».*

La voz de Valeria se suavizó, y sus ojos brillaron con una ternura especial.

—*Y vaya si lo fue. Nicolás —así se llamaba— me llevó en brazos a casa con este vestido. Dijo que era la novia más hermosa del mundo. Después… la vida siguió. Nació Martín, los quehaceres, el trabajo… El vestido quedó guardado.*

—*¿Y nunca más lo usó?*

—*Sí lo hice. Cada aniversario, me lo probaba. Nicolás se reía: «¿Pero qué haces, Valeria, como una niña!» Pero yo quería sentirme novia otra vez… La última vez que me lo puse fue una semana antes de que muriera. Me miró de una forma… como si se despidiera…*

Valeria calló, mirando por la ventana.

—*¿Ahora entiendes por qué reaccioné así?*

—*Lo entiendo* —asintió Anita—. *Perdóneme, de verdad. No lo pensé…*

—*Bueno, ya está* —Valeria agitó la mano—. *Eres joven. ¿Cómo ibEsa tarde, mientras la luz del atardecer entraba por la ventana, Valeria abrió el viejo baúl y, con una sonrisa que no usaba desde hacía años, le tendió a Anita un velo de encaje diciendo: “Para que lo lleves con el vestido que haremos juntas, hija mía”.

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El vestido de novia que no fue