El último deseo del recluso: un emotivo reencuentro con su perro que acabó en misterio (3 minutos de lectura)

El último deseo del preso: un reencuentro con su perro que acabó en lágrimas

Antes de que le llegara su condena definitiva, lo único que pidió fue ver a su pastor alemán por última vez. El reo aceptaba su destino con una calma triste, sin protestar.

Doce años, día tras día, encerrado en la gélida celda B-17 de la prisión de Soto del Real. Lo acusaban de matar a un hombre en una pelea en un bar de Vallecas, y aunque juraba que era inocente, nadie le creyó. Al principio peleó, buscó abogados, presentó recursos, pero con el tiempo se rindió. Lo único que no dejaba de atormentarle era su perra. No tenía familia, solo a ella. Aquel pastor alemán no era una simple mascota: era su compañera, su confidente. La encontró siendo un cachorro, temblando en un callejón de Lavapiés, y desde entonces no se separaron.

Cuando el director de la prisión le dio el formulario para elegir su último deseo, el hombre no pidió un menú especial, unos cigarros o un cura, como hacían otros. Solo dijo con voz baja:

Quiero ver a Luna. Una última vez.

Al principio, los guardias sospecharon. ¿Sería un truco para escapar? Pero el día señalado, antes de la sentencia, lo sacaron al patio. Bajo la mirada atenta de los carceleros, se reencontró con su perra.

En cuanto lo vio, Luna se soltó del arnés y corrió hacia él como un rayo. El tiempo pareció detenerse.

Lo que pasó después dejó a todos sin palabras. Los guardias no sabían qué hacer.

La perra, liberándose del agente que la sujetaba, se lanzó contra su dueño con una fuerza que parecía querer borrar doce años de ausencia en un abrazo.

Lo derribó contra el suelo, y por primera vez en años, el preso no sintió el frío de los barrotes ni el peso de las esposas. Solo el calor de Luna.

La abrazó con fuerza, enterrando la cara en su pelaje. Las lágrimas, guardadas durante tanto tiempo, brotaron sin control.

Lloró sin pudor, como un niño, mientras la perra gemía suavemente, como si supiera que no volverían a verse.

Eres mi vida, mi fiel murmuró, apretándola más. ¿Qué va a ser de ti sin mí?

Sus manos temblaban al acariciarla, una y otra vez, como queriendo guardar cada detalle en su memoria. Ella lo miró con ojos que solo mostraban lealtad.

Perdóname su voz se quebró. No pude demostrar la verdad, pero para ti siempre fui bueno.

Los guardias se quedaron quietos; algunos apartaron la mirada. Hasta los más duros se emocionaron: ante ellos no había un asesino, solo un hombre despidiéndose de lo único que le quedaba.

Levantó la vista hacia el director y, con voz rota, le rogó:

Cuídenla

Le prometió que no resistiría, que aceptaría su final, si solo se aseguraban de que Luna estuviera bien.

En ese momento, el silencio era tan pesado que casi se podía tocar. La perra ladró de nuevo, agudo y desgarrador, como rebelándose contra lo inevitable.

Y el preso, simplemente, la abrazó una última vez, apretándola contra su pecho como solo se hace al decir adiós para siempre.

Rate article
MagistrUm
El último deseo del recluso: un emotivo reencuentro con su perro que acabó en misterio (3 minutos de lectura)