El Tulumbá Que Rompió la Maldición de una Familia Española

EL BUÑUELO QUE ROMPIÓ UNA MALDICIÓN FAMILIAR

En esta casa no se pronuncia el nombre de mi abuela susurró Javier, como si las paredes pudieran escucharle.

Era su tercera visita a Sevilla. Pero esta vez no era por turismo ni por casualidad. Venía por una herencia: un cuaderno manchado de miel y silencios.

Su madre se lo había entregado antes de morir.
Es tuyo. Ella te lo dejó. Y si decides buscarla ve con hambre, pero no de respuestas. Ve con hambre de dulzor.

En la primera página se leía:
*”Receta de buñuelos. Para cuando Javier esté listo para perdonar.”*

Nunca había oído hablar de ese postre. Ni de su abuela. Solo sabía que la habían borrado de la familia “por deshonra”. Pero aquel cuaderno guardaba más que harina y azúcar. Guardaba una historia que clamaba por ser contada.

Llegó al barrio de Triana, siguiendo una dirección escrita con tinta desvanecida. Llamó a la puerta de una casa blanca con contraventanas azules. Una mujer de ojos verdes y voz áspera abrió.
¿Eres tú? preguntó ella.
¿Quién se supone que soy?
El que lleva el cuaderno.

Se llamaba Rosario. Era la hija de la abuela de Javier. Su tía, aunque él jamás supo de su existencia. Lo hizo pasar. En la cocina había fotos antiguas, una radio sonando coplas, y una cazuela donde burbujeaba aceite.
Buñuelos dijo ella, removiendo con una cuchara de palo. Como los hacía mi madre. Fritos en aceite caliente. Luego empapados en miel. Crujientes por fuera, blandos por dentro. Como ella.

Javier tragó saliva.
¿Por qué nadie me habló de ella?
Porque tu abuelo juró borrar su memoria. Pero ella nunca te olvidó a ti. Te conoció antes de que nacieras.

Le entregó una carta doblada, con su nombre escrito a mano.
*”Querido Javier, sé que esta receta llegará a ti antes que mi historia. Está bien así. Prepárala. Solo entonces entenderás que el amor también se fríe y se perdona.”*

No lloró. Todavía no. Pero algo en su interior comenzó a resquebrajarse.
¿Me enseñas? preguntó.

Pasaron horas amasando: harina, agua, un poco de mantequilla, una pizca de anís. Luego los frieron en pequeñas porciones, y al final, el remojo en miel espesa con aroma de canela.

Cuando Javier probó uno, crujió como un secreto al descubierto. La dulzura le inundó la boca, y con ella, un nudo en la garganta.
¿Y ahora? murmuró.
Ahora llévatela contigo. Y no calles su historia nunca más.

Meses después, Javier abrió una pequeña pastelería en Madrid. *”La Miel de Rosario”*.

Solo vendía dulces tradicionales. Pero el más pedido eran los buñuelos.

Y en la pared, junto al mostrador, una frase escrita a mano decía:
*”Hay herencias que no son oro son recetas que te enseñan a amar lo que nunca te contaron.”*

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