El tesoro bajo un techo ajeno: una historia de oro, astucia y… emociones

El Tesoro Bajo el Techo Ajeno: Una Historia de Oro, Astucia y… Sentimientos

Marcos llegó al pueblo para visitar a su abuelo Serafín—deseando respirar aire puro y escapar del bullicio de la ciudad. Pero esta vez no trajo solo una mochila con ropa, sino un detector de metales casi profesional. Desde el umbral, el abuelo, entrecerrando los ojos, observaba cómo su nieto armaba ese aparato extraño. Finalmente, no pudo contenerse:

—¿Y eso con qué se come, muchacho? ¿Vas a pescar sardinas?

—Abuelo, esto no es una caña. Es un detector de metales. En internet leí que aquí escondieron oro alguna vez. Quiero intentar encontrarlo.

El viejo soltó una risa socarrona, miró hacia el campo tras la huerta y murmuró:

—Esa leyenda me la contó mi padre… Y, sabes, creo que hasta sé dónde puede estar. El problema es que ahora hay una casa justo ahí.

Marcos saltó de emoción:

—¿Y podrías hablar con los dueños para que me dejen entrar?

Serafín se encogió de hombros y se sonrió con picardía:

—Podría. Pero dudo que te dejen cavar. Incluso si encuentras algo, por ley les pertenecería. La casa es suya. Pero si quieres intentarlo, hay otra forma…

Marcos frunció el ceño:

—¿Otra forma?

—Ahí vive una chica, la hija de los dueños. Llegó hace poco de la ciudad. Lista, humilde… y con buen corazón. Ese sí que es un tesoro.

—¡Venga ya, abuelo! No vine por chicas. Vine por el oro.

—¿Y quién dice que no sea por oro? —se rió el anciano—. Cada quien tiene su propio tesoro. Si te haces su amigo y le cuentas tu idea, quizá ella convenza a sus padres de dejarte buscar. Y si encuentras algo, puede que hasta te den una parte.

Marcos dudó, pero el brillo de la aventura no desapareció de sus ojos:

—¿Y estás seguro de que el oro está ahí?

—Tan seguro como de mi nombre. Mi padre me contó que hace cien años, durante la guerra, un burócrata escondió su fortuna al huir. Registraron medio pueblo, pero nunca lo hallaron. Luego construyeron esa casa… y ahí quedó.

—¿Y lo supiste toda la vida sin buscarlo?

—¿Cómo? ¿Con una pala? Ni teníamos un aparato como el tuyo. Hasta ahora…

—Vale. Pero, ¿cómo hablo con esa chica?

—Eso no es cosa mía, sino del destino. Vamos, como si pasáramos por casualidad. Yo empezaré a hablar de los pulgones—¡mira cómo han devorado los manzanos! Tú sigue la conversación, preséntate… ¡Vamos, sé hombre!

Marcos aún titubeó, pero accedió. Diez minutos después, estaban frente a la verja de la casa. El abuelo entabló una charla tranquila con el dueño, mientras Marcos cruzaba miradas con la chica que salió al patio. **Lucía**. Cabello castaño, ojos oscuros y una sonrisa cálida. De pronto, olvidó por qué había ido.

Hablan. Luego caminan juntos hasta el lago, después ella le pide ayuda para colocar un cenador nuevo. El detector de metales quedó olvidado en su caja. Cada noche, Marcos solo volvía a casa de su abuelo para dormir. Ya no hablaba de oro ni de su aparato. Había algo más valioso.

Una semana después, se despidió. Serafín, sentado en su banco, fumando en pipa, lo miró con complicidad:

—¿Y? ¿Encontraste el tesoro?

Marcos alzó la vista al cielo, donde caía el crepúsculo, y sonrió:

—Sí, abuelo. Solo que no era el que buscaba.

—Te lo dije… El oro verdadero no está bajo tierra. Está en las personas.

Y el detector de metales se quedó en el pueblo—guardado en el cobertizo, bajo un lienzo polvoriento. Pero Lucía se quedó en el corazón de Marcos.

Rate article
MagistrUm
El tesoro bajo un techo ajeno: una historia de oro, astucia y… emociones