El taxi se detuvo frente a las entradas del cementerio. Un joven bajó del vehículo y se acercó al puesto de flores donde una mujer atendía:
¡Dame doce tulipanes, por favor!
Pagó con monedas de euro, inclinó la cabeza y entró al camposanto.
Hace un año, Daniel tenía la certeza de ser el más afortunado del mundo. Amaba y era amado. Todo cambió en un instante cuando su novia, Ana, falleció en un accidente de tráfico.
Pasó un mes hasta que Daniel logró reaccionar. Sus compañeros de la comisaría lo ayudaron a retomar su vida.
Junto a la lápiz, sentada en un banco, estaba la madre de Ana.
Buenos días, tía Marisol saludó él con voz queda.
Hola, Daniel la mujer se abalanzó sobre su pecho, llorando sin consuelo.
Él clavó la mirada en la fotografía de la lápida, donde Ana sonreía eternamente.
Cuando Marisol logró calmarse, le ayudó a colocar las flores con cuidado. Permanecieron en silencio hasta que ella preguntó:
¿No te has casado todavía?
No. No puedo olvidar a tu hija. Siento que su corazón me llama.
Marisol asintió, agachando la cabeza con pena. Lo recordaba todo como en una niebla: la clínica, su hija tendida sobre la mesa, y aquella pareja arrodillada rogando delante de ella
Intentó hablar, pero al ver el dolor en el rostro de Daniel, calló.
Daniel había estudiado en la academia de policía y llevaba dos años sirviendo, recién ascendido a teniente. Vivía con sus padres en Madrid.
La tragedia con su prometida sacudió el equilibrio familiar. Su hijo pasó meses encerrado en su habitación. Ese sábado, volvió a casa más taciturno que nunca.
Daniel, ¿vienes a comer? preguntó su madre al verlo entrar.
Asintió, se lavó las manos y se sentó a la mesa. Su madre intentó conversar:
Hoy estuvimos con tus abuelos en el cementerio pero se interrumpió al ver su expresión sombría.
Yo también fui a visitar a Ana.
Hijo, ya ha pasado un año. Ana no volverá, pero tú debes seguir adelante.
No puedo, mamá. Esa voz su corazón me llama.
¿Qué dices? su madre palideció.
No es nada. Sé que tú y papá queréis verme casado, pero ahora no es momento.
Terminó de comer y se encerró en su cuarto.
El trabajo policial era agotador, a veces hasta altas horas. Daniel se tumbó y se durmió sin darse cuenta.
Soñó que Ana lo llamaba. Era un sueño recurrente, pero esta vez era distinto, como si ella estuviera en peligro.
Despertó sobresaltado y salió corriendo.
¿Hijo, qué pasa?
Nada, voy a dar un paseo.
Caminó sin mirar, hasta llegar al parque del Retiro. Allí, vio a tres jóvenes borrachos acosando a una chica, cuyos ojos reflejaban terror.
¿Qué está pasando aquí? se acercó con firmeza.
Los ojos de la chica suplicaron auxilio.
¿A ti qué te importa? gruñó uno, pero Daniel lo derribó en un instante.
¡Largaos de aquí antes de que os arreste! ordenó.
Los otros se llevaron a su amigo y huyeron.
La chica, temblando, sacó una pastilla del bolsillo y la colocó bajo la lengua.
Tranquila, ya pasó le dijo Daniel con suavidad.
Gracias dijo entre dientes.
Te acompaño a casa.
Camino de vuelta, ella se recuperó.
¿Cómo te llamas? preguntó él.
Lucía.
Yo soy Daniel. ¿Qué pasó?
Soy cardiópata. Hace un año me trasplantaron. Los médicos me recomendaron pasear pero esos chicos
Entiendo.
Mientras caminaban, sintió una extraña paz, como si Ana estuviera cerca.
Llegaron a un edificio moderno.
Vivo aquí dijo ella, mirándolo con tristeza.
Me alegra haberte conocido.
Daniel, ven a casa. Te presento a mi madre.
¿Seguro?
¡Claro!
El apartamento era luminoso, con muebles elegantes. Una mujer salió, sorprendida al ver a su hija acompañada.
Mamá, este es Daniel. Me salvó de unos matones.
Soy Laura dijo la mujer, invitándolos a la cocina. Contadme qué pasó.
Mientras Laura servía café, Lucía relató lo sucedido.
No deberías ir sola al parque murmuró su madre. Luego, miró a Daniel. ¿Y tú qué hacías allí?
El corazón me guió bromeó él.
¿A qué te dedicas?
Soy policía.
Ah, por eso manejaste tan bien la situación dijo Laura, y luego dudó. ¿No estás casado?
No.
¿Cuántos años tienes?
Veinticuatro.
Laura sospechó. Un chico guapo, soltero
Tuve una novia confesó él. Falleció hace un año.
Lo siento mucho.
Bebieron el café en silencio.
Gracias por todo. Me voy dijo Daniel, pero antes intercambiaron números. Llámame si necesitas algo.
Esa noche, no pudo dormir.
¿Qué me pasa? Cuando caminaba con Lucía, juré escuchar el latido del corazón de Ana.
Al cerrar los ojos, el rostro de Ana se mezclaba con el de Lucía.
A la mañana siguiente, la llamó.
Lucía, ¿vamos a comprar algo?
Se encontraron en la calle, tímidos, pero felices.
La madre de Lucía los desped







