El secreto que no se llevó consigo

**Diario de una verdad oculta**

Al terminar la carrera de Pedagogía, Lucía regresó a su pueblo natal en Toledo con el sueño de enseñar en la misma escuela donde había estudiado. Todos sabían desde pequeña que quería ser profesora.

«Nuestra Lucía es tenaz, logrará lo que se proponga», decían sus compañeros y hasta los maestros.

Entró en la escuela como una mujer segura, directa al despacho de la directora.

—Buenos días, doña Carmen.

La directora alzó la mirada por encima de las gafas. —¡Lucía Mendoza! ¿Eres tú? —Se levantó de un salto—. ¡Cumpliste tu promesa!

—Sí, doña Carmen. Aquí traigo mis documentos.

—Me alegra verte, Lucía… o mejor, doña Lucía, profesora de Historia. ¡Enhorabuena!

Así comenzó. Al principio, los alumnos de secundaria la ponían a prueba, pero con el tiempo ganó su respeto. Eso lo decía todo.

Poco después, conoció a Adrián, ingeniero en la fábrica local. Tras un tiempo de noviazgo, él le propuso matrimonio.

—Casémonos, pero esperemos un par de años antes de tener hijos.

—De acuerdo, pero no tardemos mucho —respondió ella—. ¿Qué familia está completa sin un niño?

Pasaron tres años de matrimonio cuando unos «amables» vecinos le contaron que Adrián tenía un romance con una compañera de trabajo. Aunque le dolía, no le sorprendió: Adrián era guapo y extrovertido, siempre rodeado de gente.

Hubo una discusión, y finalmente él confesó.

—Lo siento, Lucía. Te juro que no volverá a pasar.

Ella, herida, vivió como su compañera de piso durante un tiempo, pero él logró recuperar su confianza. Adrián se convirtió en un marido ejemplar, especialmente cuando Lucía anunció su embarazo.

—Nacerá aunque no quieras —le dijo.

—Yo nunca me opondría —respondió él.

Nació su hija, María, una niña alegre y cariñosa. Adrián adoraba a su familia. Los años pasaron, y aunque Lucía nunca olvidó la traición, mantuvo una fachada de felicidad. Desde fuera, parecían la pareja perfecta.

—¡Vamos al circo hoy! —anunció Adrián un día.

María, emocionada, eligió su vestido favorito. —¡Mira, papá!

—Eres preciosa, cariño —le dijo él, mirando a su hija de cabellos rubios rizados.

María creció como una niña brillante, destacando en ciencias.

—Seguro que seguirá tus pasos —bromeaban los profesores.

—No, ella es más de números —respondía Lucía con orgullo—. Pasa horas en el garaje con su padre arreglando el coche.

Los años volaron, y pronto María se marchó a estudiar Ingeniería en Madrid. Cada visita a casa era una alegría.

—¿Cómo van los estudios? —preguntaba Adrián.

—Perfecto, papá.

Tras más de veinte años de matrimonio, un día María anunció:

—Cuando me gradúe, me caso con Javier.

Sus padres ya lo conocían: un chico amable, de buena familia.

—Haces bien —dijo Adrián—. Primero los estudios, luego la vida juntos.

Pero los planes cambiaron cuando a Lucía le diagnosticaron una enfermedad grave.

—Tienes que ir al médico —insistió Adrián.

Ella posponía la visita hasta que un día la llevaron de urgencia al hospital. La enfermedad avanzó rápido. María pospuso su boda para cuidar de su madre, pero al final, Lucía falleció.

Adrián se culpó por su antigua infidelidad, preguntándose si eso la había dañado.

Meses después, María encontró una carta entre las cosas de su madre. Al leerla, el mundo se le vino abajo. Lucía confesaba que Adrián no era su padre biológico.

Tras descubrir la infidelidad de Adrián, Lucía había tenido un breve romance con un profesor de visita, Álvaro. Cuando él regresó a su ciudad, ella supo que estaba embarazada. Decidió criar a María como hija de Adrián, ocultando la verdad.

«María merece conocer su origen», había escrito.

Temblando, fue a hablar con Adrián.

—Papá, necesito decirte algo.

Él escuchó en silencio, palideciendo.

—Te quise a ti y a tu madre con toda mi alma —dijo al final—. Eres mi hija, siempre lo serás.

María lloró, comprendiendo que, pese a todo, su padre seguía siendo el mismo.

Un año después, se casó con Javier. Ahora tienen un hijo, al que Adrián adora como abuelo. La verdad los unió más que nunca, aunque la sombra del pasado nunca desapareció del todo.

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