El secreto que no se llevará consigo

Claro, aquí tienes la historia adaptada a la cultura española:

Después de terminar la carrera de Magisterio, Lucía volvió a su pueblo natal con muchas ganas de dar clases en su antigua escuela. Todos sus compañeros y profesores ya lo sabían cuando estudiaba allí: su sueño era ser maestra.

—Nuestra Lucía es persistente y tenaz, llegará lejos en la vida— decían de ella.

Entró en la escuela como una mujer joven, segura de sí misma, y se dirigió al despacho de la directora.

—Buenos días, Doña Carmen.

—Buenos días— respondió la directora, levantando la vista por encima de sus gafas—. ¿En qué puedo ayudarte? ¡Pero si es Lucía Herrera!

—La misma, Doña Carmen. Le prometí que volvería a esta escuela como profesora, y aquí están mis papeles.

—Me alegro, Lucía… Lucía Martínez, profesora de Historia. Enhorabuena, cumpliste tu sueño.

Así fue como Lucía se convirtió en maestra. Al principio, los alumnos de secundaria ponían a prueba su paciencia, pero al final ganó su respeto, y eso dice mucho.

Poco después, conoció a Javier, un ingeniero que trabajaba en la fábrica local. Salieron, se enamoraron y se casaron. Desde el principio, Javier fue claro:

—Casémonos, pero no tengamos hijos todavía. Primero hay que estabilizarnos, luego ya asumiremos esa responsabilidad.

—De acuerdo, pero no tardemos mucho, uno o dos años. ¿Qué familia es completa sin un hijo?

Así lo decidieron. Pero pasaron tres años de matrimonio cuando unos “bienintencionados” le contaron a Lucía que Javier tenía un romance con una compañera de trabajo. Ella lo creyó al instante, porque Javier era guapo, bromista y siempre rodeado de gente.

Hubo una gran pelea en casa, y al final, Javier admitió la infidelidad, pero juró que no volvería a pasar.

—Perdóname, Lu, te lo prometo. No mereces esto.

Lucía estaba dolida y decepcionada. Vivieron como compañeros de piso un tiempo, pero poco a poco, Javier recuperó su confianza. O al menos eso creía él, porque ella nunca lo mencionó de nuevo. Javier se convirtió en un marido ejemplar, especialmente cuando descubrieron que Lucía estaba embarazada.

—Javier, vamos a tener un hijo. Lo tendré, aunque no estés de acuerdo.

—Claro que estoy de acuerdo— respondió él enseguida.

Nació una preciosa niña, Martina. Con ella llegaron noches sin dormir y mil preocupaciones, pero eran felices. Javier ya no miraba a otras mujeres; adoraba a sus dos chicas.

Pasaron los años. Lucía, aunque guardaba su resentimiento, mantuvo un hogar lleno de amor. Pero nunca olvidó la traición de su marido. Desde fuera, parecían la familia perfecta, y muchos los envidiaban.

—Chicas, hoy vamos al circo— anunció Javier—. Compré entradas después de ver el cartel en el pueblo.

—¡Papá, quiero ir!— gritó Martina, emocionada—. Mamá, me pongo mi vestido favorito, el azul con el lazo.

—Qué guapa estás, Martina— decía Javier mientras su hija, de pelo rubio rizado, se miraba en el espejo.

Martina era una niña aplicada, sin problemas, y sacaba buenas notas. Lucía se enorgullecía de ella. Hasta los profesores bromeaban:

—Martina seguirá tus pasos y estudiará Magisterio.

—No, esta es de ciencias— respondía Lucía, sonriendo—. Le encanta la física y siempre está con Javier en el garaje arreglando el coche.

Los años de instituto pasaron rápido, y pronto Martina era estudiante de Ingeniería en otra ciudad. Volvía en vacaciones y algunos fines de semana.

—Hija, ¿cómo van tus estudios?— preguntaba Javier.

—Genial, papá, no te preocupes.

Llevaban más de veinte años casados cuando Martina anunció:

—Mamá, papá, cuando me gradúe, me caso con Adrián.

Ya lo conocían; llevaban año y medio saliendo. Adrián, educado y seguro, también estudiaba en la universidad, pero en otra carrera.

—Me parece bien, hija— dijo Javier—. Es inteligente esperar a terminar los estudios y empezar una vida con trabajo estable.

Pero los planes cambiaron cuando la salud de Lucía empeoró. Javier insistió:

—Lu, tienes que hacerte pruebas. No se juega con la salud.

—Vale, Javi, pero solo si empeoro— postergaba ella siempre.

Al final, la llevaron de urgencias al hospital. Una enfermedad cruel la debilitó, y la familia enfrentó días difíciles. Javier sabía que Lucía no superaría esto.

Martina y Adrián pospusieron la boda. Ella cuidaba de su madre y ayudaba a su padre, pero llegó el día en que Lucía falleció. Javier no se perdonaba, recordando con remordimiento su antigua infidelidad.

Pasado el duelo, Martina, ordenando las cosas de su madre, encontró un viejo sobre. Dentro, una carta suya con una confesión impactante: Javier no era su padre biológico.

Lucía contaba cómo, tras descubrir la infidelidad de Javier, tuvo un breve romance con un profesor suplente, David, que estuvo de paso en el pueblo. Cuando él se marchó (también casado), Lucía supo que estaba embarazada. Decidió no decírselo y crió a Martina como hija de Javier.

—Martina debe saber la verdad— había escrito—. La vida es impredecible.

Leyendo aquello, el mundo de Martina se desmoronó. No sabía cómo reaccionar. Rabia, dolor y lástima por su madre se mezclaban en su pecho.

Decidió hablar con Javier, su “padre”, el hombre que siempre la había querido.

—Papá, necesito hablar contigo.

Le contó lo del sobre, lo que había descubierto. Javier, conmocionado, buscó las palabras:

—Quise a tu madre— dijo con voz suave—. Y a ti te quiero como a mi hija. Todo lo hice por amor.

Martina rompió a llorar. A pesar del dolor, supo que el cariño de Javier era real. Ambos tendrían que reconstruir su relación con esta nueva verdad.

Al principio, pensó en buscar a David, pero después de hablar con Javier, ese deseo se desvaneció. No necesitaba otro padre.

Un año después, Martina se casó con Adrián. Ahora tienen un niño pequeño, al que adoran… igual que su abuelo Javier.

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