El secreto familiar

El Secreto Familiar

Lucía, de cinco años, se despertó por el ruido de voces en la casa. Aún era de noche cuando salió de su habitación y vio a personas de bata blanca junto a la cama de su madre. Marina yacía inmóvil, con los ojos cerrados.

—Mamá, mamita… —susurró Lucía, asustada—. Mamá, despierta… —y empezó a llorar.

Vio cómo subían a su madre a una camilla y la llevaban al hospital. Su padre, Adrián, se quedó con ella. La noche anterior, Lucía había escuchado a sus padres discutir. Hablaban de alguien llamada Clara, la hermana de su madre, que ya no estaba—había muerto hacía años—. Lucía incluso había visto su foto en la casa de la abuela Rosa, en el pueblo.

No entendía por qué discutían. Su madre lloraba, su padre alzaba la voz, y al final todos se durmieron. Ahora, algo le había pasado a mamá.

—Papá, ¿qué le pasa a mamá? —preguntó entre lágrimas.

—Verás, cariño, es su corazón. No debe alterarse. Vete a tu cuarto, aún es muy temprano. Luego te despertaré para el cole.

Marina estaba tan débil que ni siquiera pudo llamar a Adrián, quien dormía en el sofá. Por algún motivo, él se despertó y fue a verla. Al encontrarla sin responder, llamó a urgencias.

Por la mañana, Adrián llevó a Lucía al colegio de camino al trabajo.

—Ve cambiándote tú sola, hija. Ya voy tarde —le dijo, empujándola suavemente hacia la puerta—. Esta tarde iremos a ver a mamá al hospital.

En el trabajo, el cansancio le pesaba. Rita, la despachadora y su amante desde hacía dos años, se le acercó. Joven, guapa y vivaracha, Rita había logrado enredarlo en una relación después de una fiesta de empresa. Adrián era camionero de larga distancia, pero últimamente los viajes eran excusas para verla.

Marina se enteró de todo por casualidad. Al volver del trabajo, se encontró con Esperanza, una compañera de Adrián.

—¿Que llegó ayer? ¡Si no ha venido a casa! —exclamó Marina.

—Pues… yo vi su camión —murmuró Esperanza, dándose cuenta de su metedura de pata. Todo el mundo en la empresa sabía del lío de Adrián con Rita.

Esa noche, Marina lo confrontó. Discutieron fieramente, recordándose viejas heridas. Lucía, desde su habitación, los escuchó. Esta vez fue peor.

Al final, Adrián confesó su infidelidad. Tal vez si no lo hubiera hecho, Marina no habría sufrido ese colapso. Pero ella lo tomó muy a pecho.

Por la tarde, fueron al hospital. Marina estaba pálida, con suero. Le sonrió débilmente a Lucía, pero a Adrián ni lo miró. Él ya había decidido irse con Rita, que esperaba un hijo suyo, pero no podía decírselo a Marina aún. El médico le había prohibido alterarla.

Pasaron los días. Mientras Marina seguía ingresada, la abuela Rosa llegó y se encerró a hablar con Adrián. Lucía solo escuchó que mencionaban a Clara y que la discusión se puso fea.

Cuando dieron de alta a Marina, Rosa se la llevó a ella y a Lucía al pueblo.

—¿Y papá? —preguntó Lucía.

—Cariño, papá ya no vivirá con nosotras —explicó Marina—. Necesito tranquilidad. En el pueblo hay buena escuela, y el aire te hará bien.

Lo que no sabía Lucía era que Adrián había visitado a Marina en el hospital, y ella le había soltado:

—Llévate tus cosas y vete. Yo pediré el divorcio. Además, Lucía ni siquiera es tuya.

Adrián se mudó con Rita y desapareció de sus vidas. En el pueblo, todo era tranquilo… hasta que Lucía oyó a la abuela Rosa hablando con la vecina:

—El muy sinvergüenza se largó con una más joven. Ya hasta le ha dado un hijo. Marina no está bien, siempre cansada…

Lucía veía a su madre enferma, mirando la foto de Clara en la pared, a veces con lágrimas.

Los años pasaron. Marina empeoró, y un día, cuando Lucía estaba en séptimo curso, falleció. Rosa y ella visitaban su tumba con flores del campo. La abuela miraba las fotos de Clara y Marina, llorando en silencio.

Un día, ya en bachillerato, Lucía preguntó:

—Abuela, ¿por qué me parezco tanto a tía Clara y no a mamá?

Rosa, enferma pero serena, le contó la verdad: Clara y su marido, Antonio, eran sus padres. Murieron en un accidente cuando Lucía tenía dos años. Marina y Adrián la adoptaron.

—Tu madre —Marina— te quiso como si fueras suya —dijo Rosa—. Pero debes saber la verdad.

Y entonces le reveló algo más: Adrián había provocado aquel accidente. Iba cansado, no vio la señal, chocó contra el coche de Clara y huyó. Cuando se lo confesó a Marina, el dolor fue insoportable, pero callaron por miedo.

Con el tiempo, Lucía estudió Medicina, llevó a Rosa a vivir con ella en la ciudad, se casó con un compañero, Ramón, y tuvo gemelos: Pablo y Martín. Rosa los conoció antes de partir.

Ahora, cuando Lucía mira las fotos, sabe que tuvo dos madres. Y aunque ninguna está, su amor perdura.

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