El Secreto Familiar
Lucía, de cinco años, se despertó al escuchar ruido y voces en el piso. Aún estaba oscuro afuera cuando salió de su habitación y vio a varias personas de bata blanca junto a la cama de su madre. Marina yacía inmóvil, con los ojos cerrados.
—Mamá, mamita… —susurró Lucía, asustada—. Mamá, despierta. —Empezó a llorar mientras veían cómo la subían a una camilla y se la llevaban al hospital. Su padre, Adrián, se quedó con ella.
La noche anterior, Lucía había escuchado a sus padres discutir. Habían mencionado mucho el nombre de Clara, la hermana de su madre, que había muerto años atrás. Lucía recordaba la foto de Clara colgada en la casa de su abuela Isabel, en el pueblo.
No entendía por qué discutían. Su madre lloraba, su padre alzaba la voz. Al final, todos se durmieron. Y ahora, algo grave le había pasado a su madre.
—Papá, ¿qué le pasa a mamá? —preguntó entre lágrimas.
—Verás, Lucía, su corazón está débil. No puede alterarse. Vuelve a la cama, es temprano. Luego te despertaré para el cole.
Marina no podía moverse ni hablar. Adrián se había quedado dormido en el sofá de la habitación, y ella no tuvo fuerzas para llamarlo. Algo lo despertó de pronto. Se acercó, la tocó… pero ella no reaccionó. Asustado, llamó a una ambulancia.
Por la mañana, Adrián llevó a Lucía al colegio.
—Ve cambiándote y entra, hija. Llegaré tarde al trabajo. Esta tarde iremos a ver a mamá al hospital.
En el trabajo, intentó distraerse, aunque el cansancio lo traicionaba. Rita, la despachadora y su amante desde hacía dos años, se acercó. Era joven, guapa y vivaracha. Una noche, tras una fiesta de la empresa, despertó en su pequeño piso. Adrián era camionero de larga distancia, y llevaba engañando a su mujer sin que esta lo supiera.
Pero quizá Marina lo intuía. La noche anterior, había discutido con él porque supo que había vuelto del viaje antes de lo previsto. Marina se encontró con Nuria, la contable de la empresa de Adrián, quien le dijo:
—Tu marido llegó a la empresa ayer para entregar los papeles.
—¿Ayer? ¡Si aún no había vuelto a casa! —exclamó Marina, sorprendida.
—Bueno, yo lo vi… —Nuria se dio cuenta de su error—. A lo mejor me equivoqué. ¡Hasta luego!
Marina ya sabía que Adrián pasaba tiempo con Rita. Esa noche, el engaño salió a la luz.
—¿Dónde estuviste? Llegaste ayer, ¿verdad? —le espetó al llegar.
—¿Quién te ha dicho eso? ¡Es mentira!
—¡No me importa quién! ¡Me enteré!
La discusión fue violenta. Lucía, desde su habitación, escuchó todo.
Finalmente, Adrián confesó su infidelidad. Quizá si no lo hubiera hecho, Marina no habría sufrido ese colapso.
Por la tarde, fueron al hospital. Marina, pálida y con suero, apenas esbozó una sonrisa a Lucía y miró fríamente a su marido.
Adrián ya había decidido irse. Rita esperaba un hijo suyo y quería que se mudara con ella. Pero no podía decírselo a Marina todavía. El médico le advirtió: no podía sufrir más golpes.
Con el tiempo, Marina mejoró, pero el médico le prohibió trabajar. Su madre, Isabel, propuso llevárselas al pueblo.
—Mamá, ¿y papá? —preguntó Lucía.
—Cariño, tu padre no vendrá con nosotras. Vivirá en otro sitio. Cuando crezcas, lo entenderás.
Adrián se mudó con Rita y desapareció de sus vidas.
En el pueblo, la vida era tranquila. Pero un día, Lucía escuchó a Isabel hablar con una vecina:
—El muy canalla la dejó por una más joven. Ya hasta le ha dado un hijo. Marina sigue débil, con fatiga…
Lucía veía a su madre mirar la foto de Clara con tristeza. A veces, hasta lloraba.
Marina empeoró y volvió al hospital. Esta vez, no salió con vida.
—Lucía… tu mamá ya no está —dijo Isabel entre lágrimas.
Lucía, ya en secundaria, seguía visitando la tumba con su abuela. Un día, preguntó:
—Abuela, ¿por qué me parezco tanto a tía Clara?
Isabel, enferma, la llamó a su lado.
—Eres casi una mujer, y debes saber la verdad. Tus padres biológicos eran Clara y Javier. Murieron en un accidente cuando tenías dos años. Marina y Adrián te adoptaron.
Lucía, conmocionada, miró las fotos de sus dos madres. Ninguna estaba con ella.
Isabel le contó más: Adrián había causado el accidente. Iba cansado, no vio una señal, chocó contra otro coche. Al llegar a casa, temblando, confesó a Marina que había matado a su hermana. Decidieron ocultarlo y criar a Lucía.
Con los años, Lucía se licenció en medicina, llevó a Isabel a vivir con ella en la ciudad y se casó con un médico, Mario. Tuvieron gemelos, Jaime y Pablo. Isabel los conoció antes de partir.
La enterraron en el pueblo, junto a los que siempre la quisieron.
Y Lucía, al fin, comprendió el peso de su historia.