El refugio de la esperanza

**La Casa de la Esperanza**

Eva yacía con los ojos abiertos, siguiendo las luces de los coches que pasaban frente a su casa y proyectaban sombras en el techo. Fuera, la lluvia golpeaba el alféizar con un ritmo suave. En el sofá, Carlos respiró hondo y volvió a callar. Cuánto tiempo hacía ya que no compartían cama…

Se conocieron catorce años atrás, en el cumpleaños de su amiga Lucía. Eva llegó tarde, con el pelo aún húmedo por la lluvia, y se encontró con que todos estaban sentados a la mesa.

—¡Vamos, date prisa! —Lucía la arrastró adentro sin dejarla quitarse el abrigo.

Eva saludó con timidez, notando las miradas de los invitados. Le entregó el regalo a Lucía sin atreverse a levantar la vista.

—Lucía, no dejes a Eva ahí de pie —intervino la madre de la cumpleañera—. Carlitos, tráele una silla de la cocina.

Un joven alto y de sonrisa fácil le cedió su asiento. Eva apenas reconoció al hermano mayor de Lucía, recién llegado del servicio militar, más fuerte y maduro. Regresó con una silla y la colocó junto a ella, rozándole el hombro sin querer.

Alguien brindó, y Carlos le acercó una copa.

—No, gracias —negó Eva.

—Es zumo —susurró él, y sus copas chocaron con un tintineo.

Le sirvió porciones de cada ensalada mientras las compañeras de Eva cuchicheaban y le lanzaban miradas cómplices. Después, los adultos se retiraron discretamente, y los jóvenes empezaron a bailar. Carlos le propuso escapar. Pasearon toda la noche por las calles de Madrid, y desde entonces no se separaron.

—Podemos casarnos. ¿Qué dices? —preguntó Carlos después de la fiesta de graduación.

¿Que si decía? Estaba loca por él. Solo faltaba el permiso de su madre…

—¡Boda ahora? ¡Estáis locos! Él ya tiene oficio, pero tú, Eva, debes estudiar. Esperad unos años —rogó su madre, conteniendo las lágrimas.

—No podemos esperar tanto —dijo Carlos, con firmeza.

La madre suspiró, comprendiendo, y lloró.

Siete meses después, Eva dio a luz a un niño. Carlos trabajaba en un taller, y ella cuidaba del pequeño. Eran buenos padres. Vivían con la madre de Eva hasta que, años más tarde, obtuvieron una hipoteca.

Un hijo creciendo, un matrimonio sólido… Eva creyó que siempre sería así. Hasta que una vecina nueva, Sofía, apareció en su vida con un pastel y una botella de vino. Era encantadora, contaba chistes con gracia, y Carlos reía como hacía años no lo hacía.

—¿Sabes montar muebles? —preguntó Sofía un día—. Compré un armario y no puedo sola.

—Carlos tiene manos de oro, claro que te ayuda —respondió Eva.

Fue el principio. Las visitas de Carlos a casa de Sofía se volvieron constantes. Una noche, otra vecina la detuvo en la calle.

—Eva, esto no es asunto mío, pero debes saberlo —le confesó, bajando la voz—. Vi a Carlos salir de su casa muy tarde…

El mundo se desmoronó. Eva enfrentó a Carlos, arrojándole un jarrón que se estrelló contra la pared. Él no se defendió. Solo calló, y esa noche durmió en el sofá.

Los meses pasaron en silencio. Hasta que la madre de Eva llamó: su padre había muerto, dejándoles una casa en un pueblo de Segovia.

—Ve a verla —insistió.

Carlos accedió a acompañarla. El pueblo, tranquilo y rodeado de campos, los recibió con aire fresco. La casa era vieja pero acogedora. Una vecina, María, les dio la bienvenida.

—Tu padre fue un buen hombre —dijo—. Ayudaba a todos.

Eva descubrió una foto de ella en la pared, amarillenta por el tiempo. Su padre la había recordado siempre. Esa noche, durmiendo en la misma cama que crujía con cada movimiento, el silencio entre ellos se rompió. Carlos la abrazó.

—Te he echado de menos.

A la mañana siguiente, su hijo los encontró riendo. Regresaron a Madrid con un nuevo propósito: volver al pueblo en verano.

Mientras cerraban la casa, Eva miró atrás, agradeciendo en silencio. El perdón había llegado, como el sol después de la tormenta. La casa de su padre les había devuelto lo que casi pierden: el amor y la esperanza de seguir juntos.

—¡Eva, vámonos! —la llamó Carlos.

Sonriendo, cerró la puerta. Sabía que, mientras estuvieran unidos, ningún invierno sería demasiado frío.

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El refugio de la esperanza