—Don Javier, no es necesario que vaya usted mismo a nuestra sucursal. Que vaya Lucía con los documentos —dijo el director con aire molesto.
—Perdone, pero prefiero ir yo. Es mi ciudad natal. Hace mucho que no piso esas calles.
—¿Queda allí tu familia? —preguntó el director, suavizando el tono.
—No. A mi madre la traje aquí, pero…
—Entiendo —lo interrumpió el director—. La tierra donde uno nace es sagrada. De acuerdo, vaya. Pero mañana tenemos un día importante. ¿Regresarás a tiempo?
—No se preocupe —prometió Javier—. Gracias.
El director hizo un gesto con la mano, señalando que la conversación había terminado.
Javier entró en su oficina, recogió los papeles del escritorio, apagó el ordenador, tomó la carpeta con los documentos y salió, cerrando con llave. La dejó en conserjería.
No pasó por su casa. Desde la llamada a su madre mientras conducía:
—¿Cómo estás? Hoy no pasaré a verte, tengo un asunto urgente.
No mencionó que iba a su ciudad natal. Sabía que ella se preocuparía, y su corazón ya estaba débil.
—Vale, mamá. Si necesitas algo, llámame.
Colgó y arrancó el coche.
En la carretera, paró en una gasolinera, llenó el depósito, compró un café y un par de napolitanas para evitar más paradas. Quería entregar los documentos antes de que cerraran la oficina. Aunque, en el peor de los casos, podía avisar para que sus socios le esperasen.
No pensaba visitar a nadie del pasado. Sus antiguos amigos ya se habían ido de la ciudad. Solo quería pasear por las calles de su infancia. Puso la radio, y una canción de moda llenó el aire. Dio un sorbo al café caliente.
***
Tras la muerte de su padre, su madre enfermó. El médico detectó un problema cardíaco. Javier le propuso mudarse con él a la capital. La sanidad era mejor. Pero ella se negó.
—Tú eres joven, debes centrarte en tu vida. Yo solo te estorbaré.
Pero su salud empeoró.
Javier la convenció de vender el piso, añadió sus ahorros y le compró un pequeño apartamento cerca del suyo. Desde entonces, no había vuelto a su pueblo, aunque a menudo lo recordaba.
¿Se puede olvidar el primer amor? Quizá Lucia ya no vivía allí, pero el pueblo seguía en pie, con sus calles y aquel edificio frente al que suspiraba por ella. Solo el recuerdo de su nombre le aceleraba el corazón. Nunca volvió a sentir lo mismo con nadie. Era como si hubiera dejado su corazón enterrado en aquel lugar.
Lucia era una compañera delgada y discreta, a la que apenas había mirado hasta el último curso. Tras las vacaciones de verano, regresó transformada. Madura, radiante… Y Javier sintió su corazón latir por primera vez con fuerza.
Desde entonces, solo pensaba en ella. Esperaba con ansias la fiesta de Navidad del instituto para poder bailar con ella y confesarle sus sentimientos.
Llegó el día. El salón estaba decorado, y los mayores se reunieron después del concurso escolar. La música empezó. Javier dejó pasar el primer vals, sin atreverse a acercarse.
Cuando sonó una balada, respiró hondo. “Ahora o nunca”. Se abalanzó hacia donde estaba Lucía con sus amigas, ignorando las miradas.
Su corazón palpitaba tan fuerte que casi se mareó. Tartamudeó una invitación al baile.
Ella intercambió una sonrisa con sus amigas y aceptó. En medio del salón, Javier la tomó torpemente de la cintura. Sus manos temblaban, sus piernas no respondían. Todo a su alrededor se difuminó.
El perfume de Lucía, dulce como fresas, le mareó. Desde entonces, ese aroma le traía recuerdos de aquella noche.
De pronto, la música cesó. Lucía se apartó bruscamente y volvió con sus amigas, riéndose mientras lo miraban. Javier salió corriendo, avergonzado.
En abril, la víspera del cumpleaños de Lucía, Javier esperó a que sus padres se durmieran. Salió con una lata de pintura y escribió en el pavimento bajo su ventana:
**”¡Feliz cumpleaños!
Con cariño, J.R.”**
Esperó que Lucía lo viera, que lo mencionase en el instituto. Pero ella ni siquiera lo miró. Al día siguiente, invitó a compañeros a su casa… pero no a él.
Al salir de clase, fue al edificio de Lucía. La pintura, barata, se había borrado con la lluvia. Ella nunca supo que él había estado allí.
Esa noche, escuchó risas tras su ventana. Alguien salió al balcón a fumar. Javier se marchó en silencio.
En la graduación, intentó una última vez.
—No bailo —dijo Lucía, volviéndole la espalda.
—Me voy a estudiar a otra ciudad. Lucía… te quiero.
Ella se giró brusca.
—Yo a ti no.
Esa noche, Javier bebió hasta caer enfermo. Se fue antes de tiempo.
Más tarde, supo que Lucía se había casado. Intentó olvidarla, salió con otras chicas… pero el corazón ya no latía igual.
***
Absorto en los recuerdos, Javier llegó al pueblo, entregó los documentos.
—¿Te quedas en un hotel? —preguntó el socio.
—No. Cenaré algo y regresaré.
El hombre lo llevó a un restaurante elegante, de manteles blancos y lámparas de cristal.
La camarera que los atendió llevaba una blusa ajustada y una falda corta. Lucía había cambiado, pero Javier la reconoció.
Pidieron carne y ensalada. Mientras comía, observó al socio mirar descaradamente a Lucía.
“¿Por qué se exhibe así?”, pensó, sintiendo solo irritación. Su corazón permaneció quieto.
Al terminar, el socio se fue. Lucía regresó.
—Hola. No te reconocí al principio. ¿Más café?
—No. Pero siéntate un momento.
—No puedo. Termino en una hora. ¿Me esperas?
Javier asintió.
Fumó fuera, indeciso. Podía irse… pero eso sería huir.
Cuando Lucía salió, la llevó en coche.
—¿Vas al hotel? —preguntó.
—No. Regreso esta noche.
Ella no se bajaba. El maquillaje pesado, los ojos delineados… y su corazón, tranquilo.
—Sube. Tomaremos algo.
En su piso (herencia de sus padres, jubilados en el campo), Lucía sirvió té y sacó vodka.
—Solo es para relajarme. Los clientes son insoportables —dijo, bebiendo—. Mi primer marido me engañó. El segundo era un borracho.
De pronto, recordó:
—¿Te acuerdas de nuestro baile?
Javier lo recordaba demasiado.
Lucía se levantó y lo abrazó.
—Bésame.
Sus labios sabían a alcohol. No a fresas.
Una hora después, estaban en la cama. Sexo sin amor. Lucía hablaba de sueños incumplidos, de lo que pudo ser… Javier solo quería fumar.
En el balcón, miró el pueblo vacío. Dentro, Lucía dormía, el maquillaje corrido, envejecida.
Salió sin hacer ruido.
En una floristería, encargó un ramo para ella.
—Gracias por esta noche.
La carretera de vuelta estaba despejada. Pensó en cambiar a Lucía, en salvarla… pero, al alejarse, supo que era absurdo.
El amor se había ido.
Encendió la radio. Sonó la canción de aquel baile escolar. Cambió de emisora.
A la semana, el viaje ya le parecía un sueñoAl llegar a la oficina al día siguiente, Javier sonrió al ver a Lucía, su compañera, y supo que, por fin, el corazón le latía para alguien que sí valía la pena.