El Plan Fracasa

La Broma que Salió Mal

La alegre y divertida Martina no podía pasar un día sin gastar una broma. En el instituto era la reina de las risas, y en la universidad formaba parte del grupo de humor. Incluso escogía a los chicos solo si tenían buen sentido del humor.

Martina, ¿no cambias de novio demasiado? le dijo una vez su amiga Carla. Un día sales con uno, otro con otro, y ya vas por el tercero.

Carla, ya sabes que para mí el humor es esencial. No puedo vivir sin reírme. Pero mira qué tipos me tocan: Javier ni sonreía, y Diego se partía de risa con cualquier tontería, ¡eso tampoco! explicó Martina.

Bueno, te va a costar encontrar al perfecto dijo Carla con una sonrisa burlona.

Me encanta reírme y hacer reír. Quiero a alguien que sepa tomárselo con humor, que disfrute de la vida decía Martina.

Martina, pero la vida no es solo bromas. Yo, por ejemplo, prefiero a un chico serio, todas esas payasadas paso contestó Carla, seria.

Somos distintas. A mí me gustan los chicos que no solo hacen bromas, sino que saben reírse de sí mismos, que ven el lado bueno de todo. ¡Eso es genial! Eso sí, sin pasarse razonaba Martina.

Martina adoraba el Día de los Inocentes, cuando todo el mundo aceptaba las bromas sin enfadarse. En la oficina, siempre intentaba pillar a alguien, pero a ella casi nunca la engañaban. Así era ella.

Con Javier no duró nada: ni una risa, solo cara larga. Con Diego al principio iba bien, pero luego notó que no entendía su humor. Así que, adiós.

Cuando conoció a Alejandro, pensó que por fin había encontrado al indicado. Un Día de los Inocentes, se escondió tras la esquina y, al pasar él, saltó gritando “¡Buu!”, queriendo asustarlo. Pero él ni se inmutó. Lo raro fue que Alejandro no le devolvió la broma hasta dos días después.

Martina llevaba dos tazas de café y una chocolatina cuando, de repente, Alejandro tiró al suelo una serpiente de juguete, tan realista que incluso se movía. Del susto, se le cayó todo.

¡Alejandro! ¡Podría haberme quemado! gritó, furiosa.

Venga, era una broma, no pensé que te asustarías tanto dijo él, tranquilo.

Se pelearon, pero luego hicieron las paces. Hasta que, un mes después, Alejandro decidió “bromear” de nuevo, esta vez con una serpiente de verdad (inofensiva, pero viva). Cuando la serpiente se movió hacia ella, Martina se subió a una silla, tirando el té encima y chillando.

Alejandro se rió y la guardó en una caja.

¿Tan susto? Era inofensiva, la pedí prestada a un amigo. ¡Si te encantan las bromas!

¿Así se gastan las bromas? ¡Llévate tu serpiente y todas tus cosas, y lárgate de mi piso! Y esta vez lo digo en serio le espetó Martina.

Y así terminaron. A Martina le encantaban las bromas, pero solo las inofensivas. En la oficina, todos sabían que era difícil pillarla: ponía cara de póker y soltaba cualquier disparate sin pestañear, dejando a los compañeros confundidos.

Con Máximo, su compañero, la competencia era constante. Un Día de los Inocentes, Martina preparó un pastel de manzana normal excepto uno, cargado de sal y pimienta, para Máximo.

Máximo, he traído café y pasteles. Toma este dijo, dejando el pastel “especial” y repartiendo los normales.

Desconfiado, Máximo bebió su café sin tocarlo hasta que dio un mordisco. ¡Y luego otro! Pero en cuanto lo tragó, salió corriendo.

¡Martina, otra vez con tus bromas! gritó, mientras los demás reían.

Tranquilos, solo el de Máximo estaba condimentado dijo ella, riendo.

Máximo volvió, fingiendo seriedad:

¿Cómo pude confiarme hoy? Sabía que tú no perdonas el Día de los Inocentes.

Martina sabía que se vengaría.

Por la tarde, mientras tomaba té en la cocina, Máximo entró y empezó a cortar una manzana hasta que gritó:

¡Ay, me he cortado! ¡Martina, dame una toalla!

Lo que no sabía Máximo era que Martina se desmayaba con la sangre. Al ver el “corte”, corrió por una toalla, pero cuando agarró su brazo ¡la mano se le cayó al suelo! El susto fue tan grande que Martina se desplomó.

Al despertar, vio a todos preocupados, y a Máximo, pálido, suplicando perdón.

¡Perdona, Martina! ¡No sabía que te asustarías tanto con mi mano de plástico!

Ella sonrió débilmente:

Bueno ¿el chiste salió bien o mal? dijo, mientras todos se reían.

Máximo no paraba de disculparse, le preparó té, le dio chocolate Martina le perdonó:

Bah, solo fue una broma. Por fin lograste asustarme.

Pero entonces lo miró bien, y algo le hizo clic:

Máximo es atento, gracioso, buen compañero y guapo. ¿Por qué no me había fijado antes?

Desde entonces, empezaron a salir.

En el registro civil, hasta hicieron reír a la funcionaria. En la boda, solo hubo risas.

Con alguien con quien puedas callarte y reírte, puedes superar todo decía Martina.

Y tenía razón: su familia era feliz, llena de bromas y alegría. Porque, como dicen, la risa alarga la vida.

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