El perro no dejaba que los médicos se acercaran al niño, ni que lo llevaran a quirófano. El pequeño yacía en la sala, pálido, respirando con dificultad. Los médicos lo preparaban a toda prisa para la intervención. Cada minuto contaba Nadie sabía si sobreviviría.
De pronto, justo antes de que lo trasladaran, el niño susurró con voz débil:
¿Puedo despedirme de mi perro?
¿Cómo negárselo? De inmediato, dejaron entrar al animal. Corrió hacia el niño, le lamió las manos, se acurrucó sobre su pecho y lo miró fijamente, como si lo entendiera todo, como si sintiera más que cualquier humano.
Pero, cuando las enfermeras intentaron acercarse, el perro cambió de actitud. Se interpuso entre ellas y el niño, gruñó, ladró con fuerza, como defendiéndolo. Los médicos se detuvieron. Algo no iba bien.
Minutos después, se oyeron gritos en el pasillo. La puerta se abrió, y el niño exclamó al ver quién entraba
El perro no dejaba que los médicos se acercaran al niño, ni que lo llevaran a quirófano.
Un hombre apareció en la sala, agotado, cubierto de polvo, el rostro marcado por el camino. Su capa estaba manchada de barro y llevaba una mochila desgastada. Apenas se mantenía en pie, como si hubiera recorrido una distancia infinita sin descanso. Era el padre del niño.
Había llegado casi por milagro. Al enterarse del estado de su hijo, lo había dejado todo: el trabajo, las deudas, la distancia. Nada importaba. Su corazón lo guiaba, y no podía tardar.
El perro no dejaba que los médicos se acercaran al niño, ni que lo llevaran a quirófano.
El perro fue el primero en sentir su llegada. Justo antes de que el hombre apareciera en la puerta, se detuvo, escuchó, luego ladró suavemente y clavó la mirada hacia el pasillo. Ganaba tiempo, no por miedo, sino porque sabía que alguien muy importante debía llegar. Alguien a quien el niño había esperado toda su vida.
Cuando el padre entró, el tiempo pareció detenerse. El niño abrió los ojos, con esfuerzo, pero con claridad. Y en su mirada había algo más profundo que la sorpresa, como si el mundo, al fin, hubiera encontrado su lugar.
El perro no dejaba que los médicos se acercaran al niño, ni que lo llevaran a quirófano.
El animal se retiró en silencio. Su misión estaba cumplida. Les había dado ese instante.
Minutos después, los médicos regresaron. Era hora de la operación. Pero ahora el niño no iba solo. Sabía que no lo habían olvidado. Su padre iba a su lado.