Aquel día todo debía ser perfecto: flores, música, invitados con sus mejores trajes y el vestido blanco reluciente de la novia. El novio lucía feliz, a su lado su fiel perro Lobo, al que había adiestrado para acompañarle a todas partes. Lobo era tranquilo, noble, un verdadero amigo al que incluso consideraba familia.
Pero la novia, Clarisa, claramente no soportaba a Lobo. Arrugaba la nariz cuando el perro se acercaba, se quejaba de que “olía a perro” y exigía que lo alejaran. El novio intentó calmar la situación, asegurando que Lobo no molestaría, pero Clarisa no cedió.
Durante la ceremonia, Clarisa se volvió insoportable: insultó a la madre del novio, se burló groseramente de un regalo de un invitado y empezó a beber demasiado cava. El novio, avergonzado, intentó aguantar era su día especial, al fin y al cabo.
Pero entonces ocurrió lo inesperado. Lobo, siempre tranquilo y cariñoso, mordió de repente la mano de Clarisa. Ella gritó, cogió una botella para golpearlo, pero el novio intervino. Al comprender por qué el perro había actuado así, decidió cancelar la boda.
El desenlace llegó cuando Lobo, quieto junto a su dueño, recibió un pisotón deliberado en la cola de parte de Clarisa. El perro aulló y, en defensa, le mordió la mano. Todos se quedaron helados.
¡No toques a mi perro, tú lo provocaste! dijo el novio con firmeza.
¡Fue sin querer, le pisé la cola por accidente! chilló Clarisa, el rostro contraído por la rabia.
¿Sin querer? el novio la miró fijamente. ¿Y también “sin querer” ibas a partirle la cabeza con la botella?
Clarisa se quedó callada, buscando excusas:
No sabía lo que hacía, me dolió. Fue el susto.
El novio se arrodilló junto a Lobo, que temblaba con las orejas gachas.
¿Qué susto? dijo frío. ¿Siempre golpeas a los más débiles que tú?
Clarisa no supo qué responder, sosteniendo su mano herida.
El novio se levantó y anunció con calma:
No habrá boda.
Abrazó a Lobo con fuerza, quien le lamió la mano en agradecimiento, mientras los invitados, aún atónitos, se miraban entre sí.
¿Hizo bien el novio?