El padrastro

¡Pues ya basta, no tienes por qué fastidiar a la chica joven! se abalanzó Valentín, con los puños apretados.
¿Qué dices? replicó Pedro, sorprendido.
¡Habéis vuelto loca a Nieves! ¿Creéis que no se nota que ella no es vuestra hijastra, sino una hija de verdad?

Pedro no aguantó más; con una mano agarró al chico por la chaqueta y, con la otra, se preparó para darle un puñetazo.

¡Pedrito! la voz temblorosa de Nieves lo detuvo. El joven soltó al agresor.

Pedro había casado con María cuando su hija, Nieves, tenía diez años. La niña recordaba con cariño a su padre biológico, fallecido dos años antes, y al principio miró con recelo al nuevo esposo de su madre. Pero Pedro supo ganarse su confianza. Nieves nunca le llamó papá, pero el diminutivo Pedrito le sonó tan tierno y cercano que nadie dudó: eran familia.

Gracias a Nieves, la casa se mantuvo unida cuando, seis años después del matrimonio, el demonio de la infidelidad se coló en la vida de Pedro en una cena de empresa con su colega Inés. Había bebido de más, se había dejado llevar por la algarabía y el trabajo bien hecho no recordaba nada, pero María se enteró de la traición.

El escándalo fue monumental. Pedro se lamentó, suplicó perdón y la esposa, furiosa, amenazó con el divorcio. Las discusiones se sucedían mientras Nieves estaba en el instituto; la niña, sensible y perceptiva, percibió la tensión y quedó muy dolida.

Solo te perdono por Nieves espetó María entre dientes. Pero es la primera y última vez.

La siguiente será solo divorcio. Pedro, lamentándose y maldiciéndose a cada momento, trató de redimirse pasando más tiempo con la familia. Poco a poco, los ojos de su hijastra volvieron a brillar.

Años después, Nie Nieves, ya mayor, presentó a su novio a los padres. Valentín, delgado, arrogante y con una sonrisa sardónica, no agradó a Pedro al primer vistazo. Sin embargo, por el bien de la hijastra, Pedro se contuvo.

Nieves, ¿estás segura de que es él el que necesitas? le preguntó en voz baja cuando el joven se marchó.

¿Y tú, Pedrito, no te gusta? protestó Nieves, visiblemente angustiada. Apenas lo conoces. Valentín es un buen chico.

Pedro suspiró, forzó una sonrisa y contestó: Veremos. No vas a equivocarte.

Valentín sintió el desagrado del padrastro y evitó cualquier roce, manteniéndose educado pese a la incomodidad. Pero poco después, María volvió a acusar a Pedro de una supuesta nueva infidelidad con Inés.

¿Te volvió a gustar tanto que no pudiste contenerte? rugió María. Entonces ve con ella, ¿por qué me haces sufrir?

María, ¿qué dices? Pedro, incrédulo, no podía imaginar volver a engañar.

¡Que hay gente buena! replicó ella, sarcástica.

Pedro, sin pensarlo mucho, marcó a Inés y activó el altavoz.

Pedro, empezó Inés con voz cargada de ironía, ¿estás borracho otra vez? Yo me casé hace medio año y estoy esperando un bebé.

Lo siento balbuceó él. Fue un error.

María, ruborizada, salió de la habitación y, durante dos días, no le habló, demostrando su carácter. Al final, todo pareció calmarse. Nieves, aunque inmersa en su relación con Valentín, se preocupó al notar el silencio entre sus padres.

Luego, Pedro sufrió un accidente: una turba lo empujó a la calzada y un coche lo golpeó en la pierna. La velocidad era baja, pero acabó con un esguince y una ligera conmoción. Se arrastraba por el piso con dificultad y Nieves, con devoción, le servía la comida en la cama, le leía libros y charlaba sin nada serio.

¿Qué haces con él? oyó Pedro sin querer al pasar por el hall, escuchando a Nieves y Valentín. Es un hombre adulto, déjalo.

¡Valentín! exclamó Nieves en voz baja, furiosa. Pedrito es como mi padre; lo quiero y lo cuidaré, cueste lo que cueste.

Valentín murmuró una queja, pero Pedro sonrió, convencido de que habían criado a una buena chica.

No pasaron ni dos meses cuando surgió otro problema. El jefe, por culpa de un cliente que había contratado a la cuadrilla de Pedro para instalar falsos techos tensados, lo acusó de una chapuza.

Leónidas García asegura que el techo de una habitación está torcido y los ángulos mal alineados. Además el jefe bajó la voz él me dijo en confidencia que ustedes le estaban exigiendo dinero extra.

Pedro, indignado, replicó: ¡Eso es un disparate! Lo hicimos todo a la perfección y nunca pedimos nada más.

Leónidas García, un cliente meticuloso y muy exigente, había quedado satisfecho, pero ahora reclamaba.

Ve y resuélvelo ordenó el jefe. Haz que deje de amenazar con acciones legales o te despedirán con una multa.

Esa noche, Pedro volvió a casa cabizbajo y expuso el tema a la familia.

Pedrito, no te preocupes le consoló Nie Nieves. Seguro que fue un malentendido. ¿Quieres que vayamos juntos?

María suspiró: No podemos quedarnos sin trabajo, Pedro. Encuentra la forma.

Al día siguiente, Pedro se reunió con el cliente.

¿Qué quieren de mí? preguntó Leónidas, amenazando con demandas.

Muéstrennos dónde fallamos y lo arreglaremos respondió Pedro, tratando de no perder la compostura.

Leónidas, visiblemente alterado, gritó: ¡No hay nada que ver! y, al intentar acercarse, tropezó con la esquina de una pared, gritando que llamaría a la policía.

Pedro, con voz profunda, le dijo: Dime, ¿te lo susurró alguien o lo dedujiste tú mismo?

Leónidas, jadeando, confesó que un joven llamado Valentín le había sugerido presentar la queja para conseguir una indemnización.

Pedro mostró una foto familiar en la que aparecía también el futuro yerno.

¿Ése? preguntó Leónidas, mirando con descaro.

Sí, ese soy yo respondió Pedro.

Valentín, que esperaba a Nie Nieves en la calle, se sobresaltó al ver al futuro suegro.

¿Qué haces? preguntó Pedro con frialdad.

¡Pues nada! replicó Valentín, levantándose de golpe. No vengo a molestar a una chica joven.

¿Qué? Pedro, furioso, agarró a Valentín por la chaqueta y lo soltó con fuerza.

¡Vale, vale! gritó Valentín, retrocediendo. No quería que te enfades.

¿Y a María le has contado todo esto? preguntó Pedro, con la voz temblorosa. ¿Quién lo habría imaginado?

¿Me empujaste bajo el coche? Valentín, con los ojos muy abiertos, protestó.

¡No, no, no! exclamó, levantando las manos. No me culpes.

Pedro, con desdén, respondió: Ni siquiera me molestaría tocarte.

Nieves, al enterarse de lo ocurrido, rompió con Valentín, a pesar de sus súplicas. Decidió centrarse en los estudios; sus padres la apoyaban en todo.

Rate article
MagistrUm
El padrastro