**El Misterio del Sótano: Drama de una Fortuna Inesperada**
En el tranquilo pueblo de Costa del Sol, donde la brisa marina se mezcla con el aroma de los pinos y las casas antiguas guardan ecos del pasado, Lucas y Alba, recién casados, se instalaban en su nueva casa. Empezaron con la limpieza, queriendo dar vida a aquellas viejas paredes. Lucas bajó al sótano para ordenar. Sacó decenas de tarros de mermelada y encurtidos, silbando sorprendido.
—Albita, ¿tus padres son tan aficionados a los tomates en vinagre? —gritó.
—¡Pero si es una barbaridad! —exclamó ella, alzando las manos.
Al día siguiente, Lucas se puso manos a la obra con el segundo sótano, el que estaba bajo el taller de su bisabuelo. Allí reinaba el caos. Mientras apartaba trastos, notó dos ladrillos sospechosos bajo una estantería. Los apartó y descubrió una caja metálica, oxidada. El corazón le dio un vuelo. Al abrirla, se quedó mudo de incredulidad.
El último año había sido movidito. Lucas se licenció en Administración de Empresas, se casó con Alba —compañera de universidad— y ambos trabajaban en un supermercado, ahorrando para la boda. Tras una fiesta por todo lo alto, surgió la pregunta: ¿dónde vivir? En el pueblo de Lucas quedaba su abuela, que había cuidado a su bisabuelo hasta los 92 años. Cuando él falleció, los padres de Lucas decidieron llevarse a la abuela con ellos y regalar la casa a los jóvenes. Alba y Lucas estaban eufóricos: era espaciosa y resistente. Al firmar la escritura, la abuela soltó, misteriosa:
—Tu bisabuelo tuvo mucho dinero, aunque luego se volvió un poco despistado. Pero hasta el final se ocupaba de todo, aunque al día siguiente no recordaba nada.
—Abuela, ¿adónde quieres ir a parar? —preguntó Lucas, intrigado.
—Hijo, revisa bien la casa. Quizá encuentres un tesoro.
—¡Venga ya, un tesoro! —se rió él.
—¡No te rías! Hace quince años, cuando empezó a fallarle la memoria, encontramos un escondite. Con eso tus padres compraron piso y coche. Pero yo sé que no fue el último…
Los recién casados se mudaron y se pusieron manos a la obra. Gastaron todos los ahorros de la boda en reformas, pero al menos Lucas, manitas donde los hubiera, arregló los muebles antiguos. Luego vino el turno de los sótanos. El primero estaba repleto de tarros.
—Albita, ¿tus padres tienen una fábrica de conservas? —bromeó él.
—¡Madre mía, esto es inhumano! —se sorprendió ella.
Pero el segundo sótano era peor: estanterías podridas, tarros rotos y un olor a rancio. Entre la basura, Lucas descubrió los ladrillos sueltos y, tras ellos, una caja oxidada. Al abrirla… ¡euros! Diez fajos de diez mil cada uno.
—¡Alba, mira esto! —gritó, corriendo hacia ella.
—¡Dios mío! ¿Cuánto hay? —exclamó, tapándose la cara.
—El bisabuelo debió esconderlos y olvidarse —murmuró Lucas, examinando los billetes—. Estos son antiguos, de los ochenta.
Alba revisó otro fajo—. Solo dos son recientes, los demás no los aceptarán.
—Con veinte mil podemos montar algo —dijo él, pensativo.
—Lucas, en este pueblo no hay negocio que valga. ¡Queríamos la tienda en la ciudad!
—¡Y la tendremos! Pero antes, averigüemos qué hacer con los billetes viejos.
Tras investigar, descubrieron que algunos bancos los cambiaban, aunque con comisión.
—No importa —dijo Lucas—. Además, hay que repartir con nuestras familias y ponerle una lápida digna al bisabuelo.
—¡Y ayudar al orfanato! Necesitan una furgoneta.
Al llegar el fin de semana, reunieron a padres y abuela para “la reunión del tesoro”. Al ver los fajos, todos se quedaron boquiabiertos.
—Abuela, tenías razón —susurró Lucas, repartiendo billetes—. Esto también es vuestro.
—¡Ay, hijo, para mí no! —protestó la abuela.
—Toma, te vendrá bien —insistió él.
Y así, dos años después, en el pueblo floreció una pequeña granja. Los billetes no bastaron, pero con un crédito y su esfuerzo, Lucas y Alba triunfaron. Y, fieles a su promesa, destinaron el 10% de las ganancias a caridad. Por si fuera poco, nació su hijo, llenando de alegría a bisabuelas, abuelos y padres por igual. Y colorín colorado, este cuento ya ha terminado… con final feliz y un bisabuelo que, desde el cielo, debió sonreír.