El misterio del regalo prometido

**El Secreto del Regalo Prometido**

El salón de un elegante restaurante en el centro de Zaragoza retumbaba con la celebración de la boda de Lucía y Javier. Los invitados reían, la música fluía como un río y los recién casados brillaban de felicidad frente a la mesa nupcial. Llegó el momento de los regalos. Los primeros en acercarse fueron los padres de Lucía, entregando un sobre grueso con dinero. Luego fue Elena, la madre de Javier. Con modestia, le tendió un ramo de rosas a la pareja y, acercándose, murmuró: “Mi verdadero regalo os espera después de la boda”.

—¿Qué otro regalo? —preguntó Lucía, mirando a su marido con curiosidad.
—Ni idea de qué habla mi madre —respondió Javier, encogiéndose de hombros con una sonrisa confundida.

Pero Lucía no podía imaginar la intriga que su suegra había tejido.

Antes de la boda, Elena había insinuado con misterio: “No quiero daros cualquier tontería. No esperéis nada el día de la boda, pero después… ¡os sorprenderé con algo grandioso!”.
—Como prefieras —respondió Lucía, incómoda—, no esperamos nada.
—Mamá, tranquila —intentó calmarla Javier—, lo importante es que estés con nosotros.
—No iré con las manos vacías a la boda de mi hijo —declaró ella con firmeza—. Pero no hablemos de esto con los demás.

Lucía dudaba. Sabía que a Elena no le iban bien las cosas, pero ellos mismos habían pagado la boda, sin pedir ayuda. Los padres de Lucía, aunque de recursos limitados, habían reunido diez mil euros para los novios. En la fiesta, Elena solo entregó flores, gesto que pasó inadvertido entre brindis y bailes. Pero ella brillaba con sus discursos, alargaba los brindis y disfrutaba del protagonismo.

—No os imagináis lo que os tengo preparado —susurró Elena al final de la noche, con ojos llenos de picardía—. Será una sorpresa que os dejará sin palabras… pero más adelante.
—No te preocupes —dijo Javier, apretando la mano de su esposa.
—Me has dejado intrigada —confesó Lucía, ocultando su curiosidad—. ¿Sabes algo y no me dices?
—De verdad, no tengo ni idea —se defendió él—. Pero lo importante no es el regalo, sino que estemos juntos.

Lucía asintió, aunque la intriga la carcomía. Intentó sonsacar algún detalle a su suegra, pero Elena esbozaba solo una sonrisa enigmática: “Si os lo cuento, ya no será sorpresa. ¡Paciencia!”.

Pasaron meses y el prometido regalo nunca llegó. Lo que al principio parecía un inocente misterio, empezó a molestar a Lucía. Ocho meses después, se atrevió a recordárselo a Elena.

—¡Claro, solo os importa el dinero! —estalló la suegra, con voz temblorosa—. ¿Y si me preguntarais cómo estoy?
—Si necesitas algo, dilo —se defendió Lucía, desconcertada.

Pero Elena guardó silencio, adoptando el papel de ofendida y quejándose después con Javier de la “desfachatez” de su nuera.
—No le des más vueltas al tema —rogó él a Lucía—. No quiero más dramas.
—Solo pregunté por curiosidad, ¡ella misma lo convirtió en un misterio!

Desde entonces, Lucía evitaba a su suegra, lo que empeoró las cosas.
—Tu mujer solo se acercaba esperando un regalo caro —se quejó Elena—. Ahora que sabe que no habrá nada, me evita.
—Eso no es cierto —defendió Javier.
—Entonces, ¿por qué actúa así? —insistió ella—. Ya ni viene a mi casa.

Lucía, al enterarse, suspiró hondo.
—Nunca le gusto. Antes le molestaba mi interés, ahora mi distancia. ¡Mañana será mi forma de mirar o sonreír!
—Cree que solo queremos su dinero —dijo Javier, avergonzado.
—Pues en un año no nos ha dado nada —recordó Lucía—. Mis padres nunca vienen sin algo, aunque sea poco.
—¿Criticas que mi madre venga con las manos vacías? —se tensó él—. Es mi única madre, respétala.
—Sin problema —cortó Lucía—. Pero no solo viene sin nada, ¡se lleva los tupperwares de comida que preparo!

El tema del regalo se volvió tabú, pero los roces continuaron. Elena, como echando leña al fuego, criticaba cada gesto de su nuera, mientras ante los demás se presentaba como una suegra ejemplar.

—Hago todo por ellos y ni un gracias —se lamentaba con los parientes—. Hasta pensé darle el anillo antiguo de mi bisabuela, pero mira cómo me pagó.

Nadie dudaba de su versión.

En el primer aniversario, Elena volvió a mencionar su “gran sorpresa”.
—¡Esperad algo increíble! —anunció, invitada a una cena íntima.
—No hace falta esforzarse —dijo Lucía con timidez.
—Haré lo que me parezca —replicó Elena con sarcasmo.

Javier estalló:
—¿Por qué siempre discutes con ella? ¡Que dé o no dé lo que quiera!

Finalmente, acordaron evitar el tema. En el aniversario, los padres de Lucía regalaron un mantel bordado y ropa de cama; los amigos, vajilla y copas. Elena llegó con una enorme tarjeta y un discurso interminable.

—Si mencionas los regalos, habrá pelea —advirtió Javier de vuelta a casa.
—No pienso hacerlo —respondió Lucía—, olvidémoslo.

Pero el silencio duró poco. Un mes después, Elena pidió expresamente un teléfono caro para su cumpleaños.
—¿En serio vamos a cumplir su capricho? —preguntó Lucía.
—Mamá necesita móvil nuevo —argumentó Javier—. ¿Te molesta?
—No, pero en un mes es el cumple de mi madre —recordó ella—. Los regalos deben ser iguales.

Al final, compraron un modelo económico. El enfado de Elena fue monumental. Acusó a Lucía de manipular a su hijo y juró vengarse.

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El misterio del regalo prometido