El marido decidió que soy una mala administradora tras hablar con su madre.

Mi marido decidió que era mala ama de casa — tras consultarlo con su madre

Nos casamos con Álex hace poco más de un año. Antes habíamos sido novios casi tres años, y parecía que nos conocíamos hasta en los detalles más pequeños. Pero resultó que la verdadera prueba no eran los enamoramientos bajo la luna, sino la convivencia diaria. Antes vivíamos separados: yo en Valencia, él con sus padres en las afueras. Yo era firme en no vivir juntos antes del matrimonio. Creía que si alguien te ama de verdad, puede esperar. Álex esperó. Pero, por desgracia, su paciencia no duró mucho más.

En cuanto empezamos a vivir juntos, el romanticismo se esfumó. Solo quedaron las facturas, la limpieza y las quejas interminables. Y lo más doloroso: no solo venían de mi marido, sino también de su madre.

Álex es temperamental, testarudo y, como descubrí, bastante anticuado. Para él, una mujer no debe solo trabajar, sino ser como una diosa de mil brazos: cocinar paella, fregar el suelo, planchar la ropa y, además, sonreír como en un anuncio.

Intenté explicarle que vivimos en el siglo XXI, que yo también tengo un trabajo, cansancio y días malos. Que no puedo convertirme en una criada después de pasar ocho horas frente al ordenador. Pero él no escuchaba. Para él era obvio: limpiar es obligación de mujer, igual que la cocina.

Los primeros meses aguanté en silencio. Pensé que era cuestión de adaptarnos. Limpiaba lo que podía, cocinaba y, si no llegaba, pedía comida a domicilio. Pero un día, Álex llegó del trabajo con cara de pocos amigos, se sentó en la cocina y, sin mirarme a los ojos, soltó:

—Mi madre y yo hemos hablado… y creemos que no vales para ama de casa. No te esfuerzas. Hay que limpiar más y cocinar como es debido. Como lo hace ella.

Me quedé helada. No solo estaba descontento, sino que había consultado a su madre, hablado de mí con ella y juntos habían dictado sentencia: yo no valía. No cumplía. No lo hacía bien.

¿Y qué pasa con que pongo la mitad del dinero en casa? ¿O que trabajo hasta agotarme y también quiero llegar a un piso limpio, donde no me regañen, sino que me esperen con una cena caliente — pero no hecha por mí, sino para mí?

Se queja de que nada le parece «como lo hace su madre». Claro que no. Su madre está jubilada, tiene el día libre, sin plazos ni reuniones de trabajo. Yo vivo en una carrera constante. Pero me esfuerzo. Ayer, por ejemplo, pasé dos horas en la cocina, y él me dijo que la croqueta «no tenía el punto justo de dorado».

Por cierto, él tampoco se apresura a hacer lo que supuestamente le toca. La bombilla del pasillo lleva tres semanas sin funcionar. El grifo del baño gotea y no hace nada. Pero según su lógica, eso son «tonterías». En cambio, si hay polvo en el salón, es el fin del mundo.

Un día perdí la paciencia y le propuse un trato: dejaba mi trabajo y me convertía en la ama de casa perfecta. Cocinaría, limpiaría, plancharía sus camisas. Pero entonces él tendría que asumir todos los gastos.

A lo que respondió:
—¿Y por qué iba yo a mantenerte sin más?

O sea, quiere una esposa perfecta, pero sin invertir nada. Que trabaje, limpie, cocine, sonría y encima esté agradecida por el privilegio de vivir con él. Y si no, divorcio. Porque, según él, no ve otra solución.

Pero yo tampoco veo sentido en seguir así. El amor no es sinónimo de esclavitud. Estoy dispuesta a ceder, pero no a anularme. No soy su criada, ni su cocinera gratis, y mucho menos un tema de conversación entre él y su madre. Soy una mujer. Y merezco respeto. No reprimendas de un marido que aún no ha crecido.

**La lección es clara: el amor no exige sacrificar tu dignidad. Si alguien no te valora, no merece tu tiempo.**

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MagistrUm
El marido decidió que soy una mala administradora tras hablar con su madre.