El marido decidió que era una mala ama de casa tras hablar con su madre.

Mi marido decidió que soy una mala ama de casa — después de consultar con su madre

Hace poco más de un año que Arturo y yo nos casamos. Antes estuvimos saliendo casi tres años y parecía que nos conocíamos al detalle. Pero descubrimos que la verdadera prueba no son las confesiones de amor bajo la luna, sino convivir. Antes vivíamos separados: yo en Madrid, él con sus padres en las afueras. Yo era firme en no vivir juntos antes del matrimonio. Creía que si alguien te ama, esperará. Arturo esperó. Pero, por desgracia, no tuvo paciencia para más.

En cuanto empezamos a compartir piso, la magia desapareció. Solo quedaron facturas, limpieza y reproches infinitos. Y lo más doloroso: no solo de él, sino también de su madre.

Arturo es irascible, terco y, según veo, bastante anticuado. Para él, una mujer no solo debe trabajar, sino ser como una diosa de mil brazos: cocinar cocido madrileño, fregar el piso, planchar la ropa y además sonreír como en un anuncio.

Intenté explicarle que vivimos en el siglo XXI, que yo también tengo trabajo, cansancio y días malos. No puedo convertirme en una criada después de ocho horas frente al ordenador. Él no escuchaba. Para él estaba claro: limpiar es obligación de la mujer, como lo es la cocina.

Los primeros meses aguanté en silencio. Pensé que era cuestión de adaptarnos. Limpiaba como podía, cocinaba y a veces pedía comida si no llegaba. Pero un día, Arturo llegó del trabajo con cara de pocos amigos, se sentó en la cocina y, sin mirarme a los ojos, soltó:

—Mi madre y yo hemos hablado… y llegamos a la conclusión de que no das la talla como ama de casa. No te esfuerzas. Hay que fregar más y cocinar mejor. Como ella.

Me quedé helada. No es solo que él esté descontento, es que ha consultado con su madre, hablado de mí y juntos me han juzgado. Según ellos, no valgo. No cumplo. Lo hago todo mal.

¿Y qué pasa con que pongo la mitad del sueldo en casa? ¿Que trabajo sin descanso y también quiero llegar a un piso limpio donde no me regañen, sino que me esperen con una cena caliente? Pero no hecha por mí, sino para mí.

Se queja de que nada me sale “como a su madre”. Claro que no. Su madre está jubilada, tiene el día libre, sin plazos ni videollamadas del trabajo. Yo vivo en una carrera constante. Pero me esfuerzo. Ayer, por ejemplo, pasé dos horas cocinando, y él dijo que las croquetas «no tenían el mismo punto que las de mamá».

Por cierto, él no se apresura a hacer lo que le toca. La bombilla del pasillo lleva tres semanas fundida. El váter gotea y ni caso. Según su lógica, son «tonterías». Pero si hay polvo en el salón, ya es el fin del mundo.

Una vez no pude más y le propuse un trato: dejo mi trabajo y me convierto en la ama de casa perfecta. Cocino, limpio, plancho sus camisas. Pero entonces él asume todos los gastos.

A lo que respondió:
—¿Y por qué iba yo a mantenerte sin más?

O sea, quiere una esposa perfecta, pero sin esfuerzo. Que trabaje, limpie, cocine, sonría y encima esté agradecida por el privilegio de vivir con él. Y si no, divorcio. Según él, no hay otra salida.

Pero yo no veo sentido en seguir así. El amor no es esclavitud. Estoy dispuesta a ceder, pero no a anularme. No soy su empleada, ni su cocinera gratis, y mucho menos un tema de debate entre él y su madre. Soy una mujer. Y merezco respeto. No regañinas de un marido que aún no ha madurado.

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MagistrUm
El marido decidió que era una mala ama de casa tras hablar con su madre.