Él le confesó a su esposa que estaba aburrido de ella; ella cambió tanto que terminó siendo ella quien se aburrió de él

Hace casi dos años, Sergio me soltó una frase que todavía hoy resuena en mi cabeza y que no creo que olvide nunca: Es que eres tan predecible que me aburres. Por mucho que él dijera que se aburría con la vida que llevábamos, yo estaba feliz, de verdad. Todos los días me levantaba prontito, desayunaba, hacía un poco de ejercicio y me vestía para ir a trabajar. Nada más arrancar el día, me encargaba de tener preparado todo para que Sergio pudiera irse tranquilo al trabajo él madrugaba más que yo y después ya me ponía con lo mío. Siempre preparábamos la comida en casa; me curraba el táper tanto para mí como para él.

Por las tardes, al volver, pasaba por el súper, cocinaba, recogía un poco y ponía una lavadora. Antes de dormir, nos poníamos una peli y a la cama. Yo no veía qué problema había: él siempre impecable y bien comido, la casa reluciente y acogedora ¿Qué más se puede pedir? Los sábados me daba la paliza y hacía limpieza a fondo, horneaba algún bizcocho rico o cocinaba algo especial. Por la noche, o venían amigos a casa, o salíamos por el centro de Madrid a picar algo. Los domingos eran sagrados para las visitas familiares: por la mañana con sus padres, por la tarde los míos. Les ayudábamos con alguna cosa, charlábamos, nos echábamos unas risas y luego vuelta a casa a descansar.

Nunca discutíamos ni alzábamos la voz. En casa reinaba una paz y un orden que daba gusto. Pero, claro, un buen día Sergio se plantó y me soltó lo de que se aburría. Se tiró horas diciéndome lo poco satisfecho que estaba y poniendo como ejemplo a sus amigos, que según él siempre estaban viviendo la vida loca y disfrutando como niños chicos. Nosotros decía él ni una discusión, ni una chispita. Ese mismo día, cogió y se fue de casa.

Yo, la verdad, estaba muy a gusto como vivíamos, pero por amor a Sergio me propuse intentarlo todo para que él estuviera bien, incluso si eso implicaba cambiar yo entera. Lo primero que hice fue renovar mi armario. Tiré un montón de ropa, fui de compras y gasté lo que llevábamos ahorrando para una casita rural en ropa nueva y muy distinta a lo de siempre. Me corté mucho el pelo y me lo teñí. Vamos, que aburrida no iba; eso seguro. Luego busqué un trabajo diferente. En vez de seguir en la oficina, me metí a organizar eventos y fiestas. Descubrí un mundo de posibilidades y planes originales.

A la semana siguiente, Sergio volvió y casi se cae de espaldas al verme. Le prometí que, a partir de ese día, nuestra vida sería otra. Y así fue de verdad. Apenas parábamos en casa: cada día un plan diferente, no parábamos quietos. Nos apuntábamos a cenas, conciertos, probábamos bares nuevos, íbamos a fiestas, quedadas, excursiones en bici, kayak, escapadas rápidas a Segovia o Toledo Cualquier cosa que surgiera era buena.

Y pasó lo que tenía que pasar: tras unos meses de vida así, Sergio empezó a echar de menos la tranquilidad, el sofá de casa, mis croquetas y el olor a bizcocho recién hecho. Yo ni pisaba la cocina, no tenía ni un minuto libre. Cambié tanto que Sergio dejó de reconocerse a sí mismo conmigo.

Una semana después, vino y me dijo que no podía seguir a ese ritmo. Que quería volver a lo de antes: cenar en casa, volver los fines de semana con la familia, dormir en nuestra cama sin el runrún de mil planes, comer comida de verdad, no todo encargo de Glovo.

Pero la sorpresa fue que a mí ya no me apetecía nada volver atrás. Me costó mucho hacerme a la vida adulta de antes, y ahora que por fin me sentía yo misma, no pensaba renunciar a todo lo que había conseguido. Reconozco que también disfrutaba de mi rutina anterior, pero no me veía volviendo a ese punto. Esta vez, cuando Sergio pidió que todo volviera atrás, la cosa explotó.

Las discusiones subieron de tono, acabaron volando platos, aparecieron los vecinos, acabamos con la policía llamando a la puerta Sergio cogió sus cosas y se fue a vivir con su madre. Seguro que cree que volverá algún día y que todo estará como antes. Pero esto ya es el colmo. No somos personajes de película, no podemos cambiarnos de personalidad de la noche a la mañana. Sergio cuando vuelva encontrará unos papeles del divorcio encima de la mesa y una nota mía: que también me aburro y que no puedo seguir viviendo con él.

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Él le confesó a su esposa que estaba aburrido de ella; ella cambió tanto que terminó siendo ella quien se aburrió de él